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Fabio Morábito

Actualización: 23/03/2012

Taparse las orejas

Por Fabio Morábito

"Atrapado entre el bullicio del mundo y el fragor de sus latidos, ese fragor que descubrió tapándose las orejas, el hombre encontró en la poesía, o sea en el canto, un estadio intermedio que lo protegía de ambas cosas."

El primer acto poético del ser humano fue algo simple: taparse las orejas. Este gesto inauguró la interioridad, pero también la falta de silencio, porque si te tapas las orejas, no es verdad que no escuchas nada: escuchas tu corazón. Estamos, pues, inmersos en el ruido. Y el ruido del corazón no es nada agradable, al grado de que hay personas que no soportan oírlo. Les asusta que el corazón se pare o, quizá, que no se pare nunca. Como sea, en el origen de la poesía debió de jugar un papel importante la omnipresencia del ruido cardiaco. Atrapado entre el bullicio del mundo y el fragor de sus latidos, ese fragor que descubrió tapándose las orejas, el hombre encontró en la poesía, o sea en el canto, un estadio intermedio que lo protegía de ambas cosas. El descubrimiento de las extrañas asociaciones y enlaces que se forman entre las palabras, empezando por la rima, fue crucial para la creación de nuestra interioridad, porque nos apartó del mundo, al mostrarnos que el lenguaje, además de un sistema de comunicación, es un universo completo. La rima, y la regularidad rítmica sin la cual la rima no existe, nos descubrieron un latido propio en las palabras. Los chistes, los rezos y las maldiciones (o sea las groserías) comparten con los poemas este descubrimiento. Todos ellos son derivaciones de la poesía. Para el corazón, el único músculo humano independiente del cerebro, el único pues que no podemos controlar, somos seres en perpetuo estado de coma. Esto nos convierte en sus huéspedes. Nacer es acostarse sobre su lecho de latidos. Sin esta conciencia de no poder controlar nuestros latidos, sino de ser más bien controlados por ellos, es poco probable que hubiéramos descubierto un latido propio en el lenguaje. Así, los poemas, los juegos de palabras, los acertijos, los chistes, las groserías, los refranes y las plegarias nos recuerdan que somos huéspedes de la vida y no sus anfitriones. Por eso la poesía se escribe siempre en un relativo estado de coma, de muerte en vida, o de la vida mirando a la muerte, que es la madre de todas las rimas.

 

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