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Actualización: 05/09/2012
Traducir a través del tiempo
Por Julia Escobar
"Un texto puede ser inmortal y, sin embargo, su traducción habrá de ser revisada periódicamente, porque en ella la lengua no cesa de revalidarse y de adaptarse al aire de los tiempos."
Si es cierto, como decía Valéry que la historia de la literatura es la historia de una larga digestión, entre los precipitantes de la misma no podemos olvidar la traducción como elemento primordial de la transmisión literaria a escala universal. Escribimos y traducimos a través del tiempo (Steiner dixit) y eso, en traducción, implica forzosamente la vuelta a textos ya traducidos o, si se prefiere, a la retraducción. Sin embargo nada hay menos definitivo ni menos fijo que una traducción, al menos teóricamente. Un texto puede ser inmortal y, sin embargo, su traducción habrá de ser revisada periódicamente, porque en ella la lengua no cesa de revalidarse y de adaptarse al aire de los tiempos. Cada época tiene su manera, o si se prefiere, su estilo de traducir: el que impera en el momento en que le toca a vivir a su traductor y que va referido a la evolución de la lengua. Para entendernos, el texto original permanece idéntico porque fue escrito en un tiempo determinado, ya inamovible, pero la traducción cambia porque la lengua del traductor cambia.
Sí, de acuerdo. ¿Pero es verdad? Porque, como siempre ocurre con estas reglas, la teoría va más deprisa que la práctica y si una traducción dada, bien sea por la reputación del autor, la pericia del traductor o la solvencia intelectual de sus comentaristas, ha prendido con fuerza en el imaginario del lector, cuesta mucho trabajo “renovarla” aunque hayan pasado esos hipotéticos cincuenta años que prescribe la teoría de la retraducción de los clásicos. Todo esto es especialmente cierto en poesía. Y aprovecho para afirmar que lo que se dice de la imposibilidad de traducir poesía son pamplinas. Traducir poesía, como traducir cualquier otra cosa, es posible por dos razones. La primera porque se hace y la segunda porque es eficaz. Muchos lectores se han convertido también en poetas y en escritores gracias a esas traducciones supuestamente imposibles. Cuando un lector, o una generación entera de lectores, se han entusiasmado con un poeta extranjero a través de una traducción, ya no querrán saber nada de ninguna otra versión. En cierta ocasión oí recitar poemas del Romancero gitano a un grupo de franceses que se lo sabían de memoria. Pero yo no pude reconocer los versos que me habían acompañado toda la vida porque esas personas repetían una traducción francesa considerada canónica. Y lo hacían con el mismo entusiasmo y la misma convicción que si se tratara de las palabras y ritmos originales. Para ellos era como si estuvieran recitando al mismísimo García Lorca, y así era, como hacemos los españoles con las versiones de Shakespeare de Astrana Marín, superadas sin embargo por las de Ángel Pujante, o con el Cavafis de José Ángel Valente, el cual, como todo el mundo sabe no tenía ni idea de griego y lo tradujo por helenista interpuesta. Pero da igual. Acertadas o no, son traducciones eficaces, y en eso reside la magia y el enigma de la traducción poética.
No por ello debemos rendirnos. Hay que seguir trabajando en pro de la revitalización de la lengua a través de una traducción lo más acertada posible, de acuerdo, pero sobre todo poética, pues como decía Hölderlin el hombre está lleno de méritos y sin embargo es poéticamente como habita en esta tierra. ("Lleno de méritos está el hombre/mas no por ellos, por la Poesía/hace de esta tierra su morada”, en traducción de Juan David García Bacca). En este sentido echo en falta en la traducción poética el cultivo de la experiencia directa de la lengua de partida, y cierta negligencia en la actualización de la propia. Eso hace creer a muchos escritores que basta con serlo para alcanzar un alto grado de precisión poética. Hay, no obstante, sonados fracasos al respecto. Baudelaire destrozó a Poe, Galdós a Dickens, Salinas patinó con Proust y Jorge Guillén convirtió a Valéry en aquello que tan malévolamente decía Juan Ramón Jiménez del poeta francés, en “un muerto muy inteligente que escribe”.
Y a propósito de experiencias directas, no excluiré tampoco las sensoriales. En un viaje por el Sur de Francia, fui a Sète, a visitar el cementerio marino donde yace Paul Valéry y que él cantó en su famoso poema. Y allí arriba, en la loma donde está su tumba, casi cegada por el reverbero del sol del mediodía, pude comprobar la precisión de aquella sorprendente imagen del poema de Valéry en el que el mar se alza como un muro azul, esplendente y vertical, ante los ojos del poeta. Me vino a la memoria La noche oscura del alma de San Juan de la Cruz y aquella luz que le guiaba “más cierta que la luz del mediodía” y entendí perfectamente cómo se podía resolver el escollo que se presenta en la primera estrofa del Cementerio marino y en el que tropezaron sus más de 35 traductores españoles e hispanoamericanos que lo han traducido, traducciones que la profesora Monique Allain-Castrillo (Paul Valéry y el mundo hispánico) ha reseñado y analizado exhaustivamente. Bajo el impacto de la emoción estética del lugar (la alta loma) y de la hora (la una de la tarde de un día luminoso) y al hilo de mi reflexión sobre el verso de San Juan de la Cruz, entendí lo que, creo, es menester entender y que ahora les muestro:
Estrofa 1 del Cimetière marin de Paul Valéry:
Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes;
Midi le juste y compose de feux
La mer, la mer toujours recommencée!
O récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux!
Versión de Jorge Guillén (1930):
Ese techo, tranquilo de palomas,
Palpita entre los pinos y las tumbas.
El Mediodía justo en fuego traza
El mar, el mar, sin cesar empezando...
¡Recompensa después de un pensamiento:
Mirar por fin la calma de los dioses!
Mi propuesta:
El sosegado techo cubierto de palomas
entre las tumbas late, entre las lomas.
Mediodía certero en fuego enciende
¡el mar, el mar, sin cesar renovado!
¡Qué grata recompensa tras un arduo pensar,
solazar la mirada en la paz de los dioses!
He aquí, creo, resumida toda la dificultad, la licencia, y si mi apuran, la imposibilidad de la traducción poética.