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Victor Manuel Mendiola

Actualización: 23/03/2012

No te dejes engañar, lee poesía

Por Víctor Manuel Mendiola

 "Hace muchos años, la poesía puso o ayudó a poner las cosas de cabeza. Ahora las invierte de nuevo, cambia de sitio el arriba y el abajo para volver a cantar sobre las dos piernas y contar la misma historia diferente de ti, de mí, de todos."

Escuchamos con frecuencia decir: "En el tiempo que vivimos no importa la poesía o nuestra época es un momento prosaico o la sociedad actual prefiere la prosa por encima de cualquier imaginación poética o, finalmente, la novela ha ocupado el lugar del poema". En una primera impresión, cuando nos sorprenden estas opiniones rotundas, podemos asentir y aceptar que el universo de los sonetos de Shakespeare, Lope de Vega o Machado, por hacer hincapié en una de las formas más puras del lenguaje poético, ya no importa porque para la mayoría de los lectores no existen estos pequeños pero poderosos mecanismos y casi para ningún gobernante, hay excepciones, es esencial conocerlos como sí lo fue para Enrique viii, María Estuardo y Lorenzo de Medici -además de entender estas piezas sintéticas las escribían. También nos damos cuenta que nos hallamos bajo el dominio de las solicitudes vulgares, "claras" enseguida para todos, y que la gente no entiende qué es un verso y ve en el pragmatismo de la prosa el medio ideal para expresar emociones y pensamientos. Asimismo, muchos saben cuál es la novela del momento pero casi nadie sabe si apareció un gran libro de poemas de un poeta conocido o de un joven pionero.

Lo contradictorio de esta situación estriba en que el modo como opera la propagación de imágenes y de ideas en el mundo contemporáneo fue, en muy buena medida, concebido por los poetas durante el siglo xix y principios del xx. Baudelaire, Mallarmé, Darío, Marinetti, Apollinaire, Neruda, Tristan Tzara, Breton, Pound y Eliot, entre otros, ayudaron a configurar los vehículos de comunicación de nuestro tiempo; compusieron y apoyaron la difusión de ese lenguaje que corre entre la abstracción y la fantasía, pasando por en medio de toda clase de alusiones y símbolos. Esta creación implicaba el cuestionamiento profundo del significado y, en el otro lado, de la realidad. Del mismo modo que el nuevo orden de cosas ahogó "el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués"', los poetas con un talante vehemente -endemoniados- y con la mano en la cintura -dandys- establecieron "un amíquemeimportismo" que demolía principios morales y estéticos y lanzaba al aire un puñado de nuevas esporas. Los medios masivos de comunicación hoy utilizan como recursos de composición el nonsense, el disparate, el chorro de imágenes, la asociación libre, el collage, la exploración de tipografías, la superposición cubista de planos, la fragmentación, la ironía, los juegos de sentido y sonido, lo pequeño que se hace grande y a la inversa y, más en general, los choques y los cambios deliberados entre significante y significado, la apertura de la velocidad en códigos de diversa índole y, sobre todo, un proceso permanente de reemplazo y vaciado de formas y contenidos. Todo dirigido a tocar la pulsión del hambre, el apetito sexual, el ansia de reconocimiento y la posesión insaciable de cosas. Los poetas elaboraron y utilizaron estos recursos con el afán de ser libres y diferentes y, en definitiva, con la intención de romper con las costumbres, con los museos, con las composiciones redondas del renacimiento y las complejas representaciones del barroco a final de cuentas realistas. Para crear un nuevo presente e instalarse en la espontaneidad y en la plenitud del instante, los poetas violaron las reglas y proclamaron la libertad de acción. Vieron en su antiguo oficio heredado defectos e inercia y hasta una esclavitud. Por ello, se autosacrificaron, se automutilaron y se deshicieron de sus habilidades más preciadas, elaboradas durante siglos. Las consideraron un lastre. Había que trastocar el tiempo lineal y la armonía del espacio. Había que ser temerarios y violentos, trabucar los signos, tergiversar todas las cosas, dejarse llevar por el empuje del nuevo orden súbito e inexplicable. En el caso del surrealismo, el propósito era cambiar del modo más amplio posible al hombre y, en el caso del futurismo, exaltar el goce deportivo de estar en movimiento en un avión o en un trasatlántico. La frase de Marinetti "es más hermoso un automóvil que la victoria de Samotracia" no sólo revela un cambio sino que señala de manera profunda la naturaleza del espíritu moderno, atrapado en la sustitución ininterrumpida de unas cosas por otras. Bajo el impulso de este espíritu la poesía ganó, en un primer momento, una actualidad deslumbrante pero también produjo, en un segundo acto, las condiciones de su devaluación al minar su fuerza intelectual con la destrucción de la música, de la composición y del talento para ir más allá de las fachadas y reflejar el drama del hombre contemporáneo. Carente de significado y realidad, la poesía devino gradualmente pulidas superficies, imágenes insospechadas o conversaciones inéditas rodeadas de espesas decoraciones chillonas. Más una sucesión de sketchs que la cadena de escenas de un drama. Sin embargo, las organizaciones de trabajo, como las grandes empresas -a través de las agencias de publicidad- o los gobiernos, o los partidos, han sacado un provecho enorme de estas very short stories y de todos los artificios configurados por la poesía y la pintura modernas. En De Beers, Coca Cola o Volkswagen, por ejemplo, no sólo encontramos una técnica impecable en su manera de exhibirse, sino una imaginación apoyada en la poesía en segundos que encontramos en las mejores líneas de un poema y en el efecto de la abolición de la lógica y la memoria que soñó Dadá. Hermético o coloquial, el "mensaje" se desplaza y nos desplaza de un lugar a otro. Todo presentado en un abrir y cerrar de ojos sin importar de dónde viene para que la gente compre un producto más o se adhiera a una causa política. Los poetas comprendieron las nuevas fuerzas que empujaban a la sociedad. Las celebraron y, muchas veces, participaron activamente en su desarrollo. En México, Salvador Novo, un miembro destacado del grupo de poetas Contemporáneos, inventó una de las mejores campañas publicitarias del país cuando, para anunciar aspirina, escribió: "Mejor Mejora Mejoral". Muchos poetas más mostraron la efectividad del lenguaje poético en la prosa de la economía y la política.

Uno puede pensar que los poetas compusieron, originalmente, estos lenguajes de la multiplicación, el discurso simultáneo y la velocidad como una forma de rechazo del tiempo que les había tocado vivir, como una forma de repudio de la desintegración de los procesos naturales provocada por la división del trabajo. Yo creo que no. Yo creo que el lenguaje crítico de Mallarmé, Darío, Marinetti, Apollinaire, Neruda, Tristan Tzara, Breton, Pound y Elliot no era una negación, era una aguda afirmación profunda de las señales fundamentales de su tiempo. Negaron el pasado pero afirmaron contundentemente el presente. Contribuyeron a descubrir la originalidad de las ciudades y la enciclopedia de objetos desconocidos que éstas engendraban, incluidos los más sutiles e innombrables; colaboraron de manera decidida a mostrar que todas las cosas son un universo completo en sí mismo, lo que después llamaríamos pomposamente "la autonomía relativa"; comprendieron de golpe el surgimiento de un universo en constante disolución y lo que significaba la máquina en esta realidad recién aparecida; pusieron sobre la mesa la magia de la brevedad y se dieron cuenta de que palabras y cosas corrían hacia esa economía. Podemos estar de acuerdo o en descuerdo con Neruda o con Pound en su entusiasmo comprometido por una Idea pero no podemos mirar su arrojo como una incongruencia. Desde los tiempos más lejanos de la modernidad, es decir desde el Romanticismo, los poetas a pesar de su ensimismamiento sintieron que podían modificar a la sociedad. Los poetas inventaron o ayudaron a inventar este nuevo ritmo instantáneo del hombre contemporáneo en donde todo está constituido por imágenes visuales y sonoras, por laberintos que desembocan en grandes plazas y zócalos que se hunden en las luces interiores de subterráneos siempre iluminados (de alguna manera todo comenzó por el gusto que Baudelaire sintió al contemplar la iluminación de las lámparas de gas en las calles de París). Pero este denso espacio de imágenes agigantadas es un mundo al revés en donde las cosas, como dijo Marx, aparecen como un hecho dado e independiente y pueden saltar a bailar en el momento menos esperado. Con esto quiero decir que los poetas, en contra de lo que se ha dicho muchas veces, en vez de estar en una situación secundaria en relación a los procesos de cambio del hombre moderno han estado en el centro y han aportado, con inteligencia y un sentido contradictorio de realidad, riquezas inestimables y la percepción del surgimiento de una vasta dimensión invertida. Pero el poeta ya no está aquí. No hace falta que esté aquí. Ya no quiere estar aquí. Permanecer en esta ilusión desgastada y pervertida por la manipulación de un mercado de los sentidos, que dejó atrás el puritanismo y se regodea en un consumo babilónico a través de los Malls y el internet, es un engaño o una ingenuidad condenada a la repetición. Un lenguaje sin sujeto y cada vez con menos significado avanza de un modo avasallador. Ahora la poesía sabe claramente que la apariencia fantástica del fetichismo, del deseo deslizándose en pantallas y sonidos es un cosmos ciego y sordo (en contra de esta visión utilitaria, Ulalume González de León comprendió en su poema "Desiderata" que el deseo no es deseo de cosas ni de cuerpos sino de deseo ); y sabe que antes de este orbe, hecho de superficies evanescentes y rizadas hasta el cansancio, antes incluso del universo mucho más sólido de las religiones se encuentra como referencia inevitable un mundo elemental, una piedra de toque, tan inmóvil como móvil. Desde hace muchos años, Borges lo formuló claramente cuando dijo:

 

Antes que el sueño, o el terror, tejiera

mitologías y cosmogonías

antes que el tiempo se acuñara en días,

el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

 

El problema reside en volver al sentido y a las cosas elementales que de manera paradójica se revelan con más certidumbre en las formas. En este mundo de la dispersión, de las explicaciones gaseosas, de la división del trabajo que no cesa, del fetichismo que no deja de intercambiarnos ésto por aquello y que siempre aleja más la satisfacción, la poesía intuye la presencia de la unidad y del sujeto y ha comenzado a reelaborar el poder de la significación y a levantar una nueva realidad vieja. ¿Por qué no contar en el poema una historia con un antes, un durante y un después? ¿Por qué no recuperar la composición y la unidad que esta implica? ¿Por qué no hacer que cobre vida un ser con nombre y adjetivo exactamente igual que Orlando Furioso? Por qué no atrapar toda la existencia en segundos de poesía como "siempre la claridad viene del cielo"? ¿Por qué no mirar el mundo desde la luz y la conciencia sin olvidar el sueño, la noche y la imaginación? ¿Por qué no invertir las cosas de nuevo y en vez de dar gato por liebre ofrecer poesía por prosa o el deseo por el deseo? Pero la poesía ha vuelto los ojos al mundo, se ha puesto de pie, tiene cada vez más una fuerza y una postura verticales -como pensaba Juarroz. Hace muchos años, la poesía puso o ayudó a poner las cosas de cabeza. Ahora las invierte de nuevo, cambia de sitio el arriba y el abajo para volver a cantar sobre las dos piernas y contar la misma historia diferente de ti, de mi, de todos.

 

 

 

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