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Javier Alvarado

Javier Alvarado

Actualización: 15/02/2013

Javier Alvarado

Poemas Oh musa del llanto, las más bellas de las musas y Enterradero de El Ciprián

Oh MUSA DEL LLANTO, las más bellas de las musas

 

Y de ahí en adelante todo fue blanco y todo fue borrasca,

Un aguijón de estrellas para beber el café mugriento

Los panes quemados, las raciones lamentables para la apetencia

Y siguió leyendo hasta tomar un poco la costura

Dejada al descuido sobre el tiempo

Y afuera los caballos galopaban tratando de rumiar la libertad del horizonte

Las esquirlas intocables de las praderas afiebradas

El bastón de ébano que tendían los magos a la tertulia insaciable

Como un acertijo de bastos para la ausencia de los tropos

Que nos hacían caer verticalmente por un río

De espesa niebla, eso lo pintaron después algunos caricaturistas

Con sus tintas esclavas, aumentándole luego un par de historias

De romance o de preguntas que nos tocan el labio o el pececito de la espalda.

Hasta en las cenizas, nos sublevaríamos en rosa o en poema.

Y el biógrafo (que no conozco)  y ella

Empezaron a atravesar la vasta noche

Que era como un solsticio

O como un páramo

Donde habitaban las especies desterradas

De ese imperio anterior, a lo que sucumbe

Y no da paso a la vida, tan movida para los que intentan

Cruzar la alambrada de la imposibilidad;

Ella, paloma de tierra, atadas las alas, cacofónicamente

Solía ir hacia las praderas y dejar poemas de protesta

En las ventanas, en los ofertorios del triunfo

En la ceniza,

La agilidad mental de su cuerpo

Que se balanceaba por las calles

Y eso era como ser miembro de la joven guardia

Cuando los himnos de la guerra

Eran audibles en todas las esquinas

Y la nieve era más mortal

Como el invierno en las entrañas

-Carcomiendo-

Todo recuerdo hermoso

Para volver cadáver

A las primaveras recolectadas en el cesto

Donde seguro nacerá un poema,

Una rama vertical de oro sobre el asombro.

 

ENTERRADERO DE EL CIPRIÁN

  

En este enterradero todos tenemos epitafio

Una oscura canción que nos persigue desde el pasado hasta el presente

Como una guirnalda de pobres vegetales,

Estos muertos que me habitan a veces, que tanto cargo

Que corrijo en sus posturas, en sus gestos, en sus hábitos,

Que corren detrás de mí como el niño tras el llanto amargo del agua

Se van navegando junto a mi sangre

Como se va escapando el invierno en su fragata.

 

¿A dónde se fue quedando el ropaje de nuestros primeros abuelos

Y el disfraz de loca y pordiosera de mi abuela

Con su legajo estival después de pasar por los chamuscados

Telares del viento, si eso dicen que la locura entra por el aire

A su viento, donde todos hemos de ir con el primer himno o la campanada

Terrena de esta suerte, de ser huérfano en la luz,

En la territorialidad y en el polvo?

 

¿A dónde está ella y el cruel abuelo

Que fue dispersando sus hijos por la tierra

(Vitervo, Bredio, Janeth)

Como las cuentas prófugas de un collar

Que halamos con la rabia del tiempo, con esa sacudida

De los animales que vuelven del espasmo

Cuando la noche se posa sobre nosotros

Como un gigantesco amaranto o como un pulpo

Que se ha sacado partituras con el orgasmo pétreo de su tinta?

 

Oh, mis primeros muertos que el chubasco del invierno

Me trae en desordenadas imágenes

Donde se contemplan el bestiario de las musas

Si no he podido contemplar la levadura de sus huesos

¿Dónde está su tumba, abuela inmemorial de maíz y greda

Marcaria Espinoza la que se fue sin ataúd

Sólo con la mortaja de llanto de sus hijos ausentes

En su humildad y en su locura?

 

Nosotros abandonaremos estos cuerpos, habitaremos estas burbujas

Que el invierno escupe.

Habrá tumbas desde el cielo a la fragata,

Nos hospedaremos en tu casa y seremos todos tan reales y desconocidos.

Éste es tu enterradero de El Ciprián, donde todos tendremos epitafio.

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