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Jesús García Sánchez

Actualización: 05/03/2012

Invitación a Villaurrutia

Por Jesús García Sánchez

"Es peculiar en la poesía de Villaurrutia la ausencia de personas (...). Invariablemente su mundo se desenvuelve en la soledad porque la soledad sólo está presente en la noche y en la muerte."

Xavier Villaurrutia nació en la Ciudad de México en el año l903 y allí mismo, en el propio D.F., murió  47 años después, estando ya considerado como una de las grandes figuras intelectuales de su país  y uno de sus más grandes poetas, a pesar de su escasa producción. No sólo había sido durante su corta vida un personaje decisivo en la creación y orientación de diversas revistas predominantes entonces, también tuvo un papel importante en el desarrollo de la actividad  teatral en México como autor destacado, como traductor de autores europeos y americanos, como adaptador de clásicos para la escena, etc.  Persona intensamente culta y sensible, de lecturas amplias y numerosas, sus críticas literarias, musicales o de cine son claras y brillantes como si en ellas buscara y encontrara el equilibrio del que su vida privada carecía.

Inseguro y angustiado, víctima de continuas depresiones, tímido y excluyente, había instalado su privacidad en un territorio lleno de contradicciones, de luces y de sombras, de opacidades y de transparencias. Homosexual confeso, reflexivo hasta el fin, en ningún momento se integró en las ideas o en los sistemas que se estaban instalando entre las nuevas generaciones de escritores de Europa y América: si al marxismo lo miraba con espanto, al surrealismo lo veía de reojo y con cierta ironía.  Y todos estos factores influyeron en la configuración de su obra poética. "La gran preocupación de la poesía -escribió- debe ser la expresión del drama del hombre, y este drama ha de ser verdadero. Toda la poesía no es sino un intento para el conocimiento del hombre".

Después de la Primera Guerra Mundial todo estaba lleno de retórica que pronto se vería que en su mayor parte era artificial y engañosa, falsa; el modernismo era la retórica dominante y ningún antídoto mejor contra este sometimiento en la poesía que la lírica popular. García Lorca o R. Alberti en España son algunos ejemplos, como Nicolás Guillén o E. Ballagás o Borges en Hispanoamérica también lo son, y éste interés por la poesía popular se transforma en entusiasmo por el barroco de Góngora y de Sor Juana, pero en la poesía barroca no encuentra un estilo de escritura sino un modelo de creación. Villaurrutia tiene claro que su camino no está en los modernistas ni tampoco en los extremos. Tanto él como sus amigos y compañeros de generación, aquel extraordinario grupo poético que se vino a llamar "Contemporáneos", habían sido testigos de las violencias que desató la Revolución Mexicana y habían observado el deterioro en el que la clase política de su país estaba inmersa. Su escepticismo congénito y su desidia natural, le condujo, igual que a Salvador Novo, José Gorostiza o Jorge Cuesta, a un significativo aislamiento de la vida pública y a una actitud evasiva y prudente. El poeta no debe de ser un hombre representativo de la sociedad sino la excepción y la regla; es un héroe en contradicción con la raza de la que ha surgido -explica-. 

Desde esa atalaya que le proporcionan su sensibilidad, su interés intelectual y su muy amplio talento, observa cómo el patriotismo y el nacionalismo están mellando la literatura y cerrando las nuevas vías de la modernidad. Y es cuando este grupo de amigos funda la revista Contemporáneos, revista que finalmente tendría una importancia decisiva y no sólo para México. Era en 1928. No eran un grupo homogéneo pero sí todos coincidían en puntuales directrices literarias, como preferir el cosmopolitismo ante el nacionalismo, el intimismo ante lo público, el respeto a la tradición y sobre todo buscan un cambio con rigurosas exigencias intelectuales. Sinuoso y complicado era el camino, sembrado de una literatura populista y  cómoda a la que Villaurrutia, la conciencia artística del grupo, se oponía considerando que el arte, aunque exhiba y exalte los fenómenos de la revolución no es revolucionario por ello, el arte es revolucionario en sí mismo y por sí mismo. Ese horror al medio en el que se desenvolvían, su apoliticismo militante, la oposición total que encontraban tanto por las preferencias sexuales de la mayor parte de los componentes del grupo como por sus novedosas y rompedoras teorías,  les lleva a un inconformismo vital y a un difícil aislamiento.  "Obstáculos es lo que usted necesita, escribe Gorostiza a Villaurrutia. No he conocido a nadie como usted que se defina, no tanto por las cosas a que se opone, como por las cosas que se le oponen".  

El conocimiento de la literatura española no le es ajeno a Villaurrutia,  pues es lector asiduo y fiel de la Revista de  Occidente, pero al fin se desentiende de sus influencias. Si bien el modelo de la revista que han planeado es similar incluso en la tipografía a la española, aunque Jorge Cuesta edita una antología del grupo análoga a la que hiciera Gerardo Diego con los poetas de la Generación del 27, a pesar de que la tradición la encuentran todos en Góngora, sí admite que el espíritu, de manera irremediable, le ha contagiado pero sin grandes entusiasmos y desde luego que sin pasión. Su verdaderos guías están en la literatura francesa, en André Gide, que le ha proporcionado la educación sentimental que buscaba, y  en el que ha encontrado el prototipo que necesitaba crítica y moralmente, y en Jean Cocteau.

Es en su poesía, tan escasa como brillante, donde mejor se aprecia su compleja personalidad, su extraordinaria riqueza de lenguaje y  su exacta expresividad para descubrir ese mundo tan angustiado y angustioso que le envuelve y le consume,  y que oculta tras inteligentes juegos de palabras y con agudas y sorpresivas ironías. Lo más íntimo, lo oculto, la sorpresa ante el paso del tiempo, el asombro ante lo eterno y especialmente la muerte  son los componentes esenciales, con un lenguaje cercano pero de una vitalidad y sensualidad fascinante, de una de las cumbres de la poesía en lengua española del siglo XX.

Su primer libro, Reflejos, publicado en 1926, está formado por poemas sencillos pero de una sencillez controlada, y donde de alguna manera paga su tributo al modernismo aunque no sea un libro modernista. Se acerca y goza del vanguardismo modernista, pero eludiéndolo gracias a un buscado equilibrio entre la tradición y la novedad. Pronto evoluciona desde esta percepción tranquila, sencilla y moderada de la poesía a otra más personal  en la que las alucinaciones, la nocturnidad y la muerte serían los temas fundamentales de su obra. La armonía y el equilibrio se van a convertir en experiencia tormentosa y desesperada.

Su segunda entrega, Nostalgia de la muerte, la edita en 1938, y como edición definitiva y muy ampliada, en 1946. Los entusiasmos  juveniles se han disipado totalmente  y aparece el carácterístico mundo poético de Villaurrutia, el que le ha convertido en uno de los grandes poetas del siglo: las sombras, los silencios, las tribulaciones, los desasosiegos, la soledad.  Según Octavio Paz en este libro se encuentran algunos de los más grandes poemas de nuestra lengua y nuestro tiempo. Ahora la imaginación del autor se agudiza hasta límites cercanos a la alucinación, con una intensidad asombrosa y, como señala O. Paz, con un "Impecable oído mediante sutiles desplazamientos de sonidos, su palabra conoce los abismos de la sensualidad, persigue el hilo de la muerte. (...) al inclinarse sobre la complejidad de las sensaciones y las pasiones, descubrió que hay corredores secretos entre el sueño y la vigilia, el amor y el odio. Lo mejor de su obra es una exploración entre esos corredores". Por esos corredores secretos o galerías nocturnas, hace el poeta que circulen  elementos impresionables y estridentes como la sangre, el miedo, la lujuria, componentes que conduce como con máquinas invisibles, de manera que la intensidad angustiosa que trasmite no decaiga y siempre se mantenga en  niveles álgidos, enfrentándose directamente con la muerte, la marginación y todas las obsesiones que le atormentan. Con imágenes oscuras, continuas aliteraciones y constantes juegos con las palabras, ofrece una representación extraordinariamente plástica del sistema emocional dejando al descubierto lo más profundo y oscuro de su propia intranquilidad. Verdadera emoción transmite su desesperado sentimentalismo y sus preferencias por la huida a los ambientes más desconsolados. La muerte siempre nos acompaña desde que nacemos, siempre la tenemos presente, se desarrolla con nosotros paralela a nuestra vida y nunca nos alejamos de ella, por eso tener nostalgia de la muerte es como tener nostalgia de algo conocido y que sabemos que está estrechamente relacionado con los sueños y con la noche. El sueño, la noche, la muerte,  son temas estrechamente vinculados a los poetas románticos y también a los poetas surrealistas y esto Villaurrutia no lo ignora, sino todo lo contrario; de sus lecturas asimila muchas de sus posibilidades y contribuciones, incluso rozando en ocasiones la frontera marcada por los surrealistas, pero esquivando sus conceptos fundamentales y obviando la escritura automática. La única vida perfecta es la que el propio sueño nos proporciona.  

En los poemas que añade a la edición definitiva de Nostalgia de la muerte, posiblemente se encuentran los mejores de toda su obra. El lenguaje que utiliza en ellos es más directo, aminora el uso de los juegos de palabras y aumenta los sentimientos de nostalgia y de amargura; la máscara que envuelve sus sentimientos morales se torna más enigmática y reservada. En la noche la ciudad cambia, los habitantes nocturnos no son los mismo, como tampoco es igual la supervivencia. Para percibir y aliarse con la nocturnidad es necesario el insomnio, que revela todos sus secretos, muestra todos sus misterios y es compañero inseparable de todos los instintos en ese intenso viaje inmóvil. Villaurrutia  busca sin descanso a la muerte, la canta y la aprecia, la festeja y la enamora, la ama y la odia, dialoga con ella en  unos octosílabos dispuestos en décimas. Curiosa elección de semejante estrofa, de tan larga tradición en la poesía tradicional, pero tan alejada ahora de tal condición popular. Octosílabos escritos con extremado rigor intelectual y con los que constantemente encuentra espejos, cavidades y murallas que le obstaculizan el camino,  y llenos de sonoridades ruidosas y de silencios perceptibles." Si una característica esencial tiene para mí el hombre moderno, es la de morir y asistir a su propia muerte. Se vive auténticamente todos los días -yo al menos- y tiene la posesión de la angustia del misterio" Villaurrutia no encuentra en la muerte ni un fin, ni un medio, ni una forma de acceder a otra vida, sino una compañera con la que convive continuamente, que la observa y percibe de manera permanente y que le acompaña tanto en el dolor como en el placer. Se vive consciente de la muerte y la vida es una constante espera a su llegada. El libro acaba con estos versos escalofriantes:

          ¡Qué puedo esperar al verte,

           Si en mi angustia verdadera

           Tuve que violar la espera;

           Si en vista de tu tardanza

           Para llenar mi esperanza

           No hay hora en que yo no muera!  

La tercera y última entrega poética de X. Villaurrutia es Canto a la Primavera y otros poemas, en 1948. Son diez poemas y aunque menos complejos en su contenido  y más tradicionales en la forma, son más concentrados. Los temas que en este libro delibera son cercanos a los ya tratados: la amargura ante el paso del tiempo, el espanto de la existencia humana, el horror del futuro, su eterna preocupación sobre la importancia y validez de la vida.  Poemas en los se interroga sobre la pertinencia de la vida y en los que prevalece el escepticismo y la inseguridad, con algunos rasgos emotivos.

Es peculiar en la poesía de Villaurrutia la ausencia de personas,  nunca hay nadie en su poesía, en ningún momento aparecen los otros. Invariablemente su mundo se desenvuelve en la soledad porque la soledad sólo está presente en la noche y en la muerte. Ese exilio interior que pretende sólo lo puede encontrar en calles desiertas con  edificios desolados envueltos en espectros y sombras, a imagen de las composiciones de su admirado G. de Chirico, en sus paisajes desnudos, solitarios y metafísicos. Poesía reflexiva y solitaria la de Villaurrutia  que no busca la complicidad de las pasiones, sino las reiteradas obsesiones que están concentradas en el sueño,en la muerte y en la soledad, siempre afianzada desde la racionalidad más austera que le distancia del irracionalismo surrealista.

De aquel poeta bajito de cuerpo, de espléndidas manos blancas, tersas, expresivas, y de grandes ojos alertas, de boca gruesa, endeble sin embargo, delgado, débil, enfermizo, como lo describe su amigo Capistrán, casi todo lo que escribió es (será) perdurable, según sentenció Octavio Paz.

 

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