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Andrea Cote

Actualización: 24/01/2012

Andrea Cote

Poemas Ver lloverLuz artificial y Desierto

Ver llover

Luz artificial

Desierto

 

Ver llover

Sé que la lluvia también es un dios, atroz como el otro, calmo como el otro. Lo sé porque veo a los hombres pronunciar alelados los dos nombres posibles de la lluvia en sus tardes más grises, diciendo:
ven y bórralo todo,
ven y llénalo todo.
Y siento la fe del hombre que trabaja por el premio de la lluvia, que es el agua misma que la tocó a ella, que la bañó a ella, en la que ella ya durmió. Y sé que a todos les espanta ese rumor a cuentagotas que viene con su misma cantata sin desuso y obliga a correr apresurados y cerrar las puertas de las casas que
de no ser así se llenarán de lluvia
y serán de la lluvia hasta caer.

Luz artificial

Así es la casa cuando uno entiende que el tintinear incesante, el sonido sordo de la bombilla eléctrica es todo eso que la luz tiene de mejor. Es la luz que suena si se topa ruin con los ojos abiertos, heridos de claridad, también cuando los rayos del mediodía, rendido en la hierba de este lugar sin nombre, en el que en todo caso yo habría de caminar sin ti, anuncian: que apenas haya noche encenderé las luces, lento y ruidoso, como ese terco melancólico dios que enciende luz por no decir de la lluvia que alimenta las ganas de estar dormidos y caer derruidos, pardos, donde no nos toque esta luz eléctrica que se riega de noche por las colinas e inventa el tiempo y la voluntad. Porque estas gentes esperan lo oscuro y encienden las luces con simetría -juegan a eso-
las apagan con desarreglo.
En una ciudad enorme y siempre hay alguien que no puede dormir.

Desierto

La tierra que jamás quiso tocar el agua
es el desierto que al norte está creciendo como un estrago de luz.
Pero los hombres que han visto el despoblado
-su amplitud sin sobresaltos-
saben que no es cierto que la tierra esté reseca por capricho,
o sin ninguna bondad;
es nada más su manera de mostrar
lo que transcurre bellamente sin nosotros.

2.
Es para el dios de lo deshabitado
que se alzan templos invisibles
en la borrasca del desierto.
Es para él
que los árboles enanos inclinan en la arena
sus ramas
humildes,
fervorosas.
Es para que no te aferres
que existe un dios de la ausencia,
un señor del desierto
que sabe
que,
como la sombra,
hay cosas que existen
con la fuerza de la luz
que las rechaza.

 

 

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