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Joan Margarit

Actualización: 24/01/2012

Entrevista de Marco Antonio Campos

Joan Margarit: para habitar las casas del pasado

El poeta catalán "ha escrito una poesía que parece muchas veces alejarse para irnos dando a cada paso en la distancia una sensación de lo que ya fue y lo que se fue. Hay en ella una recuperación entrañable de lo mínimo: fugacidades, resplandores, murmullos, atisbos, roces casi imperceptibles, huellas casi borradas..."

Joan Margarit (Barcelona, 1938) ha escrito una poesía que parece muchas veces alejarse para irnos dando a cada paso en la distancia una sensación de lo que ya fue y lo que se fue. Hay en ella una recuperación entrañable de lo mínimo: fugacidades, resplandores, murmullos, atisbos, roces casi imperceptibles, huellas casi borradas, ecos lueñes, sombras que regresan momentáneamente solo para volverse a disipar. No en balde una amplia antología de sus libros se llama Arquitecturas de la memoria. Obra poética, donde el endecasílabo es el metro más usual, no hay casi pieza lírica que no parezca hablarnos desde lo más íntimo de la casa del corazón y nos haga parecer que es nuestra y la habitamos. Margarit busca que cada casa esté perfectamente alzada para que sea independiente en su unidad y a la vez cree en su conjunto la imagen de una ciudad geométrica. Una poesía que, como él ha buscado, tenga intensidad, concisión e intensidad. Barcelona, Santa Cruz de Tenerife, España, el mar, los viajes, los mitos, las fidelidades literarias, la esposa Raquel, los múltiples amores, la tristeza de los desamores, las hijas idas, son algunos temas de su obra admirable. Poeta y arquitecto, Margarit ha amado también el cine y la música. Su obra poética la componen El primer frío, Estación de Francia, Joana, Cálculo de estructuras. Casa de Misericordia y Misteriosamente feliz.

MAC: Cuando leo y comparo sus poemas en catalán y en castellano, me parece que en el catalán la arquitectura y el verso se vuelven más estrictos, en fin, que se concentra más la emoción.

JM: Cuando se escribe en el original siempre es superior a la traducción, salvo una excepción: los poemas muy malos, los cuales ganan al traducírseles. No sabe cuánto me costó entender esto; de muy joven no podía. Creía que mi lengua era el castellano. Cuando empiezas a escribir a los 17 años, crees que la lengua de cultura ha de ser el vehículo de un poema. En algún libro mío he hecho un símil diciendo que la cultura es como una catedral, pero que la poesía no está para bóvedas ni torres ni campanarios ni rosetones: la poesía anhela la cripta. Claro, porque la cripta es la lengua materna y por mucha cultura que se le eche encima hay algo debajo que no se puede ignorar: la poesía acabará iluminando siempre a la lengua materna.

MAC: ¿Y cuándo se dio cuenta que la estructura mental y los llamados del corazón se daban más en catalán?

JM: Luego de múltiples ensayos y de escribir muchos años en castellano. Ahora, teniendo más de 70 años, pienso y me pregunto: "Pero ¿cómo no te desanimaste?" Y no me desanimé porque estaba del todo convencido de una cosa tan simple como que yo tenía algo que decir. Pero ¿qué es tener algo que decir? Muy sencillo: que cuando lees poemas de otros hay algo que no encuentras, y te dices: "Eso he de decirlo yo". Y te pones a escribir, pero si lo haces en tu lengua de cultura, no hay manera de decirlo.... hasta cuando percibes que está pasando algo muy por debajo de todo esto. Te diriges entonces debajo de la cripta y te viene una luz de todo lo que no dijiste. Una vez, al revelárseme esa luz, se precipitó una especie de alud e hice diez libros en tres años. Después, tuve que barrer mucho de aquello, porque menos que un exceso fue una locura. Me parece que viví el destino de los bilingües en España en tiempos brutales: la guerra civil termina, triunfa el general fascista, y como ha sucedido históricamente, lo primero que aquí hace un dictador, después del golpe de estado, es prohibir el catalán. ¿La causa? No la sé. Ocurre entonces que en la escuela la lengua que estudias es una lengua impuesta. Vivido así el bilingüismo es una lesión.


MAC: Me da la impresión de que el verso que se le da más naturalmente es el endecasílabo blanco.

JM: En efecto, pero ello no me viene de Garcilaso de la Vega ni de los grandes del siglo de oro. Se lo debo ante todo a Pablo Neruda. Es una herencia luego de cientos de horas de leerlo cuando yo era muy joven. Me viene de sus poemas narrativos; lo usa mucho.


MAC: ¿Cree que deben estar unidos fondo y forma? ¿Cree, como Malllarmé, que no hay diferencia entre poesía y prosa?

JM: En poesía siempre están unidos fondo y forma, pero siempre ha habido en mí una cierta tendencia a pensar que la forma no debía preocuparme en exceso. Creo que la diferencia entre la poesía del siglo XX y de lo que va del XXI es que la poesía clásica se distinguía de la prosa, no sólo por la métrica y la rima, sino aun por los temas. En la Edad Media y en el Renacimiento se sabía por el tema si era poesía o prosa; con el surgimiento del verso libre esto se volvió más complejo. ¿Qué es poesía y qué es prosa? A mí me parece que la poesía actual ha quedado marcada por tres aspectos: exactitud, concisión, y si se quiere añadir, intensidad. Se dice en tres o cinco versos lo que en prosa se requiere un capítulo. De vez en cuando el novelista debe dejar respirar al lector, dar pausas, hacerlo descansar un poco, para luego emprender de nuevo la carrera; el poeta no.

MAC: Pero pongamos el caso de poemas extensos modernos como los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot.

JM: Sí, necesitas pausas porque son muy aburridos de arriba a abajo.

MAC: No le deben gustar grandes poetas herméticos como Eugenio Montale y Paul Celan.

JM: En mi último libro hay un poema titulado "Leer poesía", en el cual hablo de los poetas herméticos, y digo que tienen miedo pero no lo dicen. El hermetismo es un enmascaramiento del miedo. Como poeta no me interesa en nada esa vía. Pero cuidado: estamos hablando de Eliot y Celan, que tienen un puñado de poemas muy buenos, pero esos poemas no son herméticos. Es como el caso de los mejores poemas surrealistas.

MAC: Hay otra gran excepción: César Vallejo. Más de la mitad de su poesía no la entiendes, pero la sientes siempre.

JM: Vallejo no es hermético; es difícil. La poesía tiene múltiples caminos. El poeta hermético le da al lector un regalo terrible: un contenedor vacío. Sin embargo, es un mecanismo de lectura tan válido como cualquier otro y debe respetársele. Pero a mí no me interesa; sería incapaz de ofrecerle a nadie un container sin nada.

MAC En algo asocio su tarea de poeta con la de su profesión de arquitecto: buen número de sus poemas me parecen pequeñas casas firmemente estructuradas.


JM: Haría una pequeña desviación de lo que usted acaba de decir. Si ha leído las Cartas a un joven poeta de Rilke lo relacionará; estoy en una habitación de hotel y oigo los ruidos de una obra pública, y entonces rememoro en unos momentos todo lo que he pasado entre obras: hierro, acero, el frío al llegar el alba, el alzamiento de los pilares, la lentitud de las grúas, los gritos de los operarios... Y todo esto ¿qué? ¿Qué existe detrás de todo este jaleo? Hay una búsqueda de un orden, el cual sólo se alcanza cuando el edificio se acaba y ya no se escuchan golpes y ruidos estrepitosos. Imagínese todo el proceso aquí en Barcelona cuando por décadas se construyó la iglesia gótica de Santa María del Mar, y de pronto, todos descubrieron la maravilla terminada. La vida -la poesía- es igual de violenta, sucia y ruidosa que una obra, pero dentro de ella hay un orden oculto. No hay diferencia entre arquitectura y poesía: se trata de ver el orden oculto dentro de un estrépito.

MAC: Si es raro encontrar un arquitecto que sea un poeta notable, lo es más cuando escribe poemas que hablan sobre arquitectura y arquitectos.

JM: Partamos de un hecho. El poema es algo que no es literatura. Cuanto más viejo me hago menos relaciono con la poesía lo que me sugiere cuando se dice la palabra literatura. La poesía es otra cosa. Estoy muy contento de haberme acercado más a la poesía a través de la ciencia que de las letras. Me acerca menos el Quijote (lo he leído muy bien y lo disfruto), que ese cuadro donde hay ese pan sobre una mesa al cual Salvador Dalí le da una luz cegadora. Y te dices: "Esto es el pan. Esta increíble iluminación es lo que se parece o es la poesía". ¿Recuerda el argumento de Galileo contra Aristóteles cuando éste habla de la caída de los cuerpos, es decir, que el cuerpo más pesado cae más rápido, y Galileo señala: "No, todos caen igual". Ni Aristóteles ni Galileo tiraron ninguna piedra; llegan a sus afirmaciones mediante el razonamiento. Si Aristóteles hubiera tirado una piedra desde un árbol, se habría dado cuenta de que, sin importar el tamaño, caían igual. Los libros de viajes de Charles Darwin para mí son más importantes que el Ulises de James Joyce, lo cual no quiere decir que no lea novelas.

MAC: Entonces estaría de acuerdo con Paul Valéry de que la poesía es la más exacta de todas las ciencias.

JM: Lo he dicho numerosas veces de otra forma: si las matemáticas son las más exactas de todas las ciencias, la poesía es la más exacta de todas las letras. En el fondo poesía y matemáticas no tienen nada, o al menos muy poco que ver entre sí, pero ambas anhelan la exactitud. Que no falte ni sobre nada. Si falta ya no es exacto, si sobra aún menos.

MAC: En muchos de sus poemas son notorias las repeticiones, pequeñas variaciones de palabras o frases, versos al inicio que se repiten al final. ¿Es para buscar nuevos efectos rítmicos, una mayor musicalidad...?

JM: Es una manera de hacer. Parto al escribir con los pies en la tierra, parto de algo muy concreto. En general empiezo con una anécdota verdadera. En algún momento, lo esperes o no, puede producírsete esa iluminación que llamamos inspiración. Yo no tengo imaginación como los novelistas imaginativos; no me gusta -me da horror- imaginar grandes situaciones. Tengo suficiente con mi propia vida.

MAC: ¿Qué es lo que le viene al comenzar a escribir un poema? ¿Una sensación, una imagen súbita...?

JM: Normalmente es un suceso, el cual puede ser -como ese pan de Dalí- un trozo de verdad. Salvador Espriu tiene una imagen muy hermosa: "La verdad era un inmenso espejo que se partió". Se rompió en millones de trozos. Entonces, cualquiera de los trozos refleja la misma verdad que reflejaba el espejo entero. El poeta trata de buscar esos trozos.

MAC: De otra manera era algo que quería preguntarle. Muchos de sus poemas nacen de un instante fugaz, pero esencial, buscando que no se pierda.

JM: Es lo que he llamado suceso y usted llama ahora instante fugaz. Partes de allí para buscar tu trozo de verdad, y cuando crees encontrarlo, cierras el poema. Es muy común cerrar con lo mismo o algo parecido con que iniciaste. Por ese camino el poema es como una excursión: sales del sitio para llegar al mismo sitio después de dar la vuelta: en esa vuelta estás obligado a crear un pedacito de verdad.

MAC: Una excelente definición de lo que es la poesía, o al menos de su poesía, es un verso de Joan Margarit: "Es un atisbo de luz que deja el pasado". Es decir, lo que entrevemos, o creemos entrever, en un instante del pasado remoto o reciente. Los melancólicos habitamos en poesía mejor en el pasado.


JM: Los melancólicos somos los únicos serenos y los únicos lógicos. Lo único que tenemos es el pasado y el pasado es nada. Es una ficción, una mentira. El futuro no existe y el presente acaba de irse.

MAC: Pero piense en la poesía de Whitman, en el Neruda que nace de nuevo a partir de la Tercera Residencia, en Ritsos, en Elytis: es la alegría de la vida, el esplendor de las cosas, la llegada del mar y la luz del sol: todo acaba de nacer. Es la felicidad como vocación. Es la exaltación del presente.

JM: Sí, pero no es lógica. Sabemos que no es verdadera. Sin duda hay bellísimos poemas de Neruda, Elytis y Ritsos, pero su falsedad nos resulta cargante. Los melancólicos, que vamos y vemos hacia el pasado, podemos ser tristes, pero no aburridos o, peor, cargantes. Prefiero al triste que al aburrido.

MAC: En los poemas del Margarit melancólico está lo que se perdió, están la niebla, la penumbra, la oscuridad, lo "gris borroso, el azul perdido"... Hallamos también muchos más espacios cerrados que abiertos.

JM: En el espacio cerrado del cual las personas hemos hecho nuestra casa. Donde no hay un espacio cerrado es en la intemperie y a mí lo que me interesa es la casa que hemos hecho las personas.

MAC: Y sin embargo contradictoriamente está la presencia -la sensación- del mar. Creo que en algún momento usted dice que su escritura "se inicia con el mar".

JM: La evolución de la humanidad ha permitido que se creen los símbolos. Algo pequeño que representa algo mayor o máximo. Quizá el elemento simbólico más poderoso es Dios. Es sólo una palabra, pero es el símbolo abstracto por excelencia. Siendo lo más grande y elevado no sabemos cómo acercarnos a él. Claro, el mar no es Dios, pero junto con el cielo son, detrás de Él, los símbolos más altos. Y yo he vivido en una ciudad que se alzó y creció junto al mar y no puedo ni me interesa ser ajeno a este símbolo. Pero a mí lo que me gusta es el mar vertical, o sea, el que se ve desde tierra. Si se agacha para ver el mar y es horizontal es porque está en un barco.

MAC: En su poesía está el mar, pero usted parece ajeno a las navegaciones.

JM: Le cuento. Desde los 18 o 20 años he vivido en Barcelona, y cuando no he estado aquí es porque he vivido en las islas Canarias, donde el mar tiene una presencia mucho más inmediata y vigorosa. En las islas, hablo sobre todo de Tenerife, no se puede ser ajeno al mar y al volcán Teide. Inclusive escribí un poema donde comparo el Pico del Teide con el Kilimanjaro de Hemingway.

MAC: ¿Qué ha significado para usted Barcelona? En sus poemas suele apuntar fechas y lugares precisos (las Ramblas, el Café de la Ópera, Montjuic...).

JM: He pasado aquí una parte muy importante de mi vida, pero entendiendo no sólo el barrio gótico y el ensanche, sino la periferia. Desde 1980 vivo teóricamente fuera de Barcelona; en la práctica habito en ella. Que mi casa esté en un municipio independiente o en un barrio de una ciudad, depende del humor o las ansias de poder de unos políticos que se hallen o no dispuestos a que un municipio pase a ser un barrio de otro municipio mayor. Da igual barrio que municipio. Podemos decir que yo he vivido en Barcelona, excepto en mi niñez, que fue de continuas mudanzas de casa: un día conté que había morado en una vivienda distinta cada dos años. Pero desde los 18 años podemos decir que he vivido en Barcelona.

MAC: Es un pequeño gran país...

JM: Uno es del sitio en que vivió de los 20 a los 30 años: esa edad de juventud y madurez. Por ejemplo, yo soy proamericano. ¿Qué significa esto? ¿Qué es para mí los Estados Unidos? Debo explicarme. No estoy hablando de política, sino de mi vida. Hablo de los años cincuenta, cuando yo tendría 15 años. Aquella Barcelona era oscura, gris, cerrada, llena del miedo a causa del franquismo de la posguerra. Era una ciudad muerta, o casi. Y de repente Dwight Eisenhower pacta con Francisco Franco y la Sexta Flota viene a Barcelona. Imagínese lo que era ver esos 10,000 marinos jóvenes, altos, bien alimentados, que se paseaban por las calles de la ciudad. Las muchachas empezaron a embellecer sus vestidos. Si entre ellas había prostitutas o no, es otra historia. Los marinos traían dinero a una ciudad donde no lo había. Gracias a ellos escuchamos jazz. Nos llevaban a ver el portaviones y los barceloneses hacíamos colas ante las enormes lanchas de desembarco y en una de esas nos subían a 100 personas para conducirnos al gran navío. Entonces no existía el terrorismo y era inconcebible pensar que eso fuera un peligro. ¿Usted imagina lo que era para un chiquillo, que apenas saboreaba de vez en cuando un caramelo, ver y vivir eso? Eso es Estados Unidos en mi aventura vital y no, claro, lo que pudo representar Bush. La ideología, Marco Antonio, mata a la vida.

MAC: En sus poemas la lluvia cae excesiva y minuciosamente. La lluvia no deja de caer y la ciudad se vuelve más gris. ¿Por qué esa obsesión?

JM: No lo sé. Inclusive llegué a escribir un libro que se llama Luz de lluvia. Tiene razón: ha sido un elemento excesivo. La lluvia tiene características simbólicas: uno, vida: donde no hay lluvia hay sequía; dos, si estás a cubierto y la contemplas desde una ventana, da una sensación de refugio y protección; tres, como la nieve y la niebla borra lo que es demasiado preciso. Son tres efectos que son irresistibles para una persona cuando escribe o habla del pasado.

MAC: Barcelona es el centro innumerable, pero también hay una isla, la isla del tesoro (así la llama usted). ¿Es figurada, emblemática, stevensionamente literaria, real?

JM: Es Santa Cruz de Tenerife, pero con un matiz importante. Es Tenerife, pero en los años cincuenta. Yo llegué allí desde aquella Barcelona pesada, gris, terrible, con los recuerdos de la guerra civil que aún quemaban en las casas. De repente mi familia se traslada a la isla de Tenerife, que está, creo, a 2,500 kilómetros de la costa española, y por tanto, a cinco o seis días en barco de línea y a diez en barco mercante. Tenerife se hallaba lejos, lejísimos, como aquellos poemas de lejanías que leemos en Baudelaire. No había entonces turismo. ¿Qué encuentro allí? Un volcán nevado y mítico, platanares, gente maravillosa que hablaba un español dulcísimo. Llegué a hablar de tal manera el canario que ni los de la isla distinguían que no era de allí. No sabe usted la pena profunda que me causa haber perdido aquel acento. Tenerife es mi isla del tesoro. En un poema mío de Estación de Francia ("Farewell") hablo de esto y de la isla. Después he cometido la torpeza de volver un par de veces. Uno no debe regresar a esos sitios inolvidables porque ya no existen.

MAC: Hablando de islas, hay dos figuras legendarias en su poesía: Ulises y Robinson Crusoe. Yo no siento en su poesía, como en la de estos dos héroes literarios, las navegaciones perdidas. En ellos el círculo que se cierra es el regreso al país natal.

JM: Hay algo que va ligado con el mar y el sentido de lejanía, que usted y yo aún pudimos disfrutar en nuestra juventud, y no tienen los jóvenes de ahora. Hay un poema de Elisabeth Bishop que traduje ("Crusoe en Inglaterra"), pero que ojalá lo hubiera escrito yo, y que es el mejor que se ha escrito sobre el mito de Crusoe. Es el regreso muy tardío a casa. Yo he escrito dos variaciones sobre el viaje y la vuelta de Ulises. Una, por ejemplo, "El desprecio de Calipso": A la diosa le parece bobo que Ulises quiera volver con Penélope, pero lo ayuda y lo aconseja, aunque lo desprecia, para la navegación de vuelta; la otra, en "Ulises en aguas de Ítaca", donde Ulises camina y atraviesa la playa, pero la arena no se mueve y no quedan huellas en la playa porque Ulises no existe. Siempre me ha gustado jugar contra los mitos.

MAC: En sus poemas hay el amor y el desamor. De un lado, numerosas mujeres efímeras que el poema recobra en el instante perentorio o fugaz en que se perdieron; del otro lado, como usted escribió, ha buscado siempre "la misma mujer, la misma ciudad, la misma historia..."

JM: Hay varias maneras de resumirlo. Uno de los libros más exitosos míos es uno que se titula Poesía amorosa. Tiene cerca de 400 páginas. Es interesante lo que se entiende por amorosa en los capítulos que contiene: por mi mujer (Raquel); por mi hija muerta (Joana); por mis otros dos hijos; el amor en general; por los amigos; por la ascendencia familiar que quedó detrás y llegan y aún te empujan, y el amor, claro, por las mujeres, que no son las lícitas ni legales, pero que tal vez en un momento hicieron tu vida más intensa.

MAC: Usted me contó en un viaje andaluz de Córdoba a Lucena una anécdota deliciosa de una vez que su madre y su hermana iban en un auto oyendo la radio...

JM: Sí, y de pronto aparecí yo leyendo ese poema de que siempre he buscado la misma mujer, la misma ciudad y la misma historia... Al oír esto mi madre, ante la risa de mi hermana, exclamó: "¡Sinvergüenza!"

MAC: Pero hablando del amor familiar, en el poema "El banquete", lo que hace usted es más bien un voladero de cabezas.

JM: Es un poema de amor.

MAC: No, no lo veo como un poema afectivo...

JM: Claro que sí. Acaba diciendo: "A pesar de los monstruos nos une el amor". Los monstruos es la sociedad inmediata que te impide ser feliz o te impide amar. Sólo en altamar sobrevive el amor, como dice Maiacovski, o no sé si lo digo yo en un poema sobre Maiacovski. Es un error traer ese amor hasta la costa; acaba despedazándose en los escollos.

MAC: Los poemas de amor paternal, los que escribió por sus hijas idas (Ana y Joana) son de tristeza y dolor, de piedad y ternura.

JM: Ana murió muy pequeña. Es un impacto, pero no hay tiempo para producirse otra cosa que este impacto. Yo tendría como 28 años. En cambio Joana es una persona absolutamente clave en mi vida. Era deficiente psíquica y física. Es alguien sin otra herramienta para ir por el mundo y defenderse del mundo que el amor. Joana lo entendió enseguida. Era toda amor. Alguien así no parece de este mundo. Cuando entra en el quirófano final le dice al cirujano que lo ama y el cirujano sale llorando porque ningún paciente en su vida se lo había dicho antes. Joana sabía escuchar dos horas música de Bach o de jazz. Joana sabía escuchar pero no sabía -no podía- escribir. Fue tan clave para mí que escribí ese libro llamado Joana (2002). Vulneré ese principio básico de la poesía, según el cual consiste en hablar, no de sentimientos, sino de experiencias de sentimientos. Hablar de sentimientos produce normalmente un mal poema. Yo no tenía tiempo; no podía esperar, y así lo dije en el libro. Fue cuando me enfrenté con la poesía y me dije: "De acuerdo, pero si ahora no me sirves, hemos acabado". También por esto es muy importante para mí este libro.

MAC: Nacido en 1938, le tocó vivir más de 37 años de franquismo. ¿Lo recuerda como un mal tiempo? Aun dice usted en un poema ("Autorretrato") que no fueron "los años más felices de mi vida".

JM: ¡Un momento! Decir que "no fueron los años más felices de mi vida" se refieren a una infancia. Ese verso es una réplica a Jaime Gil de Biedma, ahí juego a distanciarme de él, porque Jaime escribió en un poema, que los años de la guerra civil (1936-1939), fueron los más felices de su vida. Claro, él era un niño rico, lo llevaron a Segovia, donde no se enteró siquiera de la guerra. Y yo respondo: "No, yo sí me enteré poco después, y no fueron los años más felices de mi vida". Nadie puede decir de una guerra civil que son los años más felices de su vida, aunque sea verdad, aunque sea solamente por conmiseración a quienes murieron o sufrieron tanto. Por eso lo escribí y no por hacer alarde de mi infelicidad. La guerra civil no la recuerdo; sólo tengo los recuerdos de mis padres, y entre ellos o dentro de ellos, una mezcla donde no sé si la verdad lo es o no, o hasta qué punto lo es.

MAC: ¿Sus padres tenían simpatía por algún bando?

JM: ¡Qué va! Estaban muertos de miedo como el 90% de los españoles. Se hallaban en Ávila en viaje de novios. Se casaron, imagínese, en julio de 1936. Por poco no tuvieron tiempo de coger el tren de vuelta a Barcelona. No tenían dinero. Mi madre, que era maestra, venía de un pueblo de pescadores, y mi abuelo paterno llegó a Barcelona a trabajar como mozo de carga.

MAC: Hay un poema donde usted habla de tener "una víbora por patria" y dice de la noche de este país que "es un juez vestido con una toga negra".

JM: Mi relación con España, al igual que con Barcelona, es de amor-odio. No puedes amar sólo a tu patria y tu ciudad. El patriota a tiempo completo es poca cosa.

MAC: Yo prefiero hablar de país y de patria. El patriotismo es la vindicación de la sangre.

JM: A mí me asustan palabras como sangre o patria. Por mí pueden irse para siempre al carajo desfiles, discursos, escudos, himnos y banderas.

 

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