Estás en: Tres est...

Efraín Bartolomé

Autor referenciado en el Monográfico de:

Actualización: 01/02/2012

Tres estancias y doce gotas en el río de la poesía mexicana

Por Efraín Bartolomé

"Creer que el mundo poético de México se dividía entre pacianos y sabinistas, era cerrar los ojos ante una pluralidad inabarcable: había, ya lo dijimos, poundianos y eliotianos, rilkeanos, paponistas, malditos, místicos, maiakovskianos. Comprometidos y artepuristas, interioristas y exterioristas. Futuristas, van guardistas, estridentistas, realistas, surrealistas, infrarrealistas. (...) En este remolino huracanado había, incluso, poetas."

8. Muchos poetas pero no tanta poesía: En 1997 un crítico a quien considero inteligente e informado, me interrogó sobre el estado de la poesía mexicana. “¿Por qué la abundancia de autores que se dicen poetas sin que haya poesía?”, me preguntó.Los años setenta: Agua corriente y oro caudal

1.Rostros de ángel y caras de perro: 

“Veo a los poetas con cara de perro o rostros de ángeles, sintiéndose agraviados, solitarios, aterrorizados; viven un patetismo de solteras provincianas –casi todos son provincianos– y fingen esa timidez cristalina al par que sórdida de quienes descubren el mundo todos los días –y no lo entienden. El mundo no es culpable de su existencia, si bien el mundo –la sociedad en líneas generales– se muestra inflexible con ellos. (…) Quienes hoy escriben poesía en nuestro país tienen algo de criminales o, por lo menos, están a punto de cometer un delito. En los últimos quince o veinte años, jamás he tenido el placer de verle bajo el brazo, a un poeta joven, un libro de poesía clásica mexicana. Es posible que muchos de ellos, en este 1967, apenas se estén enterando de la existencia de un Rubén Darío. Pero, desde luego, para ellos no tienen sentido el nombre de un Manuel José Othón, de un Salvador Díaz Mirón, de un Carlos Gutiérrez Cruz”.

Estas líneas las escribió Efraín Huerta en 1967. Su reclamo prevenía contra el exceso de cosmopolitismo de los jóvenes poetas de entonces. Eran expertos –o al menos así lo indicaban los epígrafes de sus ejercicios– en poesía norteamericana, francesa e inglesa, pero desconocían su tradición. Eran capaces de mantener disertaciones desde Whitman hasta el grupo Black Mountain, de aquí a Des Imagistes y de éstos a los beat y, desde luego, conocían al dedillo las propuestas de Pound y de Eliot. Sobre todo de Eliot: “abundaban los eliots crudos, los eliots hervidos, los eliots asados” dijo, con su sal envenenada, el Gran Cocodrilo.

Tres años después estallaría la década de los setenta con el auge de las publicaciones marginales. Todo el mundo editaba. Todo el mundo publicaba. Había revistas, tabloides, hojas volantes. Punto de partida, en la Universidad Nacional Autónoma de México, inició la publicación de libros colectivos y su serie de cuadernillos de taller. El número de poetas publicados en esas series debió pasar de trescientos. Los talleres literarios y las publicaciones en provincia proliferaron con pareja donosura, según la frase de Orlando Guillén, que aludía a Miguel Donoso Pareja, autor ecuatoriano que a la sazón fungía como jefe del Departamento de Promoción Literaria en el Instituto Nacional de Bellas Artes y que en mancuerna con Víctor Sandoval sembró talleres literarios en todo el territorio nacional.

Aquello era un incendio. En 1980 Gabriel Zaid nos ofreció una muestra de ciento sesenta y cuatro poetas. Mientras preparaba una antología había localizado a seiscientos autores nacidos después de 1940 que, para enero de 1980, habían publicado por lo menos un poema. Por esas fechas el investigador panameño Enrique Jaramillo Levy afirmaba tener localizados un poco más de mil.

2. Una democracia de la sensibilidad:

El fin de los años setenta nos heredó una clasificación: los poetas salamandrinos y los poetas de la pinche piedra. Esta clasificación respondía a un breve texto de Jaime Sabines que afirmaba: “Hay dos clases de poetas modernos: aquellos, sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben : “Lucero, luz cero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores coleros”, etcétera, y aquellos que se tropiezan con una piedra y dicen “pinche piedra”. Los primeros son los más afortunados. Siempre encuentran un crítico inteligente que escribe un tratado sobre las relaciones ocultas entre el objeto y la palabra y las posibilidades existenciales de la metáfora no formulada. De ellos es el Olimpo, que en estos días se llama simplemente El Club de la Fama".

A medida que los años pasaron, la clasificación se percibió como una muestra más del pensamiento dicotómico. Creer que el mundo poético de México se dividía entre pacianos y sabinistas, era cerrar los ojos ante una pluralidad inabarcable: había, ya lo dijimos, poundianos y eliotianos, rilkeanos, paponistas, malditos, místicos, maiakovskianos. Comprometidos y artepuristas, interioristas y exterioristas. Futuristas, v a n g u a rdistas, estridentistas, realistas, surrealistas, infrarrealistas. Textos de desierto y de mar, de tierra y de concreto, amasados con las esencias más diversas. En este remolino huracanado había, incluso, poetas. ¿De qué modo meterlos a todos en el mismo costal o sólo en dos? La poesía se sale siempre del corral de las clasificaciones. Desborda el anaquel del boticario.

3. Surgen noveles picos alfareros:

La pregunta se volvió un lugar común.¿La poesía es nueva sólo porque la escriben los jóvenes? ¿O son las cosas las que no son las mismas porque las baña y las altera, las erosiona, las desgasta y las revela todos los días el agua del tiempo? Las dos cosas son ciertas. Tras los excesos de la cotidianidad en la poesía, a fines de los setenta hubo una vuelta a las formas tradicionales con la iracundia necesaria de aquel que descubre que el manantial de donde bebe se está contaminando lentamente. Se habló de los “neosonetistas”. ¿Qué tenían de nuevo? La mayor parte de las veces, realmente nada. Pero fue un justo intento por rescatar una estructura que nos pertenece a todos y a la cual, como alguien dijo sólo hace falta rellenar de talento. Así, se escribieron para bien de todos, décimas, octavas, liras, silvas, sonetos. Se escribió verso blanco y verso libre. Pero las mismas cosas se volvieron distintas: ya no se canta al árbol: se lamenta su ausencia, no se habla de la región más transparente del aire sino de las ratas grises que la roen; no se canta al ballenero sino a la ballena. Y a veces no se canta: se grita, se escandaliza, se escupe contra el ocio del día. Y a fin de cuentas, cada cual tiene la poesía que merece.

Pero, después de todo, ¿cómo mirar con ojos nuevos: ¿Cómo renovar la luz dentro del ojo? La respuesta luminosa llegó en palabras de Zaid: aunque suele creerse lo contrario, se empieza por escribir poesía fósil, y con los años, con la libertad que da el oficio, se llega a escribir poesía joven. O, en palabras de Efraín Huerta: sólo a fuerza de poesía es posible dejar de ser un poeta a la fuerza.

 

Los años ochenta: Cascada y precipicio

4. La salud pantanosa:

Había una especie de salud pantanosa en la joven poesía mexicana. Una selva de estilos, llena de vida y de frutos variados: agrios e incomibles unos, exóticos y raros otros, deliciosos algunos. Por esas fechas escribí que “la selva aún no permite ver los árboles de excepción. A veces nos parece que aún no podemos discriminar cuáles, en esta exuberancia, son mezquites comunes, raquíticos huizaches, oscuras floraciones de la estación de lluvias. Aún no se distinguen de los arbustos caducifolios, los sabinos, las ceibas, los cedros excelentes. Por momentos hay hitos en esta masa verde que atraen la mirada. Pero la maraña se agita, cambia, se mueve. No sabemos si los ejemplares que de pronto destacan, lo deben a su corpulencia, a su clorofila individual, o son simple producto de elevaciones pasajeras en los montículos mafiosos que los sostienen. En fin, lo único innegable es que la vida quema en esta selva. Y todo, incluso la maleza, puede ser convertido en material nutricio.”

 

5. Un sonrisa de arroz y algunas conclusiones:

Cerré mi evaluación de mediados de los ochenta con estas palabras:

a) La sensibilidad se democratiza: hay acción poética en el norte y en el sur. En el centro y en occidente. En Xalapa, en Monterrey, en Baja California y en Chihuahua. Hasta en Chiapas. Se editan libros, se organizan encuentros, se promueven lecturas, se establecen talleres. El INBA reporta casi tres mil autores con por lo menos un poema publicado en los años que corren.

b) Con toda seguridad hemos sido autocomplacientes con nuestra obra creadora. Es tiempo de obviar la autocomplacencia. Sin duda cada uno avanza a su propio ritmo. Algunos, muchos años después de la admonición de Huerta, quizá no sepan todavía por qué Díaz Mirón mereció un medallón de oro de Rubén Darío, y tal vez no sepan por qué Rubén Darío es prodigioso y mereció los reconocimientos incondicionales de Neruda, de Lorca, de Machado. No importa. Algunos quizá desconocen por qué Huerta se equivocó al nombrar a Carlos Gutiérrez Cruz junto a poetas como Othón, Darío o Díaz Mirón. Tampoco importa. Hay quizá quien no quiere mirar. Hay quien estaba ciego desde su nacimiento. Hay quien dejó apagar su estrella y quien permitió que se la arrebataran. Hay incluso, quien descubrió que su estrella era falsa.

Cualquiera de estas cosas nos puede ocurrir. Los que continúan lo hacen con una conciencia cada vez mayor de que dar un sentido más puro a las palabras de la tribu no es cosa fácil. En consecuencia hay más preocupación por el dominio del oficio y por el conocimiento de la tradición. Y sigue estando claro que lo demás lo decidirán los dioses.

c) Los paradigmas clasificatorios estallan: camisas de fuerza que una musculatura poderosa rompe.

d) La selva no permite ver los árboles excepcionales. No obstante ya se cruzan apuestas antológicas.

e) Habla Pablo Neruda, para finalizar: “Los incendiarios, los guerreros, los lobos, buscan al poeta para quemarlo, para matarlo, para morderlo. Un espadachín dejó a Pushkin herido de muerte entre los árboles de un bosque sombrío. Los caballos de pólvora galoparon enloquecidos sobre el cuerpo sin vida de Petöfi. Luchando contra la muerte murió Byron en Grecia. Los fascistas españoles iniciaron la guerra en España asesinando a su mejor poeta. Pero la Poesía no ha muerto, tiene las siete vidas del gato. La molestan, la arrastran por la calle, la escupen y la befan, la limitan para ahogarla, la destierran, la encarcelan, le dan cuatro tiros y sale de todos estos episodios con la cara lavada y una sonrisa de arroz.”

 

Los noventa: Remanso antes que el río continúe

6. Un poeta no tiene privilegios: Cuando Homero murió, siete ciudades se disputaban ser su cuna… y por las siete pidió limosna en vida. Así era, más o menos, el antiguo epigrama. Así era, en efecto.

En su Defensa del poeta Arquías, dice Cicerón: “Sea pues, jueces, sagrado entre vosotros, hombres tan cultos, este nombre de Poeta que ningún pueblo incivilizado profanó jamás. Las rocas y los desiertos devuelven el eco de su voz, muchas veces las bestias feroces se amansan y se detienen con el canto: y nosotros, educados en las bellas letras, ¿no seremos capaces de conmovernos ante la voz de los poetas? Los habitantes de Colofón afirman que Homero es conciudadano suyo, los de Quíos le reivindican para sí, los de Salamina le reclaman, los de Esmirna garantizan que es de ellos y por ese motivo le han levantado un templo en su ciudad, aún hay otros muchos que disputan apasionadamente entre sí”.

Esto marca el sino del poeta. Ya en nuestros días alguien nos cuenta de cierto poeta de importancia a cuya muerte acude, siempre puntual, el Estado. Develarán su estatua. Invitan a los deudos. Ceremonia y aplausos. Piden a la viuda una opinión: “Bah”, dijo, “en vida lo mataron de hambre y ahora le regalan una piedra”.

Queja de viuda.

Porque ese, repito, es el sino del poeta: no tiene privilegios, tiene solamente obligaciones. Así tiene que ser. Para poder decir alguna vez, con el orgullo del deber cumplido: “Y al cabo, nada os debo: debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.

Es cierto: son muchos los curiosos que se asoman al templo de la Diosa en busca de su revelación. Nadie los llama. Ellos eligen el camino. Ella no ofrece nada y lo exige todo. Así tiene que ser. La gran Diosa es así. Es la Diosa terrible que se alimenta de la Inspiración y cabalga sobre el Escalofrío. De pronto se transforma en cerda y come vidas, masca hígado de poeta, taja el pecho con su hoz más dorada y abre en canal al servidor más fiel, toma su corazón en su mano de uñas afiladísimas y lo exprime hasta hacerlo gotear la sangre más bermeja. El poeta lo sabe: su riesgo es la soledad o la locura. Su recompensa única: la visión de la Diosa, quizás una mujer mágica, el alto, el loco amor.

El poeta escribe sus poemas en el más misterioso de los trances, el más inexplicable, el más raro, el más enfermizo de los trances. Tiempo suspendido. Atmósfera de sangre. Escalofrío y hiel. La santa Poesía: “la camisa de fuerza de mil puntas cruentas que llevo sobre el alma”, según Rubén el Grande.

En esa atmósfera se cuecen los poemas. En ese territorio suele pasear la Diosa. Y se revela sólo cuando ella lo decide. Si ella se manifiesta habrá poema. Habrá un brutal escalofrío: un estremecimiento radical que cierra por un instante la garganta y llena nuestros ojos con un líquido más hondo que las lágrimas. El vello corporal se eriza con violencia y podemos mirar la otra orilla de esta realidad. Cuando esto sucede, estamos ante un poema. Si esto no ocurre, estamos, todavía, ante ejercicios que, tal vez, nos conduzcan un día hacia el poema.

Eso andan buscando los poetas: llegar hasta el poema, tocar la Poesía, tener un breve instante la Visión.

En eso tienen empeñada la vida.
Un poeta no tiene privilegios.
Tiene tan sólo obligaciones.

 

7. La decapitación antológica:

¿Qué sucedió con los tres mil autores nacidos después de 1940? Tras la Asamblea de poetas de Zaid, en 1980, que incluía ciento sesenta y cuatro poetas autores, comenzó la decapitación. Sandro Cohen publicó un año después, en 1981, su antología Palabra nueva y sólo incluyó cincuenta y cuatro nombres. También en 1981 apareció Poetas de una generación, antología de Jorge González de León dedicada a los nacidos en los c u a renta. Se mostraba la obra de, solamente, veintidós autores. En 1988 Eduard o Langagne publicó la antología denominada Con sus propias palabras y se la jugó sólo por quince autores nacidos en los cincuenta. En 1990 apareció La sirena en el espejo, antología de Espinasa, Ulacia y Mendiola: incluyeron veintitrés nombres para las décadas cuarenta y cincuenta. En los noventa han aparecido nuevas selecciones críticas: Francisco Serrano preparó en 1992 La rosa de los vientos, antología de poesía mexicana actual. En su muestra las dos décadas aparecen representadas sólo por quince autores. En 1995 Susana González Aktories publica en Paraguay su antología Poesía joven de México en la que incluye diecinueve autores. En 1996 Víctor Manuel Mendiola selecciona para Cuadernos Hispanoamericanos una muestra de poetas nacidos entre 1943 y 1956 con veinte autores re p resentados. En 1997 Consuelo Treviño publica en Madrid su Norte y Sur de la Poesía Iberoamericana , con poetas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, España, México y Venezuela. Sólo incluye doce poetas mexicanos nacidos en las décadas a las que nos estamos refiriendo. A medida que el tiempo avanza con su cedazo de oro, el descabezamiento continuará. Ya es casi un lugar común: toda década con más de seis poetas es sospechosa.

 

8. Muchos poetas pero no tanta poesía:

En 1997 un crítico a quien considero inteligente e informado, me interrogó sobre el estado de la poesía mexicana. “¿Por qué la abundancia de autores que se dicen poetas sin que haya poesía?”, me preguntó.

Yo respondí: “Porque Apolo, Plutón y Zeus, es decir la Razón, el Dinero y el Poder, juegan con dados cargados. Sus engañifas hacen creer al inocente que la Poesía es enseñable, que los poemas se pueden escribir por encargo y a destajo, que se puede dar o comprar el título de poeta. La tentación es grande: ser poeta viste y muchos están interesados en ese hábito noble. Pero la gran mayoría no está buscando servir a la Poesía: están buscando servirse de la Poesía. Son Eróstratos: queman el templo de la Diosa para glorificar su nombre porque tienen miedo de quemarse a sí mismos para glorificar el nombre de la Diosa. Muchos publican poemas para hacer capital curricular y entrar al servicio público, a la Academia con mayúscula o a la academia con minúscula, a los grupitos de poder literario. Otros juegan inanes juegos de palabras o practican jueguitos irresponsables a pesar de que una voz anónima dentro de su conciencia les advierte: «Cuidado poetastros: las musas balines inspiran mal, en serie y al ras»”.

Con todo, creo que la poesía mexicana actual se encuentra en estado de excelencia: hay más de tres poetas buenos, aunque probablemente menos de nueve.

¿Soy un lector exigente? Creo que sí. Mis razones, es decir: mis pasiones, han sido expuestas ya. Si me ofrecen un libro de poesía, busco poemas. No admito menos. Y parece que el tiempo tampoco.

 

9. La abundancia de queso:

Concluyo: un poeta es un milagro de los tiempos y se produce independientemente de las condiciones. Las condiciones actuales son benéficas, pero si no lo fueran la Poesía mexicana continuaría en alto. Hace más de diez años un crítico inteligente afirmó que al abundar el queso en la cultura mexicana, los ratones no se harían esperar. Ese tiempo llegó en la década de los noventa: hay mucho queso: suplementos, publicaciones, libros, revistas, viajes, becas, cursos, talleres, puestos, discos, televisión. Los editores privados se quejan de la competencia desleal del Estado y muchas veces alimentan sus prensas con basura “para sobrevivir”. O pactan con el enemigo coeditando. Y aunque parezca extraño, tanto la izquierda ilustrada como los más acérrimos defensores de la empresa libre entran a la rebatinga de los privilegios que el Ogro filantrópico ofrece. Por todo esto, hay una gran abundancia de personajes abusando del alto nombre de poeta. Las condiciones felices disminuyeron ligeramente durante el último período crítico de la economía, pero las “ganancias sindicales” de los gremios literarios parecen haber llegado para quedarse. A diferencia de las décadas anteriores en que los autores invertían sus ahorros en empresas literarias, ahora, en los noventa, hay una gran mesa puesta. Los nacidos en las décadas de los sesenta y setenta han sido recibidos con pañales de seda. Tierra Adentro es una hermosa revista literaria y una colección bellamente editada de libros para jóvenes. Han publicado ya aproximadamente doscientos títulos. Hemos tenido el caso de niños de doce años o menos que ya publican, viajan, gozan de privilegios y leen sus ejercicios bajo el abusivo rubro de Poesía. Afortunadamente la tradición es sólida. Sus raíces son firmes y están profundamente hundidas en la Tierra Madre. Aunque habrá muchos intoxicados, la Poesía mexicana también sobrevivirá a la abundancia de queso.

 

10. Coordenadas y nuevas direcciones:

¿Qué direcciones sigue la poesía mexicana actual? El poeta cubano Agustín Labrada me entrevistó recientemente y me preguntó eso. Su pregunta específica fue: “Dentro de las coordenadas que traza Jorge Fernández Granados de la poesía finisecular de México, ¿en cuál cree que se hallará el núcleo de su poética: la imagen, la experiencia, el vocablo o la idea?”

He aquí mi respuesta:

“Espero que en ninguna porque, para empezar, dudo de las coordenadas. Siempre dudo de los afanes clasificatorios del boticario. El poeta ve la jaula y sueña una cascada de seguetas o sueña vuelos libres, campo llano, horizontes sin cercas, ríos desbordados, olas sobre ciudades, gritos en liberta

No me gustan los anaqueles, las gavetas, las criptas. Y esa clasificación de la que hablas es eso. Es, además, una clasificación de los defectos de la mala poesía que se escribe no sólo a fines de este siglo sino en todos los tiempos. Porque la Poesía verdadera es la feliz unión de imagen, música y sentido, que surge de una emoción y desemboca en una emoción. Cuando eso pasa es tiempo de celebrar una fiesta en medio del desierto. La emoción, por cierto, es la más compleja de todas las formas de comportamiento humano. Y en el caso de la emoción poética son necesarios todos esos elementos para atraparla y para generarla. Si sólo uno de estos componentes predomina y no tiene como punto de partida una emoción (en el poeta), o si no conduce a ella (en el lector), el texto está muerto. Carece de destino porque no tuvo origen. La música es necesaria pero por sí sola no hace el poema: es un cascarón vacío, inanidad sonora. La poesía puramente orejera termina despeñándose en el abismo inocuo de la jitanjáfora.

Por otro lado, si el poema no viene de la experiencia vital, de la pasión cocida en el vientre del atanor, el texto será pura materia denigrada, apariencia nomás, cuerpo sin alma. Y siempre habrá una fisura a través de la cual es posible descubrir que detrás no hay nada, que estamos ante una careta de farsante. Lo mismo podemos decir del vocablo o de la idea. Inanidad sonora o logorrea sin logopea. Dije antes que si uno de estos elementos predomina todavía no hay poema. Hay tan sólo ejercicios que, quizá, conduzcan algún día hacia el poema. Éste se dará cuando el artista descubra dentro o fuera de sí una zona de la realidad que lo conmueva (experiencia) y haya trabajado ya lo suficiente en el conocimiento del oficio, en la familiaridad con la tradición, en el conocimiento de la gramática histórica del mito poético. Entonces podrá nombrar lo que le pasa adentro y podrá obligar al lenguaje a cargarse de energía extraordinaria, esa energía (uso sabio de música, imagen y sentido) que queda almacenada en las palabras de modo tal que cuando entra en el ojo de un lector adecuado, es capaz de producir en él una emoción similar o muy parecida a la que generó el poema.

Por todo lo anterior, me niego a estar encerrado por las coordenadas que señalaste. Sería empobrecedor para cualquiera que vive por y para la Poesía, quedarse en alguna de esas celdillas. Voy más a fondo: ni contenidismo ni formalismo huero. Poesía del Ser, es lo que pido y es a lo que aspiro. ¿Es mucho? Sí. Pero en el caso de la más señorial de las artes no aceptaré sino sólo aquel beso al que aspiro. Sólo eso me permitirá seguir vivo.

O todo o nada, como en la canción goliarda."

11. Una gota formándose en el nuevo milenio:

Dije antes que el tiempo continuaría el descabezamiento con su cedazo de oro. Doy cuenta de algunas nuevas antologías y el descabezamiento de las generaciones que me atañen directamente: la de los nacidos en los cuarenta y los cincuenta.

En el 2001 Juan Domingo Argüelles publica en la Editorial Oceano, con tiraje de diez mil ejemplares, su antología Dos siglos de poesía mexicana. Del XIX al fin del milenio. Incluye cien autores para los dos siglos pero sólo diecinueve nacidos de las décadas aludidas.

En el 2002 aparece en Estados Unidos la antología bilingüe Reversible Monuments. Contemporary Mexican Poetry, firmada por Mónica de la Torre y Michael Wiegers, con prólogo de Elliot Weinberger. Ésta incluye treinta autores, dieciocho de los cuales nacieron en las décadas citadas. En el mismo año aparece en Argentina la antología Nitidez abisal, 23 poetas mexicanos, preparada por Reynaldo Jiménez para la revista Tse-Tsé. Sólo incluye doce autores las citadas décadas.

Dato interesante: el mismo año en que aparece la antología general de Juan Domingo Argüelles Dos siglos de poesía mexicana, el crítico publica también un libro de ensayos: El vértigo de la dicha. Diez poetas mexicanos del siglo XX. Aparecen aquí ¡sólo dos poetas de las décadas antedichas! El dato es interesante porque, más allá de los propósitos educativos, de formación e información que una antología cubre, cuando se entra en el terreno de las preferencias personales se cierra todavía más el entramado de la criba.

 

12. Matanza y resurrección:

El filtro sigue inexorablemente pero también la resurrección: en lo que va de la primera década del nuevo milenio ya comenzaron las antologías de las nuevas genera ciones, las de los nacidos en las décadas de los sesenta y los setenta. Algunos comienzan a decantar su trabajo y así lo prueba el hecho de que uno o dos han merecido ya el Premio Aguascalientes de Poesía, el más importante que se otorga en México por concurso.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, creado en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, sigue otorgando becas abundantes a creadores artísticos a secas, lo mismo que a creadores eméritos (aquellos que han merecido el Premio Nacional de Letras) y a jóvenes creadores. Estos últimos no se pueden quejar: cada entidad federativa hace lo propio con sus creadores jóvenes y, por si fuera poco, los desacuerdos de la señora Marie Jose Paz, primero con el director de la Fundación Octavio Paz y luego con el patronato de la misma, terminaron con que los señores del dinero dejaron sola a la viuda de nuestro Premio Nobel y apoyaron el nacimiento, en el año 2003, de la Fundación para las Letras Mexicanas que, entre sus actividades más reconocidas, ofrece becas de mil dólares mensuales a jóvenes escritores de hasta 29 años. Hasta donde tengo noticia, el Centro Mexicano de Escritores también sigue otorgando becas a los jóvenes.

La poesía, Fénix y Ouroboros, sigue invicta mostrando su sonrisa de arroz. El tiempo, único crítico merecedor de respeto, se recoge en las sombras mientras escucha y mira: pule sus dientes de probada ferocidad, afila su guillotina, prepara su juicio.

 

Artículo publicado en el Monográfico de México, edición impresa de La Estafeta del Viento, otoño de 2006. dth="125" height="16" />

Share this