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Actualización: 24/01/2012
Carlos López Beltrán
Poemas Hembras desarboladas; La joven mujer tasajeada y El hombre que llegó a las manos
Hembras desarboladas
Han regresado a la carne y la sangre
de roedor todavía tibia se ha vuelto
su golosina favorita. Ya perdieron
las enzimas para esa digestión
y se dibujan anillos guindas
en torno de sus ojos y sus labios.
Cuando florea la pampa (estallido
imprevisible en cuanto a fechas,
duración, intensidad y desenlace)
dejan sus madrigueras por un mar
gris y muerto como el mercurio,
los montes por el delirio del polen.
Dejan atrás a sus crías con los poseídos
inmóviles. Entre sus miedos atávicos
(que se aprende a adivinar
por los gruñidos lastimeros) están:
oír motores en la lejanía, ver
flecos encarnados entre las nubes
(los ocasos violetas les inducen
desconcierto total), quedar últimas
en una fila de más de cinco,
que alguna ronque, hable dormida
o parezca estar soñando...
Pueden quedarse inmóviles por días
pareadas y mirándose a los ojos tenazmente,
de muy cerca, con expresiones lacias,
neutras, así... hasta que alguna pare.
La joven mujer tasajeada
Sólo llegó a diez meses
eludiendo los golpes
contra la campana rota
de su pánico desbocado.
Ante los maelstroms
de exigencia y ternura
de la horda varonil
su corazón flaqueó.
Anidó su respuesta
de cartílago distendido
en una mueca que el idiota
entendió como indocilidad.
Destazada de cruel manera
como una reina de ajedrez
que duerme bajo puentes
ya no responde preguntas.
El hombre que llegó a las manos
Se sorprendió de encontrar un paisaje tan áspero
esos nudillos tan anudillados esos puños
tan empuñados las correas venosas apuntándole
desde lo alto y el sudor tan sedoso y tan espeso
y el hedor hosco de la adrenalina.
A pesar del estilete de la brisa sobre la cara
la cizalla sobre la arista de la piedra
se sorprendió del silencio que encontró
en las manos como aleteo de tumba...
Y comenzó a bajar muy despacito
sin mirar hacia arriba ni hacia abajo
aferrándose a las grietas con los dedos
llagados y apoyando muy bien los pies.