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Nicanor Parra

Nicanor Parra

Actualización: 03/05/2012

El Cervantes Parra

Por Álvaro Salvador

 

" La extraordinaria obra de Nicanor Parra (...) ha comenzado a leerse y asimilarse como lo que siempre fue, la mejor herencia posible de los realismos y las vanguardias del ya fenecido siglo XX"

Si aún queda entre nosotros alguno de los grandes poetas revolucionarios, profetas, rompedores, que volvieron del revés la tradición poética en el siglo XX, ese es sin duda el chileno Nicanor Parra. Miembro de una familia de folkloristas de prestigio, desde muy joven se interesó por la poesía popular, por los cancioneros asociados a la música tradicional de su país, conocimiento que completaría más tarde con una asimilación profunda del neopopularismo de la Generación del 27 española. Producto de todo ese aprendizaje fue su primer libro Cancionero sin nombre (1937) y la primera parte del segundo, los “Poemas” de Poemas y antipoemas (1954). “No recuerdo ni el nombre que tenía.../ La olvidé sin quererlo, lentamente,/ como todas las cosas de la vida.”

Cuando me interesé por Nicanor Parra en el año  1972, nadie lo conocía en nuestro país, hasta el punto de que la antología de su obra que publicó Seix Barral para iniciar su Biblioteca Breve de Bolsillo, iba prologada por un crítico de apellido rimbombante que resultó ser un sacerdote chileno llamado Valente. Muy pronto, a través de amigos chileno- españoles como Lorenzo Saval Prados, conseguí la mayoría de sus libros  y su recién publicada Obra Gruesa  (1969) y pude dedicar mi tesina de licenciatura al estudio de su obra. Aquella tesina era un trabajo deficiente de iniciación investigadora con bastante empacho de lacanismo y marxismo estructuralista, pero tuvo la suerte de gustar a unos editores universitarios y se publicó en 1975. Fue mi primera incursión en el género ensayístico y el primer libro sobre Nicanor que se publicaba en España, incluso me atrevo a aventurar que también en Europa. Mi libro tuvo éxito, pero no tanto la poesía de Parra. A mi trabajo siguieron otros y al estudio de su obra se incorporaron investigadores más jóvenes como Niall Binns o María Ángeles Pérez López, pero la poesía de Parra seguía sin calar en las jóvenes generaciones de poetas españoles.

Al margen de algunos prejuicios, como los derivados de la actitud de los distintos intelectuales hispánicos tras el golpe militar en Chile, era difícil que en un país obsesionado por escapar del lenguaje realista de la poesía social y que se arrojaba con los brazos abiertos en el limbo de los culturalismos o los neoexperimentalismos, tuviese éxito un poeta tan subversivo, tan irreverente, tan conversacional, tan prosaico, tan descreído de toda la mitología estilístico literaria. Un poeta que, además, no tenía que vivir ni de la poesía ni tampoco con ella, un poeta venido del país de la ciencia. Más tarde, cuando el realismo y lo conversacional se imponen en España en los años ochenta, la obsesión por huir de los neovanguardismos y de las supercherías de la experimentación, impiden que un poeta que “hacía” poemas “artefactos”, especie de híbridos entre los aforismos y los slogans publicitarios, y que era capaz de poner en solfa con sus sermones cristológicos cualquier tipo de utopía futurista, fuese reconocido en toda su grandeza.

 Hace ya más de medio siglo de la publicación en Santiago de Chile del libro Poemas y Antipoemas (1954), texto que habría de transformar no solamente el panorama del discurso poético latinoamericano contemporáneo, sino incluso su percepción, es decir, el lugar y la función de la poesía en una sociedad que muy pronto se definiría como posmoderna: “El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos:/ Aunque le pese/ El lector tendrá que darse siempre por satisfecho.../ Y yo he decidido declarar la guerra a los cavallieri della luna./ Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte:.../ Cuidado, yo no desprestigio nada/ O, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,/ Me vanaglorio de mis limitaciones/ Pongo por las nubes mis creaciones...”

La crítica canónica lo reconoce así: “la actividad innovadora de mayor efectividad en las transformación de la dicción poética es la antipoesía de Nicanor Parra, que ejerció un extenso influjo en la poesía hispánica en general”.  “Frente a la afasia y en contra de la corriente discursiva, Parra puso en práctica una poética de la contra-dicción: la `antipoesía´ asumía con fervor su primer día iconoclasta a la vez que actualizaba la tradición, tan clásica como popular, de la temporalidad de lo oral y la inmediatez del nombre.”# Cuando Parra afirma que “la vida no tiene sentido”, para Julio Ortega parece claro que lo dice desde “el absurdo hallado” y que este encuentro se produce precisamente contra el sinsentido de la vida, como una nueva búsqueda de otro sentido para ella: búsqueda amarga y sarcástica, hecha de humor y fantasía, de rigor y de patetismo”: “Yo soy el individuo./ Bien./ Mejor es tal vez que vuelva a ese valle,/ A esa roca que me sirvió de hogar,/ Y empiece a grabar de nuevo,/ De atrás para adelante grabar/ El mundo al revés/ Pero no: la vida no tiene sentido”.

Humor y sarcasmo actúan como recursos subversivos, dinamitando otra de las constantes tradicionales en la poesía moderna: la ironía. Porque Nicanor Parra, para decirlo con exactitud, no ironiza, no proyecta su inteligencia superior con la intención de establecer una distancia entre la realidad y el mundo privilegiado de la creación sublime —al contrario que Borges, por ejemplo, que sí ironiza al utilizar el sistema analógico tradicional como si fuese una verdad, pero desde la conciencia de su artificialidad—; Parra, en cambio, ridiculiza la realidad al mostrarla como un absurdo que se cree lógico, y ridiculiza la poesía al presentarla como discurso “sublime” de esa realidad. Y, por supuesto, se ridiculiza, ridiculiza al propio “antipoeta”: “Ni muy listo ni tonto de remate/ Fui lo que fui: una mezcla/ De vinagre y aceite de comer/ ¡Un embutido de ángel y bestia!”

Tampoco pretende Parra, en ningún momento, que la antipoesía sea ninguna clase de verdad al servicio de un utópico hombre futuro. Simplemente la pone ahí, como un producto más de la inseguridad, de la fragmentación, de la falta de valores profundos, de la duda, de la condición del hombre del siglo XX: “Generoso lector/ quema este libro/ No representa lo que quise decir/ A pesar de que fue escrito con sangre/ No representa lo que quise decir.”

Convendría que nos detuviésemos un instante en otro de los grandes problemas que ha planteado la obra de Parra: el de su más correcta ubicación dentro del mapa historiográfico de la literatura latinoamericana contemporánea. ¿Es la “antipoesía” una manifestación característica de la llamada “cultura neovanguardista” surgida en los años cincuenta/ sesenta? Peter Bürger señalaba en su texto ya clásico que, en la mayoría de los casos, “la neovanguardia institucionaliza la vanguardia como arte y niega así las genuinas intenciones vanguardistas”. Sin embargo, podemos constatar la existencia de proyectos artísticos, tanto en los momentos iniciales de la vanguardia como en  otros posteriores, que mantienen un decidido carácter antinormativo desde su propia lógica interna, ejecutados además con una lucidez y efectividad verdaderamente admirables. El caso de Parra y la antipoesía sería uno de los más destacados. La poesía del Parra más maduro aparece en este contexto neovanguardista de mitad de siglo al que nos hemos referido, pero ese momento problemático, también es señalado por los especialistas con otros rótulos como, por ejemplo, los de “rehumanización”, “ocaso de las utopías” o “fin de la modernidad”.

Como escribí a comienzos de los años noventa, la antipoesía de Nicanor Parra es lo más parecido que tenemos en español a una poesía posmoderna, a una poesía de las “intensidades” y de  las subjetividades esquizoides. Parece que desde entonces las nuevas generaciones han comenzado a entenderlo así, y ahora, cuando se armonizan perfectamente las sentimentalidades más radicales con los experimentalismo más arriesgados, la extraordinaria obra de Nicanor Parra (“La poesía morirá si no se la ofende”) ha comenzado a leerse y asimilarse como lo que siempre fue, la mejor herencia posible de los realismos y las vanguardias del ya fenecido siglo XX:

 

Jóvenes

Escriban lo que quieran

En el estilo que les parezca mejor

Ha pasado demasiada sangre bajo los puentes

Para seguir creyendo   –creo yo

Que sólo se puede seguir un camino:

En poesía se permite todo.

 

        

        

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