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Héctor Hernández Montecinos

Héctor Hernández Montecinos

Actualización: 06/02/2012

Héctor Hernández Montecinos

Poemas La desaparición del espacio y La huida de los bárbaros

La Desaparición del Espacio 

Todo poeta es póstumo 
desde que decide consagrar al delirio 
su mano su lengua y sus ojos

Todo poeta es póstumo 
cuando en los signos ortográficos 
puede ver las leyes físicas del universo

Todo poeta es póstumo 
al acumular noches sin dormir 
como si de libros vociferantes se trataran

Todo poeta es póstumo 
pues la historia presiente 
su propia destrucción

Todo poeta es póstumo 
desde que sabe que su vida 
es la suma de todas sus videncias

Todo poeta es póstumo 
cuando se pierde en esa emergencia telúrica 
que significa leer y ser leído

Todo poeta es póstumo 
al darse cuenta que la noche duraría tan sólo minutos 
sino fuera por las constelaciones

Todo poeta es póstumo 
pues sólo una verdadera obra 
creará nuevas formas de leer la poesía

Todo poeta es póstumo 
desde que decide huir de su sangre 
bajo la invisible bandera de la realidad

Todo poeta es póstumo 
cuando escribe 
con el terror a ser suicidado

Todo poeta es póstumo 
al pensar en cuántos arcoíris tuvieron que existir 
para que esta noche esté llena de alfabetos

Todo poeta es póstumo 
pues hermoso 
es el que destruye

Todo poeta es póstumo 
desde que su país lo odia 
tanto como lo odia él

Todo poeta es póstumo 
cuando las polillas las mariposas y las luciérnagas 
que hay en su cabeza lo tienen sin cuidado

Todo poeta es póstumo 
al decidir 
ser el primer extraterrestre nacional

Todo poeta es póstumo 
pues su historia quedará 
desparramada en páginas y órganos

Todo poeta es póstumo 
desde que escribe sólo para que el castellano 
se convierta en una lengua muerta

 

La huida de los bárbaros

Alguna vez soñé con ustedes
en esas noches sin poder dormir;
un país los veía recorriendo 
conmigo a cuestas
en una silla de ruedas espiritual,
bailando alrededor de cualquier accidente
para celebrar que la geografía 
es una figura literaria, pero al revés.

Éramos una caravana
tan hermosamente solitaria y triste 
y no nos descarriábamos del delirio
que significaban nuestras risas en fila
escuchándose sobre las aburridas olas
que repiten las mismas letras
hace millones de años.

Los muchachos estos
se hastiaron de los colores de sus patrias
y comenzaron a caminar sin rumbo fijo;
de un día para otro 
las familias se encogieron de brazos
viéndolos salir de sus casas
como hipnotizados por una noche
que no imaginaban.

Desde todas las ciudades
se iban sumando, agrandábamos nuestra pena
y no nos soltábamos de las manos
porque así era nuestro pacto:
la sangre que nos une será el gozo
de la buena voluntad,
la escribiremos más allá de los géneros,
los nombres y los espejos.

Todos sus órganos son ojos
con que mirar lo que sucede, y las películas
que han visto les parecen parpadeos de la historia;
mientras avanzábamos
yo pensaba en esas hordas de bárbaros
que miles de años atrás arrasaron
con el más grande imperio;
ahora un grupo de muchachos camina
siguiendo las exhalaciones de la noche,
y es dulcemente más terrible.

Entrábamos a los hediondos bares
y allí realizábamos ceremonias y alianzas
para no dejar de avanzar;
pasábamos a los terminales a reírnos de los que creen
que se van o llegan a alguna parte,
en las carreteras escribíamos los nombres 
de las estrellas y constelaciones, como la B 612,
y en los puertos nos gustaba besarnos
con el perfume de la piel.

Las cordilleras saltábamos 
con un solo pie,
al igual que las ciudades incendiadas
por los que inventaron las cifras de la vergüenza;
el mar bebíamos con vino, 
el pan era exquisito con tierra, 
las furiosamente hermosas noches
estaban llenas de signos y proyección.

Cantábamos al ritmo de nuestras lenguas
cada vez que se nos aparecía una incógnita en el camino
vaticinaba yo que si hubiese estado despierto
este sueño sería un poema;
escribíamos todo lo que podíamos imaginar juntos
y nos olvidábamos de la antigua vida,
de los golpes que inflamaron nuestros corazones, 
de lo exuberante que puede resultar la vanidad,
del recuerdo de una mentira idéntica a la infancia.

Ese era el momento de las invocaciones,
con las cuales los parques se llenaban de árboles y barcos,
y de los hospitales salían despavoridos
los que conocían los augurios que venían con nosotros;
los buses estaban repletos de carreteras
y la vida humana parecía un corazón más
en este último viaje.

A las universidades iban los besos,
y los países de Latinoamérica eran
más que los planetas,
su noche estaba más adelante 
que la luna, inclinada hacia las contradicciones.

Estos muchachos
se arrancaban las cicatrices mutuamente
y a las discotecas iban a curar a los leprosos,
esos que se escondían en lo oscuro
y que jamás recibieron una palabra de amistad.

Nadie nos detuvo,
y no llegamos a ningún imperio,
muchas veces nos extraviamos
y volvimos a andar por los mismos caminos
pedregosos, áridos, difíciles,
pero aun así
si estos muchachos volvieran a buscarme
en alguno de los siglos venideros,
yo sería el primero en salir a la calle
y decir ‘vamos', 
vámonos con nuestras penas a cuestas,
porque si de algo se trata la literatura
es hacer de la vida, un paraíso 
un paraíso en llamas.

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