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Óscar Hahn en la entrega del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2011

Actualización: 21/03/2012

Al recibir el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda

Por Oscar Hahn

" Nadie lee poemas ni para informarse ni para entretenerse. Un poema no es un procesador de datos.  Y si la finalidad de la poesía fuera la entretención, habría desaparecido hace tiempo."

El 4 de mayo de este año estuve conversando con una amiga que en sus horas libres las oficia de numeróloga aficionada.  Me dijo: "Supe que mañana van a anunciar el Premio Iberoamericano Pablo Neruda.  Pues bien, quiero comunicarte que te lo van a dar a ti.  "Mira tú, le dije, resulta que ahora también tienes tus informantes.  Si es así, ¿podrías decirme quien te lo contó?"  "No me lo contó nadie, lo dicen los números".  "¿Los números?  ¿Qué números?""Amigo mío, en estos momentos usted está regido por el número 5, y esa cifra va a decidirlo todo".  A continuación me recordó que yo había nacido un cinco de julio y que la palabra julio tenía 5 letras, igual que los nombres Oscar y Pablo.  Agregó que Neruda también había nacido en julio.  Y cerró sus especulaciones con un golpe a la cátedra, diciendo:  "¿Crees tú que es casualidad que el premio lo vayan a anunciar mañana, día 5 de mayo, que es el quinto mes del año?"

Por lo tanto, estimados amigos, parece que si yo hubiera nacido el 4 o el 6, no estaría aquí, frente a ustedes.  El caso es que yo no creo en estas coincidencias esotéricas.  Prefiero pensar que fui favorecido por razones estrictamente literarias. Entonces, en vez de rendirle tributo a alguna deidad pitagórica, voy a expresar mi gratitud a los poetas que conformaron el jurado internacional y que me distinguieron con una decisión unánime: el peruano Antonio Cisneros, el colombiano Juan Manuel Roca, el español Justo Jorge Padrón, y los chilenos Andrés Morales y Floridor Pérez.  Y desde luego debo agradecer también al Ministro de Cultura Luciano Cruz-Coke, que este año piloteó el barco y lo hizo llegar a buen puerto, y por cierto al presidente de Chile, don Sebastián Piñera, que apoyó la continuidad del premio y duplicó su monto.
Tuve la suerte y el privilegio de conocer a Pablo Neruda en persona. Conversé con él varias veces, pero recuerdo en particular esa mañana en la que hablamos los dos solos, por más de tres horas.  El encuentro ocurrió en uno de sus viajes a Arica, donde yo vivía. Me habían presentado a Neruda la noche anterior, después de una concentración política, y me pidió que al día siguiente fuera al departamento que le habían cedido. Insistió en que llevara mis poemas inéditos. Me sorprendió que un poeta de su estatura le prestara atención a los poemas de un joven principiante.  Desde el punto de vista humano lo que más me impresionó fue su actitud paternal conmigo.  Como muchacho que había perdido a su padre a los 4 años, valoré mucho esa actitud suya. Por la cálida acogida que siempre me brindó Neruda y por mi admiración hacia esa cordillera de palabras que es su poesía, debo subrayar que me siento doblemente honrado de estar recibiendo este premio que lleva su nombre.
El día del anuncio los periodistas me preguntaron qué significaba este galardón para mí.  Respondí que más allá de la gratificación personal, era un homenaje a la vigencia permanente de la poesía como expresión profunda de la condición humana. Mi declaración no fue un mero ejercicio de falsa modestia.  Eso es exactamente lo que pienso y voy a decir por qué.
    La muerte de la poesía ha sido anunciada desde siempre.  A mediados del siglo XIX sus detractores sostenían que, con el auge de la ciencia, la poesía tenía sus días contados. Pero lo cierto es que ni la ciencia ni la tecnología podrán amenazarla jamás, no sólo porque fluyen por cauces separados, sino porque obedecen a necesidades distintas del ser humano.  La tecnología está validada por el progreso y la novedad.  Esos valores son irrelevantes para la poesía.  Un televisor en colores de alta definición puede dejar obsoleto a uno de esos armatostes en blanco y negro de los años 50, pero T. S. Eliot no hace obsoleto a Shakespeare, y un poema creacionista de Huidobro no es ni más ni menos "progresista" que un epigrama de Marcial.
En estos días se proclama que la informática y las tecnologías digitales van a ser las sepultureras de la poesía.  Con la llegada de los videojuegos, los iPods, los iPhones, los iPads y otros artefactos de información y entretención, la poesía está en su fase terminal, se dice.  De nuevo se equivocan. Nadie lee poemas ni para informarse ni para entretenerse.  Un poema no es un procesador de datos.  Y si la finalidad de la poesía fuera la entretención, habría desaparecido hace tiempo.  El que sólo desea entretenerse, busca una gratificación rápida.  Pronto, sin embargo, llega el aburrimiento, y los fabricantes deben poner en el mercado otras versiones de sus productos, las que a su vez están condenadas a ser substituidas año tras año.   En cambio, el placer estético que proporciona un poema verdadero es inagotable.  Uno puede leerlo en repetidas ocasiones y comprobar que el significado del texto permanece, pero al mismo tiempo es otro.  La identidad y la diferencia coexisten.  Y desde luego ningún poema se escribe para "reemplazar" a los anteriores.
     En la actualidad, los blogs, facebooks, twitters y diversas páginas de Internet le están dando una difusión que los trovadores provenzales ni siquiera soñaron.  Las tecnologías de última generación no sólo no han anulado a la poesía, sino que han contribuido a preservarla y propagarla.  Muchos poemas se envían como mensajes de texto y transitan de celular en celular.  Es el género literario que más se ha beneficiado con las computadoras  En suma, nunca en la historia de la humanidad ha sido más accesible a los lectores.  ¿La poesía un arte moribundo?  Encienda su computador, amigo. Ahí está, vivita y chateando entre millones de megabytes.
Quisiera referirme ahora a algunos aspectos de mi propia estética.  El crítico chileno Ricardo Latcham dijo hace muchísimos años que mi poesía tenía "ese equilibrio entre lenguaje oral y escrito, característico de los poetas medievales".  Acierta Latcham porque eso se traduce en que en mi poesía pueden coexistir hasta los lenguajes más contradictorios, desde expresiones de la alta cultura hasta el lenguaje de la vida diaria.  En mi caso, esto tiene que ver con el pensamiento de Heráclito y con la coincidencia de los opuestos.  Así como la muerte está en la vida, o el sueño en la vigilia, la tradición y la modernidad convergen y se fusionan en un punto, y ese punto es el presente desde el cual escribo.  Lo que he dicho se relaciona con el concepto pluralista que tengo de la poesía.  En Hispanoamérica hay ciertas tendencias sectarias que yo rechazo.  Eso de: "escriban todos como yo", no me acomoda.  Son las tentativas por establecer la dictadura de un canon único, que todos deberían acatar.  Yo defiendo que es más fructífera la existencia de una pluralidad de estéticas, que pueden coexistir paralelamente y hasta manifestarse en un solo poeta.  El pluralismo es absolutamente central en mi poética y en mi pensamiento político.  El ensayista sueco Gustav Siebenmann sostiene que mi papel dentro de la poesía chilena es el de integrador.  Concuerdo con él, porque muchas veces he dicho que a mí no me interesa romper con nada.  Yo no quiero restar, sino sumar, es decir, integrar.
    Voy a comentar ahora dos líneas que son dominantes dentro de mi poesía: la guerra nuclear y la presencia de lo fantástico. Yo tuve una conciencia muy temprana del peligro que significaba la proliferación de armas atómicas.  En 1945, cuando se lanzó la bomba en Hiroshima y después en Nagasaki yo tenía siete  años.  Una tarde de sobremesa escuché una conversación en mi casa sobre la aniquilación de esas dos ciudades.  Todo eso me afectó profundamente, tanto es así que con frecuencia tenía pesadillas sobre el fin del mundo.  Eventualmente, dicha preocupación fue a parar a mis poemas.  Pedro Lastra detectó antes que nadie esta línea de mi poesía.  Escribió en 1965: "Hay poemas de Oscar Hahn como "Reencarnación de los carniceros o "Visión de Hiroshima" que deseamos destacar en forma especial, porque en ellos la condición visionaria logra configurarse con máxima eficacia, en cuanto corresponde a una suerte de apocalíptica denuncia del exterminio".
    Cuando me exilié en Estados Unidos me vi enfrentado al problema de la guerra de una manera ya no conjetural o imaginaria.  Por primera vez pude vislumbrar la espada radiactiva de Damocles colgando sobre mi cabeza.  Mis libros En un abrir y cerrar de ojos y Pena de vida fueron escritos durante el período de las Torres Gemelas y las guerras de Irak y de Afganistán.  Yo veía a mis propios alumnos o ex alumnos de la Universidad de Iowa partir a la guerra y a algunos de ellos regresar adentro de un ataúd.  Además pensaba en los miles de iraquíes y afganos que morían en sus respectivos países.  Como dije, antes de vivir en Estados Unidos yo ya tenía una sensibilidad muy acusada con respecto a la barbarie que representa la guerra, pero otra cosa es vivir en un país que frecuentemente está involucrado en conflictos bélicos y tener dos hijos que pueden ser enviados al frente de batalla en cualquier momento.
La otra línea a la cual quisiera referirme tiene que ver con la presencia en mi obra de una dimensión fantástica.  Cuando en 1977 Graciela Palau de Nemes escribió en la revista española Ínsula que "la sensibilidad contemporánea no había dado en Hispanoamérica una verdadera poesía fantástica hasta Hahn", me pareció una intuición suya curiosamente premonitoria, porque hasta ese momento yo había publicado solamente Arte de morir y mis nexos con lo fantástico son más evidentes en mis libros posteriores, que aún no habían sido publicados.  Desde luego, son visibles en Mal de amor con la figura del fantasma erótico, y en los libros siguientes con la entrada en escena de los prefantasmas.  Estos insólitos personajes cumplen un rol estelar en un libro mío que se acaba de publicar y que se titula La primera oscuridad.   Los prefantasmas son seres que todavía no han ingresado en un cuerpo, pero cuya presencia inmaterial es perceptible en este mundo, de distintas formas.  Hay que distinguirlos de los fantasmas tradicionales, que son posteriores a la muerte.  Los prefantasmas son anteriores a la gestación de los seres humanos, pero igual nos visitan de vez en cuando. Vienen de la primera oscuridad, que es una dimensión misteriosa que precede a la vida.
    De esta misma filosofía fantasmagórica nace mi proceso de escritura, a través de lo que yo denomino "apariciones". Son versos sueltos, fogonazos verbales inesperados, que irrumpen desde el interior del sujeto.  No me es dado convocarlas a voluntad.  Pueden emerger en cualquier momento o circunstancia, y a partir de ellas empieza a desplegarse el poema.  Las apariciones son algo radicalmente distinto a aquello que conocemos con el nombre de "inspiración".  No proceden de una alteridad ajena al sujeto, como ocurre con las revelaciones religiosas o mitológicas, cuyo origen, se supone, es la divinidad o las musas.  Tampoco creo que surjan del inconsciente.  Sospecho que se gestan en una esfera del espíritu que no forma parte de la psiquis.  Las reflexiones precedentes sólo reflejan mi experiencia personal y no buscan dilucidarla pregunta sobre por qué escriben los poetas.  Enrique Lihn la contestó de manera inmejorable.  Dijo: "Porque escribí, porque escribí estoy vivo".
Hace algunos años la revista francesa Libération nos pidió a una serie de escritores de distintos países e idiomas que respondiéramos en forma de ensayo ese mismo interrogante: ¿por qué escribe usted?  Fui incapaz de redactarla en prosa. Pero un día cualquiera una respuesta llena de contradicciones se me apareció en verso.  Este es el poema:
¿POR QUE ESCRIBE USTED?  

Porque el fantasma porque ayer porque hoy
Porque mañana porque sí porque no
Porque el principio porque la bestia porque el fin
porque la bomba porque el medio porque el jardín

Porque góngora porque la tierra porque el sol
porque san juan porque la luna porque rimbaud
Porque el claro porque la sangre porque el papel
porque la carne porque la tinta porque la piel

Porque la noche porque me odio porque la luz
porque el infierno porque el cielo porque tú
Porque casi porque nada porque la sed
porque el amor porque el grito porque no sé

Porque la muerte porque apenas porque más
Porque algún día porque todos porque quizás

 

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