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Actualización: 24/01/2012
Álvaro Castillo Granada
Encuentro con Piedad Bonnett
El autor se confiesa fiel lector de Piedad Bonnett tanto en su faceta de poeta como de novelista, y comparte con nosotros una conversación entre ambos, rodeados "por sus libros, fotos y objetos, acompañados por un tinto", una tradición muy colombiana.
- Eugenio Montale escribió alguna vez: "En cada vida hay muchas vidas. No son Memorias. Son imágenes". Nuestra memoria está formada por una suma de imágenes que cargamos de sentido con el paso del tiempo. Esta novela (tu cuarta novela) está construída y narrada a partir de imágenes. Me recuerda inmediatamente esos libros, que muchos leímos en la infancia, que contaban/narraban historias a partir de textos e ilustraciones. A veces mirábamos unas o leíamos otros. Los dos hacían la historia. Esto también le sucede en algún momento a la narradora de la historia. Para empezar. Piedad: ¿cuál es la imagen que tienes de tu primer encuentro con los libros, con la lectura?
- La primera imagen es de un libro que se llama El jardín de lilolá. Tendría por ahí tres años... Y era un libro que me parecía fascinante. Yo creo que mi mamá me lo debía leer, aunque yo aprendí a leer muy rápido, entre los tres y los cuatro años. Y luego me veo de la mano de mi mamá, atravesando el parque del pueblo, para ir donde una señora, ya no recuerdo cómo se llamaba...pongámosle Belarmina, que tenía la magnífica idea de alquilar libros. Ella hizo su biblioteca, donde la gente iba, pagaba unos centavos y le daban a uno un libro. Y ella tenía libros para niños, que en mi casa no había muchos. En mi casa había libros para grandes. Mi mamá me llevaba, pagábamos, traíamos un libro, lo leíamos y se lo devolvíamos a la señora. Eso lo hacíamos todas las semanas.
- ¿Qué libros para grandes recuerdas en la biblioteca de tu casa?
- No había muchos. Unos libros de historia, los cuadernitos de poesía de Simón Latino, toda la colección de Selecciones, que para mí eran como libros porque yo me leía la parte del relato ese grande que viene al final... Y había unos libros que se supone eran "prohibidos", como algunos de Vargas Vila... Estoy hablando de la más remota infancia, cuando vivíamos en un pueblo. Eso es lo que recuerdo. Era una biblioteca pobre de una persona a la que le fascinaba leer, que era mi papá, pero que seguramente no había tenido muchas oportunidades. Y a ese pueblo yo no creo que llegaran muchos libros.
- Narrar a partir de imágenes que se llenan de sentido puede ser también una forma de "puesta en escena". La narradora de El prestigio de la belleza dice en un pasaje de la novela: "en este momento del relato conviene". ¿Cómo fue tu acercamiento al teatro? ¿Cuál género de los que has cultivado fue el primero que quisiste y te atreviste a enfrentar?
- Cuando tenía por ahí diez u once años empecé a versificar. Eso no era poesía, claro. A los trece años, en el internado intenté escribir mis primeros poemas., que eran más o menos copias de lo que estaba leyendo. Cuando entré a la universidad, y ya con una decidida vocación literaria y de escritora, realmente lo que yo quería escribir era cuento, un género que aún me seduce. El teatro lo he hecho solamente porque Ricardo Camacho me lo ha pedido, porque yo fuí profesora de dramaturgia en la escuela del Teatro Libre, porque di clases sobre Shakespeare durante mucho tiempo en la universidad... Aprendí a conocer las reglas del teatro y me quise probar a mí misma que era capaz de hacer eso que me estaban invitando a hacer. Y además tenía la garantía de iban a montar mis obras. ¿Qué dramaturgo trabaja así? Era una oportunidad importantísima que me daba la vida. De todo lo que he hecho lo más difícil, para mí, es el teatro. Enseguida la novela. Y lo que creo que de alguna manera "se me da", de manera más natural, es la poesía.
- ¿Algún recurso teatral, dramatúrgico, te ha ayudado al escribir una novela?
- Tal vez. Ciertas escenas dramáticas o cómicas pueden haber sido pensadas como teatro. Pero se me hace más claro a la inversa. La novela incide a la hora de hacer teatro. Y sobre todo la poesía. El saber qué es la poesía, en teatro, funciona muy bien.
- ¿Por qué?
- Porque la poesía es síntesis y su lenguaje permite superar lo puramente literal. Hace que la gente acceda a un plano más simbólico.
- Alvar, uno de los personajes de tu novela Para otros es el cielo, al ver alejarse a Irene piensa que "Lo persiguen imágenes, no pensamientos". ¿Qué imágenes te perseguían cuando emprendiste la escritura de El prestigio de la belleza?
- Innumerables... El toro saliendo del matadero, corriendo, y la gente gritando... Mi mamá poniéndome un moño en el pelo y unos vestiditos todos bonitos... Y yo recitando en un escenario con muchísima gente mirándome... Las monjas y un colegio que me parecía siniestro. Un pueblo... Una gran plaza, una iglesia tremenda, dentro de esa iglesia unos santos miedosísimos. Las escenas que vi en esa iglesia de la representación de la muerte de Cristo. Muchas imágenes que ya no sé si están en esta novela o en mi poesía, como la primera vez que vi una libélula... Cuando supe que ese animal se llamaba "libélula" me pareció maravilloso. Su belleza, las alas transparentes... También las luciérnagas. Me acuerdo cuando vi por primera vez que un animal se encendía y se apagaba... De ahí se desatan todas las imágenes del mundo. Yo salí a los siete años de Amalfi. Cuando regresé, cuarenta años después, me paré en una esquina, con el fotógrafo que iba conmigo y una persona del pueblo, y les dije: "Les voy a decir dónde era todo". Y empecé a andar: aquí era la notaria donde trabajaba mi abuelo, la casa de mi abuela... Yo me acordaba de absolutamente todo. Fue una emoción de las más fuertes que he tenido porque, aunque cuando ya miraba las cosas encontraba que había una pequeña brecha entre la realidad y la memoria, yo me podía mover por ese pueblo del que había salido chiquitica con una seguridad impresionante.
- ¿Por qué no regresar a Amalfi durante cuarenta años? ¿Por qué regresar después de cuarenta años?
- Pues te voy a contar, porque es tristísimo. Yo no quise volver para no matar los recuerdos de la infancia. A pesar de que esta estuvo plagada de terrores, de muchos e infinitos terrores - el descubrimiento de la enfermedad y de la muerte de otros, porque era la llamada época de la violencia; mis días de colegio, que no fueron gratos, y otras cosas peores, los santos, los sustos nocturnos, el miedo al infierno, y a mi papá, que era un señor muy bravo... - en mi conciencia ese pueblo era hermoso, la idea misma de la felicidad. En mi memoria predominaba lo bello y por eso no quise volver nunca. Y alguna vez formulé esto en alguna entrevista y la revista Soho se propuso mandarme. Y como yo nunca lo habría hecho por iniciativa propia me pareció que valía la pena correr el riesgo. Me fui. Y fue durísimo. No por lo que vi: un pueblo relativamente conservado, donde tuve emociones muy hondas, algunas tristes, como encontrarme con mi casa convertida en bodega, o fuertes, como encontrarme con amigos de mi papá que eran ancianos que iban a morirse al día siguiente... sino porque cuando regresé e hice la crónica para Soho, con el amor más inmenso, con todo cuidado y esmero, sabiendo que eran páginas definitivas de mi literatura, esa gente del pueblo se puso muy brava. Y es que yo creo que a los lectores no les tiene por qué interesar lo que yo sentí de chiquita o mis propias emociones, y lo que hice entonces fue una semblanza de un pueblo que se había transformado. Hablé de un lugar en donde, cuando yo era niña, pasaban cosas como que durante el Corpus Cristi en cada esquina había una representación teatral, como en cualquier pueblo de la Edad Media; y donde cada tanto se zafaba un toro haciendo que la gente corriera y se metiera en las casas... Y el toro era como una fuerza aterradora dando vueltas por ese pueblo mientras unos señores con unos lazos trataban de cogerlo... Un pueblo a donde cada tanto traían gente del monte vuelta picadillo. Pero también hablé de un pueblo más reciente, un pueblo minero, con guerrilla, paramilitares, narcos, como tantos pueblos de Colombia. El de los hermanos Castaño y el de los hermanos Rendón, "Monoleche" y "Don Mario"; ahí han pasado cosas aterradoras; allá el ejército colgó los cadáveres de los guerrilleros del ELN y los paseó por encima de ese pueblo, ese pueblo tiene que estar lleno de dolor y de odio.... Pasaron cosas bárbaras. Yo tenía que contar algo de eso. Y entonces a ellos les pareció que esto no era el texto turístico que estaban esperando, donde dijera que Amalfi es el pueblo más lindo de la tierra, y ya; que lo es en parte, porque tiene un río precioso, que es el río Porce, y porque está entre montañas, una belleza... Pero como escritora mi deber era hacer esto. Entonces reaccionaron con rabia y sacaron unas cosas aterradoras por la red, insultos soeces... Yo comprendí entonces que tenía razón y que no he debido regresar a ver la realidad. Que la única realidad era la que yo tenía en la cabeza y que esa era la que valía la pena.
- Hace un momento hablaste del cuento. He encontrado y leído dos cuentos tuyos escritos hace mucho tiempo: "El puente" y "Hasta mañana..."- Siento que ellos, de alguna manera muy sutil, ya está el germen de lo que después has contado e tus novelas: la intimidad de la mujer frente a su destino, su historia, enfrentándose, padeciéndolo. Tomando opciones y decisiones. Asumiendo el destino. Me llama mucho la atención "El puente" porque es un cuento que evidentemente está escrito por una persona que tiene una militancia política de izquierda (que imagino que debía ser con el MOIR). ¿Qué recuerdos tienes de esos primeros cuentos? ¿Hay otros de esa época? ¿Has vuelto a escribir cuentos?
- Yo me acuerdo de los momentos en que escribí esos cuentos como momentos de felicidad. Y en lo que tiene que ver con "El puente", sí con una militancia política. Yo entré a la universidad con unas tendencias ya muy liberales y pronto me incliné a la izquierda. Allí descubrí que soy una persona eminentemente política, que todo el tiempo está viendo al mundo en términos políticos, aunque me resulta muy difícil trasladar eso a la literatura haciéndolo obvio, expreso. En el otro cuento, en cambio, ya me meto en un mundo íntimo, que es a la postre el que más me ha gustado desarrollar.
- Creo que tu libro de poesía donde se siente más ese interés y esa preocupación política tuya es Tretas del débil.
- Sí. Pero el sitio donde de verdad cuaja ese interés es en Siempre fue invierno. Allí estoy hablando de temas que siempre me han interesado: de las torturas de la época de Turbay Ayala, del resentimiento, del tema de las diferencias sociales, que también siempre me ha interesado mucho. Está ya planteado en la primera novela, Después de todo, a través de una niñita que pertenece a una clase social diferente de la protagonista.
- ¿Y has vuelto a escribir cuentos?
- Sí, sí he vuelto a escribir cuentos. Durante la universidad escribí todo un libro de cuentos que por fortuna no salieron a la luz. Luego escribí un cuento a instancias de Peter Schultze-Kraft. Gocé mucho haciéndolo pero no creo, ni mucho menos, que sea un buen cuento. Y ahora, hace unos dos años, intenté volver a empezar a escribir cuentos, pero me sentí derrotada otra vez.... El cuento es el género más difícil de todos. Yo creo que yo ya no pude ser cuentista.
- Es muy hermosa la forma como se cuenta en la novela la llegada de la poesía a la vida de la narradora: "(...) sonido, pero también una manera divertida de jugar a desbaratar la lógica de las cosas". ¿Así lo fue para ti? ¿Es también eso para ti la poesía?
- Primero que todo música. Cuando mi papá, que era un señor serísimo, de pronto decía unos versos, a mí me parecía de lo más extraordinario. Lo que a mí más me gustaba era como sonaban. A veces no entendía ni la mitad de lo que decían pero lo que sonaba me parecía extraordinario. Y claro, también estaba esa subversión del sentido que uno comprende rápido que es lo que hace la poesía.
- Los cuatro epígrafes que lleva la novela nos preparan y condicionan para lo que vendrá. Son preguntas que el autor y el narrador se hacen y nos hace, también, a los lectores. Has dicho que es una "autobiografía falsa". ¿Qué es esto? Un autor que a los dos nos fascina, Bohumil Hrabal, escribió su autobiografía, Bodas en casa, narrada por su mujer.
- Toda autobiografía es falsa. Es una invención de uno mismo. En el peor de los casos para mejorar la imagen que los demás tienen de uno. Creo que algunos escritores lo hacen así. Escogen solo lo relevante que los embellece. Lo mostrable. Yo opté por mostrar una parte de mí que de cierta forma es un poquito ridícula, un poquito cómica. Siempre he encontrado mucho encanto en la gente que es capaz de reírse de sí misma. Me gustó, además, como académica que he sido siempre, jugar con lo autobiográfico y lo falso, que no es sino una forma de poner a reflexionar al lector sobre el arte de la literatura. Ya la memoria es falsa, semifalsa digamos. Por más nítidos que tengamos los recuerdos, las impresiones sobre esos recuerdos o el entorno de esos recuerdos pueden estar tan desdibujados que hacen que interpretemos cosas distintas a las que se dieron en la realidad. Pero si, además de eso, lo pasamos por la palabra, que hace unas exigencias que son estéticas, entonces ya tenemos una doble elaboración de la memoria. En mi caso tomé una decisión desde el comienzo: soy yo pero no soy yo. Como otros personajes de mis novelas, Ana, de Después de todo, soy yo pero no soy yo. Entonces me lancé de una vez con libertad. No tratando de precisar cómo era el recuerdo sino agarrando los recuerdos al vuelo y poniéndolos en función de una niña que iba en un camino muy decidido, que yo de alguna manera le había trazado, que era simplemente el camino del desarrollo físico, desde el nacimiento hasta los quince años.
- En tu novela Después de todo, que acabas de nombrar, hay un momento en que Malena le dice a Ana: "Los recuerdos son ausencias". ¿Cómo se narran las ausencias?
- Una ausencia no tiene representación. Muchas veces cuando yo escribo sobre alguien ausente en un poema la imagen que me viene a la cabeza es la de un agujero negro. Por la imposibilidad de la palabra de agarrar la ausencia. Creo que incluso a veces he tratado de poner eso en imagen. No me seduce la idea de, digamos, rellenar como si se tratara de un hueco. Sino ir por los lados, aludir, abordar al sesgo. O crear sensaciones y atmósferas. Crear el vacío hasta donde se puede.
- Todos los seres humanos somos una suma de "yos". ¿Cómo conciliarlos a la hora de escribir? ¿Cuál es el "yo" o los "yos" que escriben El prestigio de la belleza?
- El "yo" más evidente para mí en El prestigio de la belleza es el de una mujer con un recorrido intelectual muy largo, una mujer llena de referencias cultas en la cabeza y de conciencia sobre lo que es el arte de narrar. Esa es la que está en un primer plano. Y esa que está en un primer plano recupera una niñita que no ha dejado nunca de vivir en ella. Dicen que los poetas en general somos un poco infantiles. Aunque por ahí leí a otro escritor que dice que esto es una perogrullada idiota. Creo que lo dicen por la forma de pensamiento que tenemos los poetas. Yo pienso que también en mí hay una condición infantil eterna, que es la que me lleva a escoger esa niña porque es fácilmente recuperable. Yo he conocido hombres muy jóvenes que parecen muy viejos. La gente que más me gusta es la que, siendo adulta, a veces se aniña en su manera de relacionarse con los demás. La que tiene audacias, ciertas irresponsabilidades, la que es capaz de jugar. Digamos que entre esos dos "yo" se teje mi novela. Pero hay otros "yos"...muchos, infinitos... Algunos "yo" que se avergüenzan de cosas. También puede estar el "yo" un poquito soberbio que se ve como una persona especial y distinta. Lo que me tocó fue, digamos, negociar con esos "yos" para ver hasta donde los mostraba. Y hacerme la pregunta de en qué momento puedo empezar a hacer el ridículo. Y en qué momento no me conviene presentarme con mi verdadero rostro.
- ¿El que escribe puede ser, como dice el narrador en algún momento, un "ángel invisible y voyerista"?
- ¿Yo lo digo?
- Sí.
- Claro que sí. Yo no sé si un ángel o un demonio. Yo creo que más bien un demonio. Es que nosotros los escritores somos voyeristas. Totalmente voyeristas. Nos podemos imaginar incluso muy vivamente que está pasando detrás de una puerta cerrada. Porque sobre todo somos fisgones. A mí particularmente el chisme me gusta y me gusta también la noticia truculenta. Me gusta todo lo que el mundo me pueda deparar como historia. En ese sentido creo que somos mucho más voyeristas y desvergonzados que los seres muy decentes que se paran discretamente en el borde de las cosas y no preguntan más. Uno siempre está preguntando aunque sea de maneras muy soterradas para sacar información de los demás.
- ¿Cuáles son "los placeres de la tristeza"?
- Yo sí creo que hay unos placeres inmensos en la tristeza. Sé que eso nace de una visión romántica del mundo. Por ejemplo, cuando tengo una pérdida, me gusta recuperar el recuerdo y regodearme en una cierta tristeza. Traer cosas a la memoria. Hay gente que pone una barrera, echa tierra, pasa la página. Yo no soy de esas. La tristeza es muy creativa. Cuando tú estás en un estado de euforia y felicidad no tienes un impulso creador tan grande como cuando estás triste.
- Hay un momento en la novela que para mí es fascinante: cuando la niña se encuentra, sin saberlo, con la Divina Comedia. Voy a contarte algo: yo tuve cuando niño esa misma experiencia. Ver el cielo, el purgatorio y el infierno a partir de las ilustraciones de Gustave Doré para este libro. Y creer que son reales. ¿Cómo fue ese encuentro con Dante?
- Yo creo que debió ser en El tesoro de la juventud. Ahí fue donde yo vi las primeras imágenes. Esas imágenes en blanco y negro eran poderosísimas.
- ¿Cuál es el encanto, la fascinación, que tienen las historias de terror?
- Hay una cosa de lo más paradójica, que la mayoría de la gente siente, pero sobre todo los niños: que el terror produce felicidad. Recuerdo cuando uno estaba jugando, encerrado, por ejemplo, en un clóset y lo encontraban, y uno sentía terror y daba un chillido como de felicidad... O en lo oscuro. Un susto que le pega a uno otra persona. Hay una cosa morbosa en la naturaleza humana que nos hace ir hasta el borde de lo espantoso, de lo que aterroriza. Yo no soy una aficionada al género de terror. Lo odio. Ahora, en mi vida adulta, jamás me vería una película de terror. Pero los niños sí. Es a los niños a los que me refiero ahí.
- La muerte ronda todo el tiempo la historia que cuentas. ¿Cuál es, ahora, el "prestigio de la muerte" del que hablas?
- Yo creo que no hay prestigio más grande que el de la muerte. Nosotros, finalmente, nos podemos burlar de la muerte, pero sólo cuando creemos que ella está muy lejos. Pero la idea de la muerte va siempre aparejada a la solemnidad. Y al silencio, al respeto. De ahí nace su prestigio: todos sabemos que es inevitable. Necesariamente tenemos que respetarla.
- Volviendo un momento al teatro: ¿jugar o representar?
- Jugar.
- Este libro, a medida que avanzamos en su lectura, es como "las láminas, casi todas en blanco y negro (...) que ilustraban los cuentos, siempre inquietantes y misteriosos. Su condición de meros fragmentos, de elementos desprendidos del conjunto, que prometían historias extraordinarias, las hacía fascinantes". ¿Esa sucesión de imágenes que para muchos es la infancia encuentra su forma ideal en la escritura fragmentaria?
- Yo creo que sí. Y es en esa medida que puede haber poesía en la recreación de la infancia; cada una de esas imágenes tiene una potencia comunicadora que no necesita estar enlazada con otras de manera causa-efecto para producir en el lector lo que uno quiere que se produzca: un regreso a su propia infancia.
- Otro momento de identificación que tuve con esta novela es la fascinación que tiene la narradora con la revista Selecciones. Yo también me la devoraba cuando niño. ¿Qué recuerdos tienes de estas lecturas?
- Lo que evoco son horas y horas en contacto con unas páginas que brillaban de una manera especial y que tenían una textura deliciosa. Siempre me evoco en una semipenumbra y en un cuarto de techo altísimo. Yo tendría seis o siete años y me encantaban las tramas, transitar por historias que hoy tal vez me parecerían ridículas pero que en ese entonces me jalaban, me incitaban a ir hacia adelante buscando el desenlace.
- ¿Qué lecturas, qué autores, acompañaron la escritura de esta novela?
- Muchos. Algunos de lecturas recientes. Amélie Nothomb, a quien le doy crédito en el epígrafe, porque de alguna manera me reveló la estructura episódica y el tono distanciado, que salva del sentimentalismo. Doris Lessing, a quien estuve leyendo largamente mientras escribía la novela, que despertó muchos de mis propios recuerdos pero que me hizo saber que yo no quería escribir unas memorias como las suyas, sino una novela. Juan José Millás, con El mundo, que me dio esa visión mágica, fantástica, de la historia. Me releí también Infancia, de J. M. Coetzee, y Un niño, de Thomas Bernhard. Pero no solamente estaba leyendo ese tipo de literatura, de manera que ya no puedo discriminar mis influencias. Quizá mis libretas podrían revelar algo de mi proceso, de mis saqueos. También leí filosofía sobre la belleza. Textos de estética. Los libros de Umberto Eco sobre la belleza y la fealdad. Alguna que otra anécdota que pongo en la novela está sacada de sus libros. Repasé todas esas imágenes de lo bello y de lo feo. Fue una pequeña pesquisa apoyada por todo tipo de lecturas.
- Si "la belleza no sirve para nada, es inútil", ¿en dónde radica su prestigio?
- Precisamente en eso: en que es inútil. El mar servirá para transportarse pero no es eso lo que nos conmueve. Es su belleza, su misterio. O el cielo. O el sol. Antes que la utilidad de todas esas cosas el prestigio nace de su belleza, tan poderosa.
- ¿Cuál es la belleza de la imaginación que se encuentra en la "literatura ligera y sin pretensiones"?
- Bueno, eso lo dice mi protagonista, no yo. Y me imagino que la literatura ligera es aquella que va muy rápido y en la que pasan cosas que incitan no a detenerse sino a ir hacia adelante. La literatura que yo considero "ligera" siempre la introduzco en mi vida a manera de descanso. Ligero para mí es lo que me hace transitar por ahí sin cansancio. Un libro como el de Juan José Millás yo lo considero literatura ligera, siendo muy bello. Es ligero comparado con la literatura que yo frecuento, textos a menudo muy pesados y muy densos. Pero para otra gente puede que no...que Millás no sea ligero. Ahora, yo creo que la literatura sí puede tener altísimas pretensiones. Es la literatura que más respeto, la que más pretensiones tiene.
- ¿Cómo fue tu encuentro con la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer? Para mí fue, como para la narradora, un don, una revelación, siempre asociado al amor.
- Yo estaba entrando a la adolescencia. Tenía doce o trece años y alguien me regaló un libro de Bécquer. Me acuerdo todavía que tenía unas pastas rojas. Fue entrar en el tema del amor e intuir que eso traía unas emociones extraordinarias. Como ya había amores, aunque imaginarios, en ese momento, pude unir la literatura y la vida de esa bella manera. Bécquer es un escritor que cala (¿o calaba?) mucho en los adolescentes. En algún momento de mi vida tuve que volver a él como maestra y leerlo. Es encantador pero no es un poeta que yo pudiera tener hoy en mi mesa de noche para leerlo.
- El narrador dice en un momento: "Quería amarme a mí misma mientras los escribía. Quería que mi tristeza fuera bella". ¿Así concebías, concibes, la poesía?
- Transformar en belleza el dolor, sí. Tal vez una de las grandes misiones de la poesía sea esa. Transformar la alegría y el dolor en belleza. Lo de amarme...no sé...uno a veces ama el poema en que se prolongó, pero no siempre.
- ¿Cómo no desdibujar los personajes y perder la noción de los detalles a medida que se avanza en la escritura de fragmentos?
- Ellos están tan vivos dentro de uno, tienen tal consistencia, que ni siquiera es necesario recurrir ni a la descripción exhaustiva. No. Pequeñísimos rasgos de los personajes pueden dar cuenta de ellos cuando están creados con toda la fuerza de la convicción. El padre, Margarita, mi acudiente...para mí eran personajes que estaban completos a través de muy pocos elementos. No sé para el lector.
- ¿Por qué crees que esta novela suscita en los lectores un efecto tan grande de identificación? Uno siente que este libro despierta cosas y que fue escrito para uno.
- Eso que me dices es un elogio. La primera determinación que tomé fue hacer de mis experiencias algo colectivo, que tuviera resonancia colectiva. Aunque creo que a veces estoy hablando de cosas muy íntimas. La primera y más importante: ¿cómo nos veían cuando éramos chiquitos? Creo que de alguna manera todos tenemos ese recuerdo. Amélie Nothomb se veía como la más bella de las bellas. Porque sin duda lo era y todos alrededor se lo hicieron sentir. Como a los niños bellos. A los niños bellos todos los llenan de caricias y de besos. Al otro niño que está al lado, que es feíto, el que tiene los ojos apachurrados, no lo miran. Uno resentía cuando al del lado le hacían el gran elogio y sobre uno callaban. Yo creo que todos nos podemos sentir identificados, o porque hemos sido bellos (que no es mi caso) o porque no lo somos. Pero además la novela toca muchas cosas que no son la belleza y que nos conciernen a todos. ¿Cuándo supimos por primera vez de la muerte? ¿Cuándo sentimos que éramos vulnerables, que éramos cuerpos y que nos podíamos enfermar? ¿Cuándo la autoridad nos hizo sentir un rechazo horrible? ¿Cuándo sentimos odio por primera vez y ganas de salir corriendo, o de morirnos? Traté de explorar mi propio mundo con verdad.
- Hace un momento me nombraste a algunos autores que te acompañaron en esta novela. ¿Qué escritores colombianos te acompañan en la escritura?
- Pocos. Que me acompañen...casi ninguno. De pronto José Manuel Arango. En esa novela estuvo presente la memoria de León de Greiff y de Porfirio Barba Jacob. Es la memoria. No me acompañan en la escritura. García Márquez entra cada tanto a decir cosas. Pero más para apartarse uno de lo que él hizo que para de alguna manera imitarlo. El mundo de referencias mío de la literatura colombiana, a pesar de que la conozco muy bien, es realmente mínimo. Mis grandes referencias están en otro lado. Rusos, la literatura anglosajona o la centroeuropea, que es la que llevo leyendo veinte años. Esas son las referencias de mi narrativa. Tampoco la latinoamericana. Por ahí no están.
- Voy a preguntarte por dos autores que sé que te gustan: un norteamericano, Truman Capote, y un centroeuropeo, el checo Bohumil Hrabal. ¿Qué es lo que tienen que te llega a ti?
- Capote me enseñó a ser sintética y a incorporar la poesía de una manera muy sutil. De manera puramente verbal. De repente una metáfora. Aunque queriéndolo muchísimo y considerándolo uno de mis maestros fundamentales, creo que ya no me influye directamente. Yo diría que me influye más Bohumil Hrabal por su espíritu poético, que fue lo que básicamente me transmitió. Ese sí me acompaña a veces y en esta novela me acompañó por momentos. Ritmo. La música del mundo a través de la palabra. La presencia muy fuerte del yo. Ese transfondo autobiográfico que uno reconoce en Hrabal. Y también y el humor. El humor y la poesía juntos. Yo lo que quise siempre fue escribir una novela como las de Hrabal. Pero yo creo que ya me olvidé de eso. Tal vez El prestigio de la belleza sea lo más cercano a lo que alguna vez quise hacer.
- El narrador colombiano por antonomasia en el que siempre pensamos por su manejo del "yo" es Fernando Vallejo. ¿Lo lees?
- Me lo he leído todo, pero no pienso comprar ni un solo libro más. El último no me lo compré. Ya no me interesa mayormente. Me parece que Vallejo es un narrador con mucha fuerza, pero demasiado cargado ideológicamente, repetitivo, egocéntrico. Lo que tiene es nostalgia y furia. Y su pensamiento es a veces muy reaccionario, muy conservador, aunque parezca lo contrario. En el fondo, un moralista, y esto no es algo peyorativo. Lo comparo con un gran autor al que yo reverencio: Thomas Bernhard. Thomas Bernhard, que tiene mucha furia, no tiene ninguna nostalgia. Me parece que es un narrador más fino, menos obvio. Están muy relacionados. Podrían ser una conciencia de un país cada uno de ellos pero en Vallejo hay demasiado cinismo. Más del que yo puedo tolerar.
- ¿Escribir puede ser, también, luchar por darle forma "al incendio que llevaba dentro"?
- Claro. Yo no he hecho sino apagar incendios con la literatura. Con la que yo hago. Y con la que leo también. Afortunadamente siempre tengo incendios...qué tal que no tuviera... Algunos incendios son muy dolorosos. El incendio que llevo adentro lo voy poniendo en cada uno de los libros y espero que lo que hay de fuego en ese incendio mío se traduzca en otro tipo de incendio, que es el incendio de la belleza, el calor de lo que está muy vivo, de lo que es complejo.