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Mario Merlino por Raúl Manrique

Actualización: 24/01/2012

Recordando a Mario Merlino: traducciones, transformaciones y traslados.

Por Benito del Pliego

Aunque todos tenemos una historia que explica cómo hemos llegado a la situación en la que nos encontramos, ninguna es tan acuciante cómo la de quien la cuenta desde un lugar literalmente distinto al que le vio crecer.

Aunque todos tenemos una historia que explica cómo hemos llegado a la situación en la que nos encontramos, ninguna es tan acuciante cómo la de quien la cuenta desde un lugar literalmente distinto al que le vio crecer. Quizás por eso los viajes han dejado su huella en la literatura desde los orígenes de esta. Los exiliados, los expatriados, los nómadas, los aventureros... llevan consigo la historia de su tránsito. El viaje es metáfora por excelencia de la transformación y por eso lo es también del conocimiento y de la vida. Su compleja capacidad para atrapar la atención de los lectores ha encontrado acomodo en clásicos y vanguardistas, de Homero a Michaux, de Simbad a Gulliver, de Cotázar a Bolaño. Sin embargo, nunca han sido estas metáforas más útiles para comprender la situación histórica y social de tantas persona como hoy día. La lógica de la postmodernidad globalizada nos hace más extranjeros que nunca y, por contraste, hace que los lugares distantes sean más próximos a nuestro entorno cotidiano. La experiencia del viaje y la extranjería parece haberse atomizado. En un mundo donde la innovación se ha apoderado de la vida ya no es preciso moverse de casa para sentirse fuera de ella y, así, esta la metáfora ha comenzado a servirnos para explicar la naturaleza misma de la humanidad contemporánea. En este contexto, algunos teóricos (como Homi Bhaba) han tenido que echar mano de una noción íntimamente asociada a los desplazamientos para tratar de entender el impacto que estos cambios producen en la identidad de las personas. Y han reutilizado el concepto de traducción o "traslación" para designar el conjunto de transformaciones que acontecen como resultado del cambio de lugar. A partir de las ideas de Walter Benjamin, se ha llevando aún más lejos esa reflexión y se ha hecho de la traducción una clave para pensar los límites de la comunicación que se establece entre individuos y comunidades; especialmente cuando, por motivos históricos, a algunos de los miembros de una sociedad les toca funcionar como minoría dentro de ella.

 

Pienso en todo esto tratando de dar respuesta a una pregunta que surge insistentemente cuando recuerdo a Mario Merlino, cuya muerte, acaecida en Madrid el 28 de agosto, todavía estamos todavía tratando de asimilar. Pienso en todo esto asociando la faceta más conocida de su trabajo, la de traductor, con el punto de partida de una historia que para muchos de nosotros comienza in media res con su llegada a España, o si se prefiere, con su salida de Argentina. ¿Cómo le afectó a él ese cambio? ¿de qué modo le tradujo este traslado? ¿Determinó esta traslación su tarea como traductor? ¿Fue esta migración lo que facilitó que su ejercicio poético surgiese desde los márgenes? Los avatares de la vida, su profesión, la manera en que su mirada poética transforma los lugares comunes, han hecho de Mario Merlino una figura capaz de comunicar de manera extraordinaria el tipo de redefinición constante a las que todos de alguna manera estamos sometidos. Mario Merlino, traductor literario, pero también traductor privilegiado y lúcido de nuestro tiempo.

 

Mario Merlino salió de Argentina (donde había nacido en 1948) en 1975. Escapaba así, junto al artista y grabador Óscar Manesi, a la persecución que terminaría por ensalzar a la dictadura del general Videla. No fue desde luego el único en tomar el camino del exilio. Un poco antes o un poco después llegaron a España muchos otros argentinos que veían en la apertura política que se iniciaba en España una salida al terror que hizo "desaparecer" a 30.000 pesonas. Entre los exiliados había no pocos poetas y escritores. Por citar solo algunos cuya escritura debería despertar más interés aquí, hay que mencionar a Osvaldo Lanborgini, Juana Bignozzi, José Viñals (fallecido el pasado noviembre en Málaga), Alberto Cohen, Ana Becciu o su íntima amiga Noni Benegas. Creo que todavía no se ha tomado conciencia de la importancia que este exilio tuvo para la formación de la cultura española contemporánea. Habría que reparar este desconocimiento cuanto antes, especialmente ahora que todo lo que se relaciona con la inmigración quiere verse bajo la perspectiva de lo conflictivo y lo ilegal. Todavía hoy podemos seguir contemplando a través de las obras de estos autores los logros y las carencias de nuestras propias tansiciones. España hubiese sido mucho menos sin inmigrantes como Mario Merlino.

 

Su gusto por la literatura comenzó a muy temprana edad. ¿Surgió por la influencia de su madre, esa maestra rigurosa que Arturo Carrera, su compañero de escuela, recordaba en el obvituario que publicó El País? ¿Es casual que otro compañero, el novelista César Aira, terminase siendo también una prominente figura literaria? En cualquier caso, Merlino se sintió interesado desde la infancia por la sinfonía que surgía de las teclas de la Underwood que su padre utilizaba en el colmado con que sació sus aspiraciones de inmigrante italiano. Unos años después, Merlino participaba en las actividades que Coronel Pringles, su pueblo natal, podía propiciar a un adolescente interesado en literatura: un programa en la radio local y un grupo de teatro en el que encontró, por primera vez, la oportunidad de poner voz y dar cuerpo a las palabras. Precisamente la de actor parece haber sido una de las primeras profesiones de Mario en el Madrid de los 70; durante algún tiempo trabajó en la compañía de treatro infantil que acababa de fundar la mujer de Héctor Alterio. Aunque pronto pasó a concentrarse profesionalmente en la escritura, nunca abandonó lo escénico. Prueba de ello fue la creación del Grupo Ache con el que, junto a un grupo de poetas surgidos de sus talleres literarios, sacó a la calle, a principios de los 90, la obra de algunos de los autores clave para su propia formación: Genet, Girondo, Pasolini, Gelman, Juan de la Cruz... Después, ya por su cuenta, comenzó con sus performances, género que continuó cultivando hasta el final de su vida y mediante el que trató de alcanzar ese vínculo entre cuerpo y letra, entre poema y vida, que también asoma reiteradamente en su escritura.

 

Otra de las dedicaciones fundamentales que Mario Merlino trajo consigo desde Argentina fue la de la enseñanza. Después de licenciarse de la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca, enseñó literatura medieval española. Tras el exilio, la educación y esta experiencia docente tuvo dos consecuencias inmediatas: la escritura de un libro sobre el tema (El medievo cristiano) para una colección de historia que dirigía un exiliado (Blas matamoro) para la editorial fundada por otro exiliado (Abraham Rotemberg), ambos de origen argentino. La segunda consecuencia fue la continua atracción por el español antiguo, cuya grafía, imágenes y sonoridades enriquecen el mestizaje linguístico que caracteriza su obra poética. La enseñanza de literatura, ya no desde la perspectiva académica, sino desde la de la escritura creativa, se convirtió en una de las primeras contribuciones de calado que Merlino hizo en Madrid. Durante muchos años alternó la organización de talleres de literatura con la traducción. En 1981 ya había recogido en Cómo jugar y divertirse con palabras algunas de las estrategias puestas en práctica en sus clases. Como ha recordado recientemente Clara Obligado, con quién colaboró en estas tareas a principios de los ochenta, su actividad carecía entonces de precedentes en España. Tal vez por eso se encontró con tanto interés por parte de los participantes como reticencias en el mundillo literario. Pese a la liberalidad que imperaba en las calles de la transición la literatura seguía enfáticamente conservadora. De hecho España estaba a punto de consagrar una de las camadas de poetas menos propensos al juego y la experimentación; es decir, que Merlino comenzó a desarrollar este tipo de enseñanza, hoy ubicua, en un clima poco o nada propenso a la renovación poética que sus prácticas encarnaban. Aún así, encontró aliados. Sus talleres comenzaron a ofrecerse en el Círculo de Bellas Artes de Madrid bajo los auspicios de José María Parreño, por entonces director de la sección de literatura; luego continuó la tarea en Acción Educativa, así como en bibliotecas populares, institutos de bachilleratos y cualquier otro centro donde hubiera alguien dispuesto a jugar y divertirse con la más seria de sus pasiones: la escritura. También esta labor parecía traducir la conexión entre palabra y placer en la que se obstinó por todos los medios a su alcance. Palabras en el bosque y No hay adverbio que te convenga, libros de los que el periodista Jesús Marchamalo es coautor, fueron los últimos testimonios publicados de esta singular dedicación.

 

De lo que no quedan precedentes públicos anteriores a su establecimiento en Madrid es de su dedicación a la poesía y a la traducción. Los poemas más antiguos que dio a la imprenta son de 1975. Los pocos que conocemos de esa época aparecen, sin fechar, entre los incluidos en Libaciones y otras voces, una antología en forma de grabaciones de voz, que venía acompañada de un cuadernillo con veintiséis textos. Las primeras traducciones del portugués no deben ser muy posteriores. Así lo recordaba Eduardo Naval, escritor y editor mexicano, quien parece haber sido responsable de que se le encargase a Merlino la versión española de la novela de Osman Lins La reina de las cárceles de Grecia, que Alfaguara publicó en 1981.

 

Desde que tuvimos noticia de su muerte no han dejado de repetirse, con razón, los méritos de sus traducciones. En realidad, el premio Nacional que recibió en el 2004 por la de una de las novelas de Lobo Antunes, Auto de los condenados, no hizo más que ayudarnos a asumir una importancia que ya se le venía atribuyendo. El premio ratificaba la calidad de un abundantísimo trabajo asociado a autores de indiscutible interés que escribían en portugués e italiano, pero también en inglés, francés y catalán. Además de Lobo Antunes, a quien dio voz en español hasta su muerte, Merlino tradujo a Allen Ginsberg, Franco Moretti, Gianni Rodari, Clarice Lispector, Nélida Piñón, Natalia Ginzburg, Mia Couto, Eça de Queiros, Jorge Amado...

 

La traducción es por naturaleza un acto de entrega. Mediante la de desposesión de la suya, el traductor naturaliza en una comunidad determinada voces que sin su mediación serían inaudibles. Merlino llevó la entrega todavía más lejos al hacerse un activista. No solo tradujo, sino que difundió la importancia de la actividad del traductor al advertirnos de la facilidad con la que editores, lectores y críticos se olvidan de aquellos que salvan las distancias entre dos lenguas y hacen la comunicación posible. Canalizó esta reivindicación asumiendo la presidencia de la sección de tradutores de la Asociación Colegial de Escritores españoles (ACEtt) y la codirección de su revista Vasos comunicantes. Una fotografía ampliamente reproducida en diarios y suplementos, en la que Mario sostiene una camiseta estampada con la frase "Leo, luego traducen", se convirtió en emblema. La lucha fue más allá de una mera reivindicación sindicalista. Tenía que ver con uno de sus cometidos básicos: el de hacer presente a los olvidados y reclamar dignidad para los que han sido desposeídos de ella.

 

No me parece casual que esta actitud se haya repetido en otras parcelas de su vida y también encuentre reflejo en su poesía. Se menciona con frecuencia su activismo a favor de las comunidades homosexuales. Una sola muestra de esta labor: En 1994 y 1995 dirigió junto a Noni Benegas el ciclo "El saber gay" que tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes y estuvo compuesto por una veintena de conferencias, presentaciones de libros, representaciones de teatro y diálogos con creadores. Además programaron un ciclo de cine sobre el tema compuesto por 90 películas que se exhibieron en la Filmoteca Española de Madrid con el título de "La homosexualidad en el cine". ¿Puede haber mejor ejemplo del tipo de defensa desde el ámbito de la cultura de aquellos que la sociedad ha tendido a perseguir y relegar?

 

En un artículo publicado en diciembre del 2010 en el monográfico que la revista on-line En sentido figurado dedicó a Mario Merlino, comparaba su actitud cívica con la de una de las figuras de la poesía que él citaba con más frecuencia, Allen Ginsberg. Lo hacía a raíz de la anécdota que otro exiliado que vivió en Madrid, el poeta cubano José Mario Rodríguez contaba sobre la capacidad del poeta beat para subvertir la represión homófoba que el régimen cubano seguía desplegando en 1965, fecha en la que visitó Cuba. Ante las preguntas de la prensa Ginsberg había contestado que si él se tuviese la oportunidad de hablar con Castro "le diría que no persiguiese a los homosexuales [...] pues cuando dos hombres se acostaban contribuían a la paz y a la solidaridad". La aparente ingenuidad de la frase esconde una crítica feroz; propone como modelo revolucionario un comportamiento que el régimen consideraba enfermizo, redefiniendo así lo que constituye un acto de liberación. Lo privado y cotidiano elevado a categoría política. Hay mucho de esto en Merlino. Y digo "hay", y no "hubo", porque esa actitud sigue viva en su poesía.

 

Las múltiples ocupaciones que se han ido mencionando en estas páginas fueron uno de los motivos que hicieron que su propia obra literaria no fuese más extensa. Aún así nos legó tres obras que se encuentran entre las propuesta poéticas más originales escritas por sus coetáneos. Esto es especialmente cierto si se leen en el contexto español, que es el contexto en el que se escribieron. Además de la ya citada Libaciones y otras voces. Antología (1975-2000), publicó dos poemarios con un claro carácter unitario: Missa pedestris (2000) y Arte cisoria (2006). Hay motivos para pensar que dejó otros libros inéditos. Toda su poesía, y especialmente estos dos libros, son ejemplares. Lo son en primer lugar porque cumplen con el mandato fundamental para un poeta de su tiempo y son fruto de un proceso de indagación y búsqueda en el lenguaje. Cuando la crítica vuelva (sin las anteojeras nacionalistas que suelen presidir su mirada) sobre lo que se se estaba escribiendo en España en esos años debería notar que sus libros no tienen parangón. Su escritura se asocia críticamente a las claves de su tiempo y nos permite relacionarnos con él de manera insospechada y lúcida, coherente con la actitud que su autor desplegó en el resto de sus ocupaciones. Estos poemarios miran de frente la incertidumbre que preside nuestros días y denuncian (desde el lenguaje poético) las prácticas represivas y las tentación fundamentalistas de los discursos sociales. Su poesía no es complaciente ni consigo misma. Da cabida a una multitud de referencias que el texto sabe tejer e incorporar con una intención conscientemente mestiza, híbrida. La red de contactos es muy amplia: Samuel Beckett, el marqués de Villena, el romancero, Lorca, Pizarnik, Leónidas Lamborghini, Diamela Eltit, Monique Wittig, Osvaldo Lanborghini, ... y en cada momento propone una contravoz que no deja nada sin contrastar. Su escritura también despliega un ejercicio de seducción y provocación plagado de referencias sexuales que resuenan en multiples direcciones. En ese sentido, toda su obra podría ser leída como una incitación a vivir sin restricciones, como un llamamiento a dar cuerpo y lugar a los poderes que la poesía encierra en sus versos. Esta encarnación liberadora hace convivir en la misma estrofa un gran número de opuestos: linguísticos, sociales, sexuales, ideológicos... La fractura, la grieta, el corte que presiden su escritura no son aquí el síntoma de una enfermedad de la que el poeta trata de curarse, sino el rasgo de una identidad no reprimida que encuentra lugar en el mundo a través del poema. La poesía de Mario Merlino sondea el pasado (el suyo, el de la lengua, el de la literatura y el de la sociedad), pero no lo hace bajo la afectación melancólica de los que creen en raíces y esencias, sino a manera de extracción de aquello que todavía vive en las corrientes de lo original, de aquello que permitiría reorganizar el futuro de acuerdo a la única ley que el poeta reconoce: la del deseo.

 

No sé si se puede pedir más de un poeta. Lo que sí sé es que la mayor parte de sus coetáneos no consiguieron poner por escrito una poesía que buscase con esta intensidad el milagro en que insistieron las vanguardias: convertir la tinta en sangre, el arte en vida. Mario Merlino, a su manera, lo consiguió. De todas las traducciones que nos ha legado, esa es quizás la más importante.

 

 

 

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