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Actualización: 24/01/2012

Piedad Bonnett

Lo demás es silencio

Por Luis García Montero

Nada más que la vida

Memoria del cuerpo

El doméstico cielo

El sueño al que despierto y Soledades

 

La poesía vive en un espacio de frontera entre el silencio y la literatura. La tradición romántica, especialmente la que desembocó en la sugerencia simbolista, quiso distinguir entre poesía y literatura. La poesía se identificó con el matiz, con la música, con la suavidad de los tonos controlados, con el rechazo de la elocuencia retórica. Y todo lo demás fue encasillado bajo el parloteo y la prosa de la literatura. En el otro extremo quedó también el silencio, la imposibilidad de ser y de decir, el lugar fantasmagórico de la indefinición. Así que la poesía fundó su acechada realidad en un ámbito de frontera y defendió sus palabras ante las inmensas geografías de la literatura y el silencio. Sólo hay un cambio de perspectiva, pero significativo, a la hora de afirmar "lo demás es literatura" o "lo demás es silencio".

 

Piedad Bonnett opta por titular su antología poética con la perspectiva de Lo demás es silencio. En 1998 había publicado ya otra antología de su obra con el título No es más que la vida. Y de algún modo la poesía es para nuestra poeta eso, nada más que la vida. Pero, por supuesto, sólo la vida que pueden rescatar, interpretar, depurar las palabras, entre la literatura y el silencio. Poeta rigurosa, controlada, capaz de unir la claridad y la profundidad, su obra huye al mismo tiempo de los excesos de la retórica y de los desnudos intranscendentes. El pudor de la palabra lírica de Piedad Bonnett consigue unir la intensidad y la inteligencia en una obra que se alimenta de la memoria, de los sentimientos y de la observación de la realidad. En No es más que la vida, la autora dividió sus poemas en tres capítulos, para establecer "las imposiciones secretas que han dictado estos versos". Con el título Sal en la hierba, recogió poemas de indagación sentimental que hablan de la plenitud del amor y de los abismos de su degradación. Bajo No es más que la vida, reunió visiones de la realidad, estampas de la vida cotidiana, que van desde una escena de violencia a la evocación de una referencia artística". Y en Tenía techo el mundo entonces le otorgó la palabra a la memoria para evocar no sólo los recuerdos, sino también el origen de los miedos, los momentos en los que la vida rompe los velos de la inocencia para empezar a existir. El viaje sentimental de Piedad Bonnett es inseparable del esfuerzo intelectual.
Lo demás es silencio, antología que se divide en cuatro capítulos, reorganiza estas claves y ofrece al lector una selección muy rigurosa de la obra de Piedad Bonnett, una de las mejores voces de la poesía actual en nuestro idioma. Si la poesía colombiana vive una época de calidad llamativa, en la que la limpieza de los tonos supera los trucos fáciles del rupturismo, las grandilocencias telúricas, la incompetencia musical y las suciedades gramaticales, Piedad Bonnett es una de sus nombres imprescindibles.

 

El primer capítulo, "Memoria del cuerpo", empieza con Llamado, variación en torno a un poema de Dylan Thomas. La voz nocturna del padre irrumpe en el silencio y en la inexistencia para conducirnos al llanto. Desde ese momento cruzan el capítulo las escena que marcan una frontera entre la inocencia o la degradación, o sea, entre la inexistencia y la vida: el pecado original, el bautismo, el inicio de la sexualidad, el crecimiento de los niños, etc. La paradoja de la vida nos salva de la nada gracias a la degradación, nos rescata del silencio a través de unos ruidos, que pueden ser llanto o literatura barata, pero también poesía. Algunos poemas de esta sección demuestran que la poesía es el lugar del conocimiento, la búsqueda de las espesas sombras que la palabra yo mueve bajo su corteza. Manual de los espejos habla de una mujer que descubre en su rostro las huellas familiares y que se maquilla mientras analiza su propia realidad. Alter ego alude a la escisión, a la mujer temerosa, que convive con la mujer segura, acostumbrada a controlarse: "De vez en cuando / la una se tropieza con la otra / se mira de reojo / a punto de abrazarse de decirse / la lástima la rabia la ternura".

 

La indagación en el propio yo y el ejercicio de memoria permiten un regreso a la infancia, el paseo por el umbral de las escenas originales, que se realiza a través de un conocimiento de penumbras parecido al sueño. El segundo capítulo "El doméstico cielo", alusión al techo de una casa familiar, concreta en recuerdos particulares las tensiones entre el silencio y la vida, entre el miedo y la necesidad, entre la inocencia y el deseo, entre el sentimiento de culpa y la afirmación. Los fantasmas vitales son convocados para comprender a la niña que temió la autoridad del padre, los agobios del pecado en los días de algodón, los pasillos nocturnos y la aparición de la sexualidad, cuando "a la hora de la siesta / un toro que escapó del matadero / entró a la casa de puertas abiertas" y amenazó el "precario escondite" de la niña. La misma niña que descubre junto a una puerta cerrada "torpes ruidos / que no debías oír. Quizá ese pedregoso / suspirar fuera llanto". El paso del tiempo, "tan pocos quedan ya, tantos se han ido", facilita la distancia obligada para recordar con serenidad, valorar el olor a humo y leña de la infancia, y comprender que el miedo es una herencia que los padres no inventan. Son simples transmisores, semejantes a nosotros: "Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido. / Pero pronto también / le recordaron los deberes de un hombre / y le enseñaron / a rezar, a ahorrar, a trabajar. / Así que pronto fue mi padre un hombre bueno". La justificación lírica y la calidad de estos poemas se agradece en su verdadero valor si los comparamos con la mala utilización de la retórica psicoanalítica que ha maltratado hasta el ridículo una parte cuantiosa de la poesía erótica o de autoanálisis, para vergüenza de Freud y de la dignidad poética.

 

El tercer capítulo del libro, "El sueño al que despierto", recoge poemas amorosos, dotados al mismo tiempo de sensualidad y reflexión, tal vez porque la plenitud de los sentimientos va uniada a la amenaza de pérdida. La unidad amorosa permite incluso un regreso al silencio, un hundimiento que se salva felizmente del parloteo del mundo, una posibilidad de sentir, de ser, sin necesidad de explicaciones. La poesía de Piedad Bonnett se abre aquí a la sensualidad y afirma la presencia del cuerpo, la verdad de las médulas, las axilas y las lenguas: "Como musgo que nace de la piedra / del olor de mi piel nace tu piel / y de mi pecho surge tu latido". También surge el miedo entonces, la sensación de que la plenitud será desplazada por la pérdida, por la degradación de la conciencia. El poema final La mujer de Lot identifica el derribo de una casa con la sensación de pérdida. La mujer que perdió la dicha, asiste a la demolición de las paredes entre las que fue feliz: "Suele la vida que creemos a veces insensata / urdir sus torpes símbolos, pensé". Por eso una de las labores del poeta consiste en transcender las anécdotas y buscar el valor simbólico de algunas escenas de la realidad. En eso se centra el último capítulo, "Soledades", que recoge situaciones de vida cotidiana en las que vuelven a rondar las claves de una poética personal. La estampa de unos viejos dormidos, el recorrido de la luz por una biblioteca, escenas de ciudad, nuevos recuerdos amorosos, referencias poéticas, fechas, tardes de café, comidas de balneario y, al mismo tiempo, la irrupción de la crueldad y la violencia. Piedad Bonnett acaba de publicar un libro de conversaciones con poetas colombianos que se titula Imaginación y oficio (Universidad de Antioquia, 2003). Al final de su entrevista con Fernando Charry Lara, le pregunta sobre qué significa escribir en Colombia. ¿Puede la poesía desentenderse de lo social? Charry Lara contesta: "La poesía siempre está emparentada con la realidad del poeta, con su vida inmediata, y creo que cuando es mejor tiene una actitud un tanto crítica ante la realidad que lo rodea. Eso es inseparable. La poesía sí es forzosamente un reflejo de la vida social dentro de la intimidad del poeta". Creo que la certeza de estas palabras se justifica en poemas de Piedad Bonnett como Del reino de este mundo, Reporte policial, Mapa, Día libre, Cuestión de estadísticas, Paisaje, Página roja y Hubo una gran algarabía en casa.

Pudor e inteligencia, intimidad e historia, claridad profunda y belleza, Lo demás es silencio pone al lector español en contacto con una de las voces poéticas más ricas de nuestra lengua.

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