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Nilton Santiago, poeta peruano

Nilton Santiago, poeta peruano

Actualización: 01/12/2016

Nilton Santiago

Cuatro poemas de su última obra

Los milagros como cuarto estado de la materia (poco antes del amanecer, cuando los gatos dirigen el tráfico)

Sobre el falso etiquetado de merluza procedente de África (que se vende como europea o americana)

Algunas palabras llevan los bolsillos llenos de promesas

Diario del granjero vietnamita que lleva sin dormir desde 1973

 

Los milagros como cuarto estado de la materia (poco antes del amanecer, cuando los gatos dirigen el tráfico)

Son estas las ruinas y las lluvias del otoño,
entrar en el metro atravesando la puerta de una iglesia
llorar por la afonía de un grillo, caminar y volver a entrar a la iglesia
pero esta vez a través de la lluvia,
y entonces verte cruzar el paso de cebra
mientras una pareja de gatos dirige el tráfico.
He aquí el primer milagro:
tú entrando en el cielo a través de tus lunares,
no hay astrónomo ni fumeta que haya imaginado un cielo con tanto escote
desde luego no sabes quién diablos era Baudelaire
ni que a veces hay que llevar faldas más largas (y menos transparentes)
bajo la lluvia
pero da lo mismo, de quimera a quimera y de quimera a claridad
y viceversa
haces que el infinito se detenga de sopetón,
que el Big Bang empiece a contraerse
como un gran tomate en el microondas
o que las chicas tatuadas en los brazos de los taxistas dejen de fumar
y abandonen las labores del amor para entrar a hurtadillas
en las parroquias.
He aquí el segundo milagro:
entrar en la estación y verte pelear con el torno para que te deje pasar
entre tanta luz y viceversa
no llevar un céntimo en el bolsillo y pedirte la tarjeta del metro,
comerme con la miel de tu sonrisa los hoyuelos de tus mejillas,
mirarnos sin ninguno de los típicos designios destinados
a los fríos amores por correspondencia.

Aquí el tercer milagro:
hay dos asientos libres juntos,
nos sentamos, sé que me juego un bofetón por mirarte así la entrepierna
hablamos entonces para dejar de sonreír,
hablamos del nuevo estado de la materia que acaban de descubrir
en los ojos de pollo,
hablamos sin darnos cuenta de que cada vez que sonríes
salen cientos de mariposas entre tu escote y mi mirada.
De repente, en un plis plas, llegamos a la última estación
(donde aún es primavera y donde hay minotauros
distrayéndose con aquellas muchachas traídas de Ho Chi Minh
o de Creta)
y, como quién no quiere la cosa, aprovecho para hacerte las típicas preguntas
que te haría un elefante a punto de morir,
mientras le doy tres vueltas a mi corazón alrededor de tu corazón
que se esconde una y otra vez,
como se esconde el sonido en el vientre de una campana.

Nos acabamos de conocer pero ya nos damos cinco besos
no haremos cosas políticamente incorrectas,
eso seguro
el amor ya me ha susurrado al oído que tampoco hoy es mi noche
y bien lo sé: hoy soy yo esta ruina, esta lluvia de otoño,
este pelmazo que no tiene nada que decirte.
Es hora de que te vayas al bar donde has quedado con tu chico
y que yo me marche a casa
(paso de ir al picnic)
ya sobran unos cuantos milagros esta noche
y hay que saber retirarse a tiempo para lamerse las heridas.

Y tranquilos amigos, dicen que las ratas
pueden vivir más tiempo sin agua que los camellos.

 

Sobre el falso etiquetado de merluza procedente de África (que se vende como europea o americana)

Ahora lo sabes,
también los peces tienen que pasar las fronteras,
llorar todas sus afonías,
pedirle impuestos a la luna llena que cada noche se disuelve en sus lágrimas
cuando se ha roto “la cadena de frío” en sus maltrechos corazones marinos.
Pero así es la soledad en el agua cuando se sabe de antemano
que compartirás el envase (con otro solitario) en algún frigorífico,
así son los falsos pasaportes
para los que no saben llorar bajo el agua
y terminan en los supermercados con la carne limpia y sin escamas,
lista para meter al horno.

Algunas palabras llevan los bolsillos llenos de promesas

A los que miden la temperatura de las palabras en un libro que ha llorado toda la noche, a los banqueros filántropos, a los grillos que, aunque afónicos, musicalizan la soledad de lossin techo, a la dependienta que ha descubierto que en los vestidores de una tienda de ultramarinos hay un Aleph o a los pobres sin papeles no les hace ninguna gracia que escriba sobre ellos en este poema, así que a partir de aquí dejémosles cruzar esta página en blanco y hablemos -por ejemplo- de aquellas flores que se han descolgado de la lluvia para llorar sobre tu sonrisa o del por qué el Vaticano posee la cantidad de dinero suficiente para acabar con la pobreza mundial dos veces. No obstante, sin ellos o sin ti en este poema nada es lo que parece. Las palabras llevan los bolsillos llenos de promesas y las promesas a su vez llevan como equipaje de mano las lágrimas que un ángel ha escondido por años bajo tu cama, que quizás en este poema sea equiparable a aquella mesa de disección donde varias chicas juegan al billar con el corazón de un armadillo que creo soy yo. Nada es lo que parece cuando se rompen los vidrios de emergencia de la realidad y caen fulminados dos o tres querubines del baño de visitas de cielo, donde las equivocaciones son el termómetro para medir la soledad de Dios cuando lo despiertan de la siesta los motores de los aviones. Nada es lo que parece, me explico, acabo de ver un taxi conducido por un pulpo en bañador, han derribado un avión civil en Donetsk con una flecha de terciopelo y mi corazón es una moneda rodando muy lejos de mí. Cierto, los pañuelos podrían servir como paracaídas pero también para limpiarnos la soledad cuando se estropea el lavavajillas. Nada es lo que parece cuando te levantas de la cama y en lugar de cien despertadores te encuentras a un bombero llorando después de haber leído el diario del armadillo solitario del que hablábamos hace un rato, dos o tres tías con las que te has liado diciéndote que eres un perdedor y te comparan con la inutilidad de un jabalí para comer sushi con palillos o liar un cigarrillo. Acabemos entonces con este poema, pero antes decidle a un niño palestino que un francotirador le ha disparado una rosa de azúcar, decidle a un erizo que las peluquerías son las parroquias donde el mar suele pasar las mañanas de los domingos; o, mejor, callad como yo, que me he pasado media vida explicándole a un picaflor quién era Chopin, haciendo de la transparencia el único lenguaje posible para no romper a llorar como un ganso egipcio. Nada es lo que parece porque también la noche y el mar tienen sus cronologías y también la soledad, que no es otra cosa que esa llave de niebla que abría tu corazón una y otra vez al acantilado de mi corazón que ahora ya no existe, porque nada es lo que parece desde que estoy colado por ti.

Diario del granjero vietnamita que lleva sin dormir desde 1973

Thai Ngoc es una libélula jubilada, como el amanecer.
Thai Ngoc se despertó como cualquier día convencido de que era un hombre vietnamita que vive al pie de una montaña.
Thai Ngoc sabe que ni los quebrantahuesos escogen la soledad ni las veinteañeras qué soñar por las noches así que, desde el año 1973, después de una intensa fiebre corporal, el señor Ngoc decidió dejar de dormir.
Thai Ngoc empieza el día pidiéndole a los cipreses que le devuelvan las lágrimas de todos los médicos que se han roto el coco pensando en por qué demonios no puede dormir.
Thai Ngoc luego se va a desayunar con las ranas un zumo de melón.
Thai Ngoc sabe perfectamente que las mujeres son más complicadas que el álgebra para las rosas, así que cada día le regala un ramo de besos a su mujer.
La mujer de Thai es una campesina jubilada que está convencida de que es una libélula.
La mujer de Thai lava los platos sucios con los sueños de los peces.
Thai Ngoc es como un héroe para los loros kakapos de la comunidad de Que Trung y su más grande sueño es tener sueño.
Thai Ngoc a veces es contratado por un par de murciélagos para que les haga la cena, otras veces, sus vecinos le dan un par de monedas para tocar los tambores o los gongs en los funerales nocturnos de las tortugas.
Thai Ngoc dice que se siente “como si fuera una planta sin agua”.
Thai Ngoc también dice que los perros no tienen religión pero sueñan, así que es lo mismo.
Thai Ngoc cree, no obstante, que el mejor amigo del hombre es la lluvia.
Thai Ngoc es una libélula jubilada que no sabe quién es Thai Ngoc cuando llueve.
Thai Ngoc seguirá despierto aun cuando este poema haga que Ud. se muera de sueño.

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