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Actualización: 24/01/2012

Homenaje a Eugenio Montejo

Rafael Cadenas

Poemas inscritos en nuestro idioma

Lejos de todo fanatismo

Las ideas de Blas Coll

 

Sobre Eugenio han escrito excelentes ensayistas de diversos países y de aquí. Guillermo Sucre, Francisco Rivera, Miguel Gómez, Américo Ferrari y Antonio Ramos Rosa son algunos entre otros que se han ocupado de su poesía. Hace poco leí el capítulo que le dedica José Napoleón Oropesa en su hermoso libro El habla secreta, título bastante definidor de la poesía venezolana que sin ser hermética tampoco es de fácil acceso, y unas páginas de Rafael Arráiz que pueden servir de guía para andar por este campo en su libro El coro de las voces solitarias que hacía falta entre nosotros. De paso: noten que el título apunta en la misma dirección de El habla secreta: nos dice que estas voces solo las oye una minoría. Son otras las que predominan, pero esas carecen de durabilidad. No permanecen. En cambio, a los buenos o grandes poemas lo lectores siempre vuelven, Esa es la diferencia.

Desde hace rato pues, Eugenio ha  salido de nuestro ámbito geográfico y lingüístico, no solo por lo escrito sobre é,l sino también por las ediciones de sus libros en México, Portugal, Brasil, Colombia y España. Recientemente apareció en Londres The Trees – Los árboles, una traducción al inglés, hecha con gran esmero y creatividad por el poeta australiano Peter Boyle con una excelente introducción de Miguel Gómez y un prefacio del Propio traductor, que se encuentra entre nosotros.

 

Voy a repetir, aunque no textualmente, lo que dije en la presentación de Papiros amorosos: Creo que la poesía se ha valido de Eugenio para plasmar poemas que ya están inscritos con trazos firmes en nuestro idioma; Güigüe, La estatua de Pessoa, Ítaca,  Álbum de familia, Terredad, Tiempo transfigurado, El esclavo, Soy esta vida, Noche en la noche, Los ausentes, Manoa son algunos de ellos, pero temo haber incurrido en un atrevimiento y tal vez en un yerro al señalarlos porque parecería que soslayo otros. En realidad no es así. Todos son importantes, siempre tienen algo hondo qué decirnos y cada lector escoge los que más lo tocan; como siempre, hace su propia antología, aunque no la publique. Además en todos ellos está Manoa.

Debo añadir que el esplendor de su poesía ha ocultado un poco su prosa, la cual viene de las mejores fuentes de la lengua que todavía hablamos, pese a los esfuerzos de la ignorancia para desfigurarla.

Sobre esa poesía no puedo extenderme ahora. Sólo les diré que ella es terreno movedizo como la realidad, no hay nada seguro allí. Todo es y no es. Pérdida y memoria la frecuentan. El pasado puede estar delante, el futuro detrás. Existe una interconexión absoluta que las palabras reflejan situando al lector ante la totalidad, que es otro nombre del misterio. El misterio del cual somos hijos.

 

Como individuo, Eugenio tiene una postura ética, evita el énfasis, vive lejos de todo fanatismo, está consciente de los estragos que el yo puede causar, por lo que no le interesa el poder y muestra tal recato que ni siquiera se llama poeta, sabedor de que ese título solamente lo pueden otorgar los lectores. Tales rasgos constituyen un buen antídoto en estos días.

W.C. Williams afirma algo aquí pertinente; traduzco sólo su idea: No puedo seguir causas porque me parece mucho más importante ser. Ese es el hecho primordial y se suele pasar por alto debido tal vez a la distracción habitual.

Solo me resta decirles que escuchen la música de Eugenio, con el tercer oído.

Eugenio Montejo se me antoja en cierto modo un dramaturgo, pues no cesa de crear personajes en un creciente ejercicio lúdico. Con el  que motiva esta presentación nos habíamos amistado hace tiempo. Sobra decir su nombre.

 

Esta noche voy sólo a recordar brevemente algunas de las ideas de Blas Coll, tal vez las que más lo representan. Él defiende tenazmente las cosas sin tocar el lenguaje. Considera inútil el artículo. Afirma que una lengua nueva anuncia nuevos dioses. Dice que aparecen sonidos inéditos entre nosotros, pero eché de menos que no mencionara la sustitución de la S por la J en casos como escuela. Más agua, las once etc., que apuntan hasta a la desaparición de la reemplazante. Con razón puso el letrero impracticable que rogaba, y es lo deseable, pronunciar todas las eses, cosa que sólo hacen algunos hablantes. Siempre nos comemos letras, por descuido o prisa. Define de manera precisa la contemplación como “el abandono de las imágenes lingüísticas por las más inmediatas de las cosas en si mismas”, que puede ser un primer paso hacia la contemplación. Ve como pobreza el que existan los verbos ser y estar, contradiciendo así a los más que los ven con orgullo. En su afán podador fantasea con que se rece telegráficamente, o convierte en Bricol el vibrador colibrí. Elogia el esfuerzo de Góngora por aligerar el castellano. Ve al ser humano como “un fugacísimo punto de cruce” entre las tensiones del cuerpo y la nada. La finalidad de su empeño es acortar las palabras para quitarle pesadez a nuestra lengua. No obstante llama la atención que desdeñe el inglés cuyo núcleo está formado por monosílabos. Nuestro corazón trisílabo se convierte allí en heart, un solo sonido que no sabemos si también lo hace más llevadero para la gente que no lo tiene o carga en él tanto amor que necesita anunciarlo.

¿Qué podemos hacer frente a las propuestas de Coll sobre el idioma? que los hados pusieron en nuestra cuna pues seguir llevándolo a cuestas y tratar de que sea más liviano. Las simples iniciativas de Andrés Bello o de Juan Ramón Jiménez, con ser insignificantes comparadas con las de Coll, no prosperaron. Aunque suenen lógicas, quedan más bien como excentricidades que además dificultan la lectura.

La tarea imposible de Coll entraña una crítica radical de nuestro idioma hecha con ingenio, sutileza y humor que indirectamente nos muestra sus rasgos fisonómicos y es bienhechora  en un sentido: la desabsolutiza como ocurre cuando se aprende otro u otros. Se convierte así en uno entre muchos. Pierde su centralidad.

El libro de Eugenio es inabarcable en una presentación. Habría que detenerse en la mayoría de sus notas. Ahora sólo quiero darle la bienvenida a su quinta aparición edicionado – uso el termino de Baralt, ese Coll al revés – bajo el sello muy a lo BlasColl de bid & co, reducción al mínimo de Bernardo Infante y Compañía. Como vemos, la locura de Coll tiene vigencia.

Vaya una protesta: el nombre de Puerto Malo es injusto. A juzgar por las muestras, estaba lleno de personas inteligentísimas que le comunicaron opiniones al bien nacido.

Para esta ocasión volví a leer El cuaderno… No sobra una palabra. La prosa de Eugenio es para la degustación. La bañan las mejores aguas de nuestra lengua y son generosas con él, pues siempre está sorprendiéndonos. Esta vez con unos aforismos de varias personas, recogidos bajo el nombre del Añalejo, y treinta colligramas de Lino Cervantes, discípulo del viejo tipógrafo, que enriquecen el libro. Disfrútenlo; yo termino sin saber si he respetado los ocho minutos que tarda la luz solar en llegar a la tierra.

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