- Inicio
- Poesía viva
- Referencias
- Reseñas
- Artículos
- Poetas
- Conversaciones
- Monográficos
- Actualidad
- Enlaces
Actualización: 21/03/2012
Neruda, ni a favor ni en contra
Por Miguel García Posada
"Neruda conoció los ataques desde muy pronto; Huidobro lo convirtió en su bestia negra, secundado por el vate Pablo de Rohka, con el resultado de que fue objeto de público desagravio por casi todos los mejores poetas españoles del momento, excepto Juan Ramón Jiménez, que puso su cuarto a espadas en la carga antinerudiana y llegó a llamarlo, aunque por escrito y en público, “gran mal poeta"
EN ninguna parte del mundo hemos oído tantas descalificaciones de Fernando Pessoa como en Lisboa. En ningún sitio hemos oído arremeter contra Lorca tanto como en España. (Un exquisito novelista calificaba recientemente, en un libro de viajes por “Iberia”, como demasiado patético el Llanto lorquiano.) El caso más notorio entre nosotros fue la proscripción de Juan Ramón Jiménez dictada por el tándem Castellet-Gil de Biedma; la proscripción de “un señorito de casino de pueblo” que no merecía, según el tándem, figurar en un panorama antológico de los veinte años transcurridos entre 1939 y 1959, al que sí pudieron acceder, en cambio, ilustres poetas fascistas, que habían vivido esos años en amor y compaña mientras el señorito de casino de pueblo se moría en el destierro dando clases en una universidad del nuevo continente sostenida con dineros yanquis pero no fascistas.
Por eso, no es de extrañar que, al cumplirse los cien años del nacimiento de Neruda, un grupo de poetas (al menos así se denominan ellos) chilenos haya decidido arremeter, en las páginas del más importante diario español, contra la poesía nerudiana. Uno está ya por no asombrarse de nada. Ha oído, en los últimos meses, a un destacado dirigente político-cultural llamar “imbécil” a Proust, cuya preeminencia narrativa sigue, pese a su detractor, intacta; Francisco Umbral lleva siglos descalificando a Galdós, aunque hasta ahora sin éxito; recientemente, un poeta español vivo arremetía contra la poesía de Bécquer negándole incluso importancia histórica, pero las Rimas de Bécquer siguen siendo un valor seguro para cualquier editorial; de Antonio Machado hemos oído horrores, desde considerarlo paidófilo a poeta con caspas; Baroja ha sido ninguneado hasta extremos risibles, como el de llamarlo “el mayor reaccionario de la historia de España”: ¿qué haremos entonces con Jaime Balmes, Donoso Cortés e tutti quanti? Un señor Eduardo Gil Bera ha escrito una biografía de Baroja para demostrar que nada barojiano –ni su vida, ni su obra, ni su familia– merecía la pena. (La extrema calidad de Borges nos dispensa de citar aquí alguna monstruosidad suya.)
Neruda conoció los ataques desde muy pronto; Huidobro lo convirtió en su bestia negra, secundado por el vate Pablo de Rohka, con el resultado de que fue objeto de público desagravio por casi todos los mejores poetas españoles del momento, excepto Juan Ramón Jiménez, que puso su cuarto a espadas en la carga antinerudiana y llegó a llamarlo, aunque por escrito y en público, “gran mal poeta”, juicio que tuvo al menos la nobleza de rectificar, ya en América, al considerar el caos y el magma que laten en la escritura nerudiana como genuina expresion del continente americano. La pugna Neruda-Jiménez, no exenta de personalismos, contenía también elementos estéticos, como la lucha por el purismo o el no purismo poético que Neruda bombardeó con su violento manifiesto “Sobre una poesía sin pureza”.
Neruda fue también la bestia negra del garcilasismo, que le lanzó cuantas pullas pudo (las primeras en el editorial número 1, que descalificaba aquel manifiesto) y arremetió contra el poeta chileno por medio del bueno y desdichado (humanamente) de Leopoldo Panero en su Canto personal. La dialéctica poesía social contra poesía no social puso en danza polémica la lírica nerudiana, pero ya para entonces la consagración universal del poeta lo situaba por encima del bien y del mal. No obstante, al cumplirse los treinta años de su muerte un académico, poeta y profesor, todo a la vez, retomó la crítica juanramoniana de los años treinta y lo llamó “mal poeta”, sin más.
Ahora, en Chile un grupo de escritores de versos se han lanzado contra la poesía de Neruda con argumentos tan reversibles como hijos del resentimiento: uno comprende que es duro nacer queriendo ser poeta y crecer bajo la inmensa sombra –una sombra que arde– de Neruda. Pero ¡qué le vamos a hacer! No es Veinte poemas de amor el mejor libro nerudiano, pero sin duda no se venden impunemente varios millones de ejemplares de un libro de versos; desde luego, los lectores de ese Neruda no son los de Corín Tellado, ese inexplicable referente de cierto esnobismo. Neruda, es cierto, escribió demasiado, algunos de sus libros finales no añaden gran cosa a su genuino legado, incurrió en el doctrinarismo político de la peor especie en libros como Las uvas y el viento, impresentable recorrido lírico por la Europa del “socialismo real” y apología del yugo soviético; pero, por contra, cuánta magnitud seminal en Residencia en la tierra –acaso su obra cumbre– y asimismo en la Tercera residencia, con su formidable poesía política y bélica, entre España y la segunda guerra mundial, al igual que sucede en el Canto general, el gran poema épico del siglo, empresa de titán, con su escritura torrencial y su incorporación de naturaleza, historia y política, e incluso con su maniqueísmo indigenista y, ¿por qué no decirlo?, con su elocuencia excesiva, grandilocuente, oratoria. Y todavía quedan por citar, en esta brevísima galopada, los tres libros de odas y Navegaciones y regresos que constituyen el De Rerum Natura del siglo XX, el gran libro de exaltación de la materia.
No somos rendidos admiradores de Los versos del capitán, no nos interesan tampoco los acentos procastristas y polémicos de Canción de gesta y Fin de mundo, ni la imitación rubeniana de La barcarola, pero cómo no rendirse ante la conmovida transparencia autobiográfica de Memorial de Isla Negra o ante la prodigiosa miniatura de Arte de pájaros. Como un gran mar, la poesía de Neruda lo acoge todo: lo de arriba y lo de abajo, los cuatro elementos, la bóveda cósmica, la biología, la mineralogía, la botánica, lo lírico, lo épico, lo satírico, el verso medido y el versículo dilatado, la intimidad y la historia, el diario íntimo y la crónica colectiva, el amor, el erotismo y el sexo, el verso solemne y el humilde, la expresión coloquial y la imagen augusta.
Siempre uno y diverso, la melancolía posmodernista de los Veinte poemas cede el paso al versículo largo y doliente de Residencia en la tierra, que se trueca en el exaltado verso vibratorio de Tercera residencia y en el pluralismo de registros de Canto general, para luego empequeñecerse en el verso breve y en sordina de las odas elementales.
Nos negamos a “defender” de los ataques de algunos que ya tienen bastante consigo mismo a un poeta así, que bien podria ser considerado, como señaló Harold Bloom, el mayor o uno de los mayores poetas del siglo XX, lo que en el peor de los casos no constituye ninguna exageración.
Referencias
Bloom, Harold, El canon occidental, traducción de Damián Alou, Anagrama, Barcelona, 1994.
Castellet, José María, Veinticinco años de poesía española (1939-1964), Seix Barral, Barcelona, 1966,
4ª ed. (1ª ed.: Veinte años de poesía española [1960]).
Gil Bera, Eduardo, Baroja o el miedo. Biografía no autorizada, Península, Barcelona, 2001.
Jiménez, Juan Ramón, Españoles de tres mundos, Losada, Buenos Aires, 1942, pág, 122
* Artículo publicado en el número 6 de la edición impresa de La Estafeta del Viento, otoño- invierno de 2004
