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Víctor Manuel Mendiola

Autor referenciado en el Monográfico de:

Actualización: 21/03/2012

¿Qué pasa con la poesía en México?

Por Víctor Manuel Mendiola.

"¿Por qué hablar de poesía significa tocar un tema blando y vago y no, como pasaba antes, una cuestión candente? ¿Cuál es la razón por la que hoy muchos escritores ya no la respetan? ¿Por qué algunos narradores la consideran una categoría inferior? ¿Por qué ha perdido lectores?"

¿POR qué hablar de poesía significa tocar un tema blando y vago y no, como pasaba antes, una cuestión candente? ¿Cuál es la razón por la que hoy muchos escritores ya no la respetan? ¿Por qué algunos narradores la consideran una categoría inferior? ¿Por qué ha perdido lectores? Aunque las opiniones críticas de Fernando Vallejo sobre poesía son discutibles, no dejan de ser muy reveladoras. Sostener que este género ya no tiene validez en nuestro tiempo o que la verdadera poesía la hallamos ahora en la novela suena excesivo, feroz, pesimista, pero hay en esta negación algo verosímil que parece convencer a no pocos, en particular

a los grandes editores de todo el mundo.

¿Por qué en el pasado era tan convincente la poesía? ¿Qué era lo que la hacía digna de admiración a los ojos del lector y de los escritores? Parece muy difícil responder a esta pregunta; pero si lo pensamos dos veces, nos damos cuenta que la poesía era una suma. A esto se refería José Gorostiza cuando escribió: “La poesía ha abandonado una gran parte del territorio que dominó en otros tiempos como suyo… El diálogo, la descripción, el relato, así como otras muchas maneras de la poesía, […] se ha ido a engrosar los recursos del teatro y de la novela”1. Lo extraño es que este abandono ha sido resultado, por un lado, de una reacción crítica contra todo aquello que parecía constituir la buena poesía y, por el otro, de una búsqueda de autenticidad que vio en cualquier forma de orden y en la creación de un sentido profundo un mal que era indispensable atacar. Partiendo de la idea de que era necesario superar las herencias decimonónica y clásica –de acuerdo a la idea fresca, pero simplista de las vanguardias históricas–, la mayor y mejor parte de los poetas hispanoamericanos se lanzaron a encontrar, siguiendo la moda internacional, no la poesía sino la nueva poesía.

En el Manifiesto Dadá de 1918, Tristan Tzara con gracejo y codazos dijo: “El amor por la nuevo es una cruz simpática que revela un amiquémeimportismo… es necesario animar el arte con la suprema simplicidad: novedad”2. En México esta acción se expresó, primero de manera negativa, en el rechazo de la poesía intelectual y orgánica que hacía los Contemporáneos y, después de un modo positivo, en la célebre antología Poesía en movimiento3, que buscaba mostrar cómo la poesía mexicana sí formaba parte, de manera cabal, del carácter novedoso y de la corriente dominante de la poesía moderna. Tanto el rechazo de Contemporáneos (aunque después una parte de la crítica haya levantado dudosos monumentos de admiración) como el testimonio de Poesía en movimiento eran confusos y empujaron a la poesía mexicana por un camino estéril. Eliminar el intelectualismo de Contemporáneos era mutilarlos. Asimismo, romper el vínculo con la gran poesía del Modernismo significaba condenar a las nuevas generaciones a divagar en torno a un solipsismo sin nervio. Este rechazo también implicaba introducir un planteamiento equívoco: la originalidad es novedad; y deshacerse de una de las mejores cualidades de la lírica de México: su carácter híbrido que siempre sincronizó tradición y modernidad con gran rigor y sin ninguna culpa estética, en una continuidad digna de tomarse en cuenta –como explicó Villaurrutia en la “Introducción a la poesía mexicana”4.

La idea de lo espontáneo, lo auténtico, la embriaguez y, en una palabra, de la libertad del yo o del lenguaje –idea conseguida en un gesto inmediato y experimental– fue poco a poco despojando a la poesía de sus mejores recursos. En otro contexto, pero muy cerca del culto a la espontaneidad, Allen Ginsberg afirmó: “El primer pensamiento es el mejor pensamiento”. La pérdida no sólo del diálogo, la descripción, el relato, sino de la música (el verso y la composición) y del significado (la invención de ideas y el sentido metafísico), convirtió a muchos de los poemas en “objetos verbales” que no tienen valor para casi nadie, ni siquiera para la mayor parte de los poetas que no se leen unos a otros, porque sus poemas están cerrados o abiertos sólo para ellos mismos. En su afán de novedad, espontaneidad, experimentación y libertad, los poetas se despojaron de sus más valiosas prendas. Quizá sería mejor decir que, al desnudarse de la riqueza de los recursos líricos más valiosos, con los nudos de su propia ropa se ahorcaron en un acto valiente, pero decepcionante. La reacción pedagógica de la poesía comprometida y el conmovido repliegue ético de la poesía confesional tampoco sirvió de nada. Oponerle a las ocurrencias de la imaginación y a la pérdida de sentido un sentimentalismo político o moral es una ramplonería, que enriquece el ansia de sinceridad, pero no a la lírica. Ni siquiera la antipoesía, que combatía la poesía pura, logró articular una respuesta profunda. El desplante de Parra nos sorprende, pero es simplón, como bien se ve en estos sentenciosos versos: “Contra la poesía de café / la poesía de la naturaleza / contra la poesía de salón / la poesía de la plaza pública”. La excepción fueron Borges y Paz. El primero con su rechazo del Ultraísmo y su vuelta, en verso clásico, a los temas esenciales de occidente. Y el segundo con la preservación de una poesía que amalgamaba las aportaciones de la vanguardia con lo que la vanguardia, precisamente, había negado: la continuidad de formas y arquetipos.

Entre la destrucción del sentido y su recuperación en las experiencias “auténticas” de la vida, siguiendo a veces las galaxias gaseosas de Lezama, o la creación telúrica y mitológica de la América de Neruda, o la invención absoluta de Huidobro, la poesía hispanoamericana se fue desgastando de un epígono a otro, hasta quedar reducida a un espacio no sólo pequeño sino degradado y desgraciado por el aislamiento que produjo. Seguramente la poesía nunca contó con un público lector enorme, pero sí contaba con los mejores lectores de una minoría intelectual y con la lectura de los propios y más distinguidos escritores. A propósito de este tema, Gorostiza también escribió: “Dudo si la poesía fue popular en otros tiempos, cuando el aeda cantaba las hazañas de los héroes en el banquete… La gente que se reunía en torno a la mesa… era sin lugar a duda gente de abolengo”5. El problema hoy es que “la gente de abolengo”, es decir editores, críticos, novelistas, dramaturgos, toda clase de intelectuales y artistas e, incluso, los poetas, ya no encuentran en la poesía una necesidad esencial del pensamiento. Las casas editoras lo saben. Por eso han desmantelado los departamentos y las colecciones de poesía. Los poetas ven en esta medida un acto no civilizado, una agresión o regresión contra la sensibilidad, pero no quieren ver que la poesía se ha empobrecido, al grado de que ya no dice nada importante no sólo al hombre de la calle sino a los informados o sofisticados, a la gente de abolengo.

Quizá llegó el momento de asumir el hecho de que la pérdida de importancia de la poesía no está en la sociedad capitalista, en el holocausto, en el mercado, en los medios masivos de comunicación o en los lectores, que se han hecho superficiales, sino en los que hacen poesía. Los poetas se despojaron, se desarmaron en nombre de un ideal que ni siquiera es fácil explicar. Tal vez llegó el momento de recuperar las armas extraviadas o escondidas bajo la tierra o en las ramas de un enorme árbol hermoso. Pero eso no ocurrirá sin el cuestionamiento de los aburridos “fragmentos” del siglo xx y de la conciencia de que el mejor pensamiento no es el primero sino el que surge de una larga comprensión del arte de hacer poesía.

 

Citas:

 

1.- Ramírez, Edelmira, José Gorostiza. Poesía y poética, México, UNESCO, 1988, p. 150.

2.- De Micheli, Mario, Las vanguardias artísticas del siglo xx, Madrid, Aliaza, 1966, p.294.

 

 

3.- Paz, Octavio; Chumacero, Alí; Pacheco, José Emilio; Aridjis, Homero; Poesía en movimiento, México, Siglo XXI.

4.- Villaurrutia, Xavier, Obras, México, FCE, 1974, p. 764.

 

5.- Ramírez, Edelmira; op. cit., p. 146.

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