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Rafael Espejo

Actualización: 24/01/2012

Rafael Espejo

Poema Principio y fin de la siesta

Principio y fin de la siesta

 

"Luego, de atardecida,
el astil de la luz se inmoviliza,
las sombras y los sueños tienen el mismo peso".

Yves Bonnefoy

 

SACIADOS el estómago y el sexo,
¿qué queda?

Desde el hondo suspiro
que languidece, pesa y se dilata

hasta el bostezo anémico,
lento voy

pastando los minutos.
Mullo el vientre calmado de mi amiga,

que entrecierra los ojos

y apenas corresponde:

un roce, como ondas
erizando las hebras de mi nuca.

Desnudamente libra

la gravedad de los acantilados
bajo el plácido vuelo

del pecho
(el corazón,

jugoso y rojo,
serena nuestro canto en su caverna).

Si se ovilla
es un monte que ofende en la sabana

la aridez del ocaso,
porque late

con pulso adormecido:
leve respiración, secreta, vegetal.

Oigo el musgo crecer sobre su pelvis;

la calavera rumia el sueño de su vida

como el mar sueña un tiempo en las conchas vacías.
Y
tañen mis yemas

el ritmo monocorde que seda los sentidos
sobre la fina tela de los párpados...
¿qué reverso del mundo
he de aceptar por no quedarme solo?


Y estos besos... ¿se filtran
goteando en su hipnosis como savia caliente?


¿Es el humillo dulce del incienso
o acaso el vaho sereno, rumoroso
que sonrosa los bordes
de mi amiga?


... Por fuera
duerme arropada en lana.

Duerme -sobre nosotros
un cielo ensimismado,
azul pulido-

mientras cruza su frente
a la deriva
esa nube que apaga,
un momento, la tarde.

 

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