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Actualización: 09/03/2012
La política y la poesía
Por Luis García Montero
"La carta de Jaime Gil de Biedma a Ángel González que publicamos ahora es también un excelente testimonio de que el compromiso político se convierte en una reflexión sobre las exigencias literarias."
18 de abril (Durante la invasión)
Suele afirmarse que la política es una mala compañía para los poetas. Su poco prestigio actual, que se debe no sólo al comportamiento dudoso de muchos políticos, sino a la cancelación de las ilusiones sociales de la Modernidad, sustituidas por un pragmatismo económico rotundo, invita a concebir el compromiso público como un estado dudoso en el que las presiones externas ensucian la limpieza conceptual de la lírica. El ideal de la poesía pura, además, huye de la realidad y tiende a definir como malas influencias coyunturales, de valor circunstancial, las preocupaciones políticas. Es cierto que ha habido muy mala poesía política, justificada sólo por la justicia de sus contenidos y por el deseo de sus autores de convertirse en paladines simpáticos de las bellas banderas. Pero también es cierto que, en manos de los buenos poetas, cualquier tipo de exigencia y cualquier preocupación significan una búsqueda inmediata de recursos líricos y de tonos apropiados para dar respuestas literarias dignas a las nuevas expectativas.
Malos poetas pueden encontrarse en todo tipo de materia. Hay muy malos poetas religiosos, como demuestran cada año los pregoneros andaluces de la Semana Santa. Y, sin embargo, el sentimiento religioso es inseparable del mundo literario de san Juan de la Cruz. Hay malos poetas amorosos, costumbristas, familiares. También hay malos poetas políticos. Pero, observada sin prejuicios, la historia de la literatura demuestra que la política ha sido también una invitación para que los poetas de verdad indagaran en el género, descubriendo caminos adecuados a la hora de tratar la emoción ética de una voz civil. Esos caminos han servido después para elaborar poemas de otro tipo, y la política ha supuesto una motivación con resultados positivos generales.
Fue, por ejemplo, el caso de Rafael Alberti. Pasó de las primeras urgencias de los poemas de Consignas a las evocaciones meditadas de su educación sentimental en el libro De un momento a otro, sobre todo en los versos dedicados a la infancia y a la familia. Aunque se haga presente en piezas menos conocidas que las canciones de Marinero en tierra o que las Coplas de Juan Panadero, la mejor herencia de Rafael Alberti en la poesía española de posguerra, incluso en la no comprometida, debe buscarse en el tono de meditación íntima de una conciencia enfrentada a la realidad, que se desliza por la música sin altisonancias del pensamiento. La política exigió una saludable revisión de la retórica en Alberti. De hecho, ha sido muy frecuente que los poetas comprometidos alerten sobre los peligros del rebajamiento literario en favor de la simple divulgación programática. En los momentos más dolorosos de la Guerra Civil, Manuel Altolaguirre, comprometido entonces hasta el alma, publicó en la revista Hora de España una carta dirigida a su camarada Miguel Hernández que me parece modélica. El recuerdo viene al caso: “Todos estos versos que te cito y muchos más, casi todos, me gustan, los oigo, los veo, son definitivos, te lo aseguro. En cambio, por cariño a ti y a quienes quieren ver en ti lo que no eres, también voy a copiarte un fragmento desdichado de tu romance: subiera en su airado potro / y en su cólera celeste / a derribar trimotores / como quien derriba mieses. No. Tu sabes que no. Comprendo que en un momento de delirio escribamos cosas por el estilo. El potro, el aire, el trimotor, el trigo: la locura. Pero tú sabes como yo que eso no es poesía de guerra, ni poesía revolucionaria, ni siquiera versificación de propaganda. (Tampoco me gusta: que morir es la cosa más grande que se hace)”.
Cambiando de momento histórico, pero no de preocupación por la escritura, la carta de Jaime Gil de Biedma a Ángel González que publicamos ahora es también un excelente testimonio de que el compromiso político se convierte en una reflexión sobre las exigencias literarias. No podía ser de otro modo, ya que Ángel González y Jaime Gil de Biedma, dos de los mejores poetas españoles contemporáneos, pertenecen al grupo del 50, caracterizado desde sus inicios por la reivindicación de la escritura como un espacio de conocimiento y de rigor lingüístico. Al calor de los impulsos existencialista, Vicente Aleixandre había definido la poesía como un acto de comunicación en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, “En la vida del poeta, el amor y la poesía” (1949): la lírica “(...)no consiste tanto en ofrecer belleza cuanto en alcanzar propagación, comunicación profunda del alma de los hombres”. Frente a esta definición de la voluntad poética, Carlos Barral se hizo portavoz de una nueva exigencia y publicó en la revista Laye su famoso artículo “Poesía no es comunicación” (1953), defendiendo la escritura como un acto de conocimiento individual elaborado gracias a la indagación creativa en las palabras: “la confluencia de la vida interior del poeta con la posibilidad infinita del idioma, obrada por la voluntad de crear”.
Esta defensa de la poesía como ejercicio de conocimiento de la propia individualidad se concreta también en el compromiso político de Ángel González y de Jaime Gil de Biedma, partidarios de los versos elaborados por una conciencia crítica que reflexiona sobre el mundo más que de la divulgación de manifiestos partidistas. Los dos poetas se interesaron por una puesta en duda de la subjetividad esencialista, derivada del simbolismo, adentrándose en el conocimiento de las relaciones establecidas entre el individuo y la historia. Gil de Biedma lo declaró así en la poética publicada por Rubén Vela en su antología Ocho poetas españoles (1965): “Mis versos no aspiran a ser la expresión incondicionada de una subjetividad, sino a expresar la relación en que mi subjetividad se encuentra con respecto al mundo de la experiencia común”. Esta definición histórica de la subjetividad tuvo mucho que ver con la ampliación del compromiso político a nuevos temas (intimidad, erotismo, ejercicios de conciencia) y con la elaboración textual de un personaje literario, una voz no esencialista, construida en las palabras. El poema define en su ámbito personajes literarios, del mismo modo que la historia define en el suyo a los individuos sociales. Y todo esto implicaba, por supuesto, una meditación retórica. Este es el interés principal de la carta de Jaime Gil de Biedma a Ángel González, escrita en Barcelona, el 30 de octubre de 1961. Se trata de la respuesta a otra carta en la que el poeta asturiano había enviado a Gil de Biedma copia de una pieza preparada para colaborar en el libro España canta a Cuba (Rennes, Ruedo Ibérico, 1962). Es un poema comprometido, de tema dado, por lo que se extreman los peligros y los códigos de una poesía civil que tanto Ángel González como Jaime Gil de Biedma habían ya abordado en otro tipo de composiciones. Veamos primero el poema:
Perla de las Antillas
Ha estallado una perla y las cenizas
de la libertad,
impulsadas por el viento del Caribe,
siembran el desconcierto y el terror
entre los responsables de un continente inmenso.
Desde la Casa Blanca a la Rosada,
todos los techos de las Grandes Casas
están amenazados
por el irreparable, cruel desastre:
ha estallado una perla, y los residuos
de la dignidad
pueden contaminar a mucha gente.
Si los indios que obtienen el estaño y el cobre
en las minas de Chile y de Bolivia,
si los habitantes de los suburbios de Buenos Aires
y los desposeídos del Perú,
si los oscuros buscadores de caucho
y los integrantes de las tribus de Paraguay y de Colombia,
si los analfabetos ciudadanos de Méjico
inscritos en el Censo de Electores y borrados del Registro
de la Propiedad,
si los que fertilizan con su sudor las plantaciones
de azúcar y café,
si los que recortan las pesadas selvas a golpe de machete
para incrementar la producción mundial de piñas en conserva,
si todos ellos y sus otros muchos
hermanos
en la desnutrición
sufriesen en su carne
la quemadura de la nefanda escoria
de la dignidad,
acaso
pretendiesen ser libres.
Y entonces
¿qué sería de las grandes compañías,
de los trust y los cártels,
de los jugadores de Bolsa
y de los propietarios de prostíbulos?
En nombre de esos valores fundamentales
y de otros menos cotizados,
alguien debe hacer algo
para evitarlo.
Pero
ha estallado una perla.
Peligroso es ahora el viento del Caribe.
Entre el olor salobre de la mar
y el aroma más denso de las frutas del Trópico,
entre brillante polen de las flores
que crecen donde el sol es un flagelo
infatigable y amarillo,
entre plumas de verdes papagayos,
y golpes de guitarras, y sonrisas
blancas como canciones en la noche,
el viento arrastra una semilla
perfumada y violenta,
una simiente fina como el polvo,
nube dorada o resplandor sin nube
que los tifones lanzan –trizada
perla– contra las costas más lejanas,
y las brisas recogen y pasean
y las lluvias abaten –astillada
Antilla– sobre el suelo,
tormenta ciega o cielo derribado,
–izada Cuba, como una bandera–,
llama implacable o luz definidora,
más siempre pura, viva, poderosa,
fértil semilla de la libertad.
Jaime Gil de Biedma lee el poema y pasa a efectuar un verdadero ejercicio de peritaje, como era costumbre en su relación literaria con otros amigos íntimos, sobre todo con Carlos Barral. Son muy notables la inteligencia, la penetración de lectura, el sentido común y la sabiduría en el oficio del poeta barcelonés.
Ésta es su respuesta:
Barcelona, 30 de octubre de 1961
Querido Ángel,
tu carta me ha llegado casi como despedida: pasado mañana salgo para Londres –en donde pasaré dos días en casa del ínclito Mayáns– y el viernes tomaré allí el avión, rumbo a otra perla que todavía no ha estallado –pero todo se andará: Filipinas.
Estaré allí de tres semanas a un mes y cuento con ponerte unas líneas, si alguna tarde logro vencer mi parálisis epistolar progresiva. Regresaré a primeros de diciembre, y espero coincidir con tu visita.
Tu poema me parece excelente y la idea de “ha estallado una perla”, espléndida. Puesto a buscarle peros, creo que sólo le encontraría uno, que conozco bastante bien, pues he tenido que enfrentarme con él en casi todos mis últimos poemas de tema político, en los cuales, una vez concluídos, siempre he acabado por recortar aquí y allá.
Se trata de lo siguiente: educados en una poesía que consiste en andarse por las ramas de la propia subjetividad, en la que todos los gatos son metáfora, de modo que el lector necesita toda la ayuda posible por nuestra parte, para no perder el hilo, no siempre se acuerda uno que ahora estamos hablando de cosas públicas, que todo el mundo sabe, y que por lo tanto con media palabra basta para que nos cojan lo que queremos decir. Uno se olvida involuntariamente de que basta con los trazos fundamentales y con expresar nuestra actitud, puesto que los detalles pueden encontrarse en la prensa –a veces incluso en la de Franco. El resultado es que nos metemos en demasiadas explicaciones. Así, por ejemplo, no estoy seguro que el trozo que va desde “Y entonces” hasta “Pero / ha estallado una perla”, –que por otra parte, no es de los mejores– sea del todo necesario para la intención fundamental del poema: lo que en él se dice está ya dicho implícitamente en los treinta versos anteriores, y a mi entender de manera más efectiva. ¿Por qué no estudias la posibilidad de suprimirlo? La ironía de ese trozo, además, es demasiado gruesa y directa, comparada con la del poema en su conjunto, me parece.
Algo parecido opino de las expresiones “cenizas de la libertad”, “residuos de la dignidad” y nefanda escoria de la dignidad”. Son, estilísticamente, un poco forzadas, y aunque conceptualmente aclaran la intención de la composición, creo que desde el punto de vista de la comprensión poética esa misma intención queda algo oscurecida por ellas. ¿Por qué, no, simplemente, “Ha estallado una perla, y sus cenizas / impulsadas...”; “ha estallado una perla, y sus residuos / pueden contaminar...” y “la quemadura de la nefanda escoria / acaso...”. Creo, además, que así resultaría más imprevista, brillante y efectiva la conversión, en el último verso, de las cenizas, residuos y escorias de la perla en “fértil semilla de la libertad”.
Y, puestos ya en plan de puñetería, otros dos peros, estos más de escritor de prosa que de poeta: no sé si “impulsadas” es la descripción más propia de la acción del viento sobre las cenizas: “llevadas” quizá resulte más justo desde el punto de vista de la lengua. La segunda: “nefanda escoria”; lo de “nefanda” no sé si resulta un poco facilitón; es el tipo de parodia de la retórica carca carpetovetónica que a los progresistas españoles del XIX y el XX nos sale, casi automáticamente, con el menor esfuerzo.
Espero que no te impacienten estos reparos. Es que el poema me gusta mucho y la idea fundamental me parece muy imprevista y “sorpresiva” –para decirlo en sudamericano– y al mismo tiempo muy natural y de una gran concreción imaginativa.
Los dos poemas cortos están estupendos también; me ha gustado sobre todo el de Clark Gable.
Perdona esta carta tan larga. Fuerte abrazo y hasta la vuelta. Si quieres algo de mí en aquellas latitudes mi dirección es:
Tabacalera
348, Marqués de Comillas (Paco)
Manila
Otro abrazo
Jaime
PD. Te envío separata de las “Coplas”.
Conviene recordar algunos datos biográficos de Jaime Gil de Biedma para situar las referencias de la carta. En 1953 había pasado una temporada en Londres, con la intención de preparar su ingreso en la Escuela Diplomática. Por recomendación de Vicente Aleixandre conoció allí a Francisco José Mayáns, poeta y agregado de prensa de la Embajada de España, del que se hizo íntimo amigo. Mayáns facilitó el conocimiento selectivo y profundo de la poesía inglesa que tuvo desde entonces Gil de Biedma. Fracasado el intento de dedicarse a la diplomacia, nuestro poeta empezó a trabajar en 1955 como ejecutivo en la Compañía de Tabacos de Filipinas. Desde 1956 viajó con regularidad a Filipinas, descubriendo las miserias del mundo, lo que estimuló su compromiso político, alimentado hasta entonces por las estrategias del antifranquismo. Filipinas, igual que Cuba, era una perla llamada a estallar, ante los desequilibrio impuestos por el imperialismo.
En cuanto a las alusiones literarias, las “Coplas” se refieren a la separata “Coplas morales”, publicada en Papeles de Son Armadans (nº LXV, agosto de 1961), en la que se recogen dos poemas amorosos, Albada y Canción de aniversario, que de forma significativa en la época son tratados como materia moral, algo que no creo que pueda discutir ninguno de sus lectores. Los dos poemas breves de Ángel González, en uno de los cuales aparece Clark Gable, nunca fueron publicados y pertenecen a los ejercicios irónicos con los que su autor mataba las horas de oficina como funcionario en el Ministerio de Obras Públicas. Ángel González ha confesado alguna vez que su bigote de los años cincuenta y sesenta, identificado en ocasiones con las modas varoniles de la España franquista, se debió a un intento de parecerse a Clark Gable. Pero la carta resulta interesante por las preocupaciones retóricas que Jaime Gil de Biedma evidencia a la hora de enfrentarse a un poema de asunto político. Podemos destacar cinco puntos de consideración, en los que el pie político se mezcla con las elaboraciones de una poética general:
1) Diferencia necesaria entre poema e información. Son territorios llamados a coincidir, pero de condición independiente y de exigencias particulares. Aunque el poema hable de la realidad histórica, no deben confundirse elaboración literaria e información, como tampoco pueden confundirse el personaje literario y el yo biográfico.
2) Aunque parezca una paradoja, el acercarse a temas históricos obliga a evitar las i n f o rmaciones excesivas. Una poesía de tradición simbolista, acostumbrada a “andarse por las ramas de la subjetividad”, permite ofrecer datos que sirvan de anclaje, aclaraciones que orienten. Pero el control de los contenidos ha de ser muy riguroso cuando se tratan materias de actualidad, que aparecen en los periódicos o en el curso callejero de la vida cotidiana. Y aquí no se trata sólo de discriminar entre la información y la poesía, sino de comprender que el ejercicio de la poesía es, al mismo tiempo, un acto de presencia y de borradura del propio yo. El poeta tiene que saber estar y que saber se, para dejar huecos a la propia experiencia del lector llamado a ocupar el poema. Sólo así una realidad personal o anecdótica puede alcanzar un significado transcendente, configurando el equilibrio modélico que haga posible el pacto literario.
3) Una parte fundamental del pudor poético consiste en evitar lo demasiado evidente. Las supresiones que sugiere Gil de Biedma tienen que ver con la plasmación retórica de sentimientos previsibles. Conectar con la naturalidad de los lectores exige una elaboración particular de lo natural en la que puede adquirir un tono fraudulento o innecesario el consenso retórico, que pertenece más a las convenciones sociales que a la meditación moral íntima. Una voz civil invita a limar la exaltación sentimental, evitando las grandes palabras. Por eso Gil de Biedma no se siente cómodo con algunas expresiones: “cenizas de la libertad”, “residuos de la dignidad” y “nefanda escoria de la dignidad”. El miedo a la parodia fácil de la retórica carpetovetónica también encuentra aquí su razón.
4) El cálculo de estructuras es tan importante para escribir bien un poema como la utilización de palabras bellas. No se piensa en una colección de buenos versos, sino en la unidad del poema, en la planificación de una pieza que, para ser eficaz, necesita preparar desde el principio el desenlace de los últimos versos. En este caso, Gil de Biedma quiere potenciar la estrategia de un efecto: la transformación de cenizas, residuos y escoria en semilla fértil. También es importante que la voluntad de estilo sepa estar presente y se a tiempo. La poesía es un género tan complicado que no sólo debe evitar errores, sino el exceso de aciertos.
5) El rigor de la lengua, la precisión, la búsqueda del matiz son prioridades en el conocimiento minucioso de la realidad y en la elaboración de una mirada personal. La desviación lingüística supone creación de sentido en el texto, un perfil en la mirada del personaje. Deben, pues, controlarse los matices, tanto a la hora de la búsqueda, como en el intento de evitar confusiones. La precisión es imprescindible para acreditar de una forma sólida los desvíos. Las cenizas, según Gil de Biedma, no son “impulsadas”, sino “llevadas”. La sugerencia de este cambio en el tercer verso fue la única que pasaría a la versión definitiva del poema, recogida en el libro Grado elemental (París, Ruedo Ibérico, 1962). Ángel González, nunca muy partidario de reescribir poemas ya publicados, no tuvo tiempo de trabajar con las indicaciones de Gil de Biedma, porque la carta llegó cuando España canta a Cuba estaba ya en imprenta. Sólo introdujo una corrección mínima en el verso “impulsadas por el viento Caribe”. Sin embargo, no aceptó la indicación del amigo, tal vez porque “llevadas” perdía un matiz de fuerza en favor de la simple nostalgia, algo así como Lo que el viento se llevó, y en este caso Clark Gable no era una buena compañía. Ángel González pretendía aludir a la fuerza en expansión de unas cenizas optimistas, pues surgían de la ruptura de un orden injunto. Por eso eligió “empujadas por el viento”. Como puede verse, la preocupación política no supuso en la obra de estos dos autores un abandono del rigor. Por el contrario, exigió afinar los procedimientos líricos en una meditación retórica ante la tradición simbolista y su posible cuestionamiento. Las alternativas de Antonio Machado aportaron el ejemplo español capital, junto a Luis Cernuda, para la elaboración estética de Ángel González y Jaime Gil de Biedma.
Por lo que se refiere al compromiso político, las búsquedas de Rafael Alberti en De un momento a otro estuvieron también presentes. Si el autor de El poeta en la calle, había escrito una Balada para ese día, el joven poeta de Compañeros de viaje compuso también su Balada para ese día. Gil de Biedma se sintió heredero de una poética acompasada con una ilusión histórica:
Van a dar nuestra hora. De un momento
a otro, sonarán campanas.
El poeta barcelonés colaboró también en España canta a Cuba con una pieza titulada 18 de abril (Durante la invasión). Conviene leer el poema y aludir a sus correcciones posteriores para situar la carta de Gil de Biedma, desde su propio ejercicio de escritura:
El sol sobre los vasos,
y el periódico
sobre el mantel, desparramado:
almuerzo en el pequeño restaurante,
un día de trabajo.
Yo pienso que a estas horas amanece en la Ciénaga,
que todo está indeciso, y que sigue el combate,
y busco en las noticias un poco de esperanza
que no venga de Miami.
¡Oh Cuba en el temprano amanecer del trópico,
cuando el sol no calienta y el aire está claro:
que tu tierra dé tanques, y que tu cielo roto
sea gris de las alas de los aeroplanos!
Contigo están las gentes de la caña de azúcar,
el hombre del tranvía, los de los restaurantes,
los miles, los millones que buscan por el mundo
un poco de esperanza que no venga de Miami.
El 17 de abril de 1961 un millar de exiliados cubanos, apoyados militarmente por EE.UU., habían desembarcado en la Playa de Girón, en Bahía de Cochinos, para acabar con la Revolución Cubana. Ésta es la preocupación que da pie al poema, recogido después en Moralidades (México, Joaquín Mortiz, 1966), con muchos y significativos cambios. Por ejemplo, desaparece la fecha del título, que se queda sólo como Durante la invasión:
Sobre el mantel, abierto, está el periódico
de la mañana. Brilla el son en los vasos.
Almuerzo en el pequeño restaurante,
un día de trabajo.
Callamos casi todos. Alguien habla en voz vaga
–y son conversaciones con la especial tristeza
de las cosas que siempre suceden
y que no acaban nunca, o acaban en fracaso.
Yo pienso que a estas horas amanece en la Ciénaga,
que todo está indeciso, que no cesa el combate,
y busco en las noticias un poco de esperanza
que no venga de Miami.
Oh Cuba en el lejano amanecer del trópico,
cuando el sol no calienta y el aire está claro:
que tu tierra dé tanques, y que tu cielo roto
sea gris de las alas de los aeroplanos.
Contigo están las gentes de la caña de azucar,
el hombre del tranvía, los de los restaurantes,
los miles que hoy buscamos en el mundo
un poco de esperanza que no venga de Miami.
Todavía introducirá el poeta algún cambio más en ediciones posteriores. El poema, que desde luego no es de los mejores de Gil de Biedma, no se recogió en Colección particular (Seix Barral, 1969), pero sí aparece en Las personas del verbo (Seix Barral, 1975), con un cambio en el verso 19. En vez de “los miles que hoy buscamos en el mundo”, escribe: “y todos cuantos hoy buscamos en el mundo”. Años después, en la edición de 1982, introduce un nuevo cambio, en el verso 13. En vez de “Oh Cuba en el lejano amanecer del trópico”, aparece: “Oh Cuba en el veloz amanecer del trópico”. Conviene advertir que los cambios no afectan al fondo ideológico del poema. Se trata de cambios de taller poético, más que de un intento de reformulación política. Jaime Gil de Biedma, que se fue alejando de los rumbos de la Revolución Cubana, no pretende ocultar sus esperanzas y su postura de 1961.Se trata de las esperanzas de un español de izquierdas, que vive su derrota en la España franquista y soporta un régimen totalitario, sostenido también a esas alturas por los Estados Unidos, principal valedor de los dictadores latinoamericanos. Un día de abril de 1931 se había proclamado la Segunda República Española, cancelada después por un sangriento golpe militar, otro tipo de invasión. La España derrotada, abandonada, paralizada, ya no vive la historia en primera persona, se limita a seguirla en el periódico, aunque sea en los periódicos de Franco. El protagonista del poema busca noticias sobre la suerte de la invasión, con la esperanza de que esta vez los sueños no sean humillados. Se produce una identificación entre los hombres de la caña de azúcar y las gentes que soportan su vida cotidiana en Barcelona. Cuba defiende ahora la esperanza, y por eso resulta necesario que la belleza caribeña, el lugar de descanso y diversión, produzca el fruto armado de los tanques y los aviones capaces de defender, no de atacar, la libertad y el socialismo. Y, por supuesto, a Gil de Biedma no le interesa contar en este caso la experiencia particular de un joven de alta sociedad barcelonés, empujado a la militancia de izquierdas por la especial situación de la España franquista. Los dos datos que da, leer el periódico y comer en un restaurante un día de trabajo, son suficientemente indicativos, pero mantienen una abstracción también suficiente para representar a los miles de habitantes del mundo interesados por la suerte de Cuba.
En la segunda versión del poema se suprime la fecha del 18 de abril. Con el paso del tiempo, el día exacto había perdido significación. Además podía crear confusiones en los paralelismos entre España y Cuba, porque abril significaba aquí un mes de proclamación, y no de amenazas. El cruce entre el 14 de abril y el 18 de julio resultaba confuso. Eras más útil , y añadir una estrofa para caracterizar la vida sórdida del país, que busca esperanza en el exterior, obligado a conversar en voz vaga, que es como juntar la irrealidad a la censura y el miedo de las voces bajas. Así que después de corregir los versos sin duda torpes de la primera estrofa (“el periódico, / sobre el mantel, desparramado”), añade una estrofa que perfila la atmósfera social de una España humillada, propia de las ilusiones que fracasan y de las injusticias que permanecen. El brillo rutinario y humilde del sol en los vasos del restaurante contrasta no sólo con la tristeza de las conversaciones, sino con la importancia histórica del amanecer en la Ciénaga y de lo que se está jugando en Cuba. Flotan en el ambiente del poema y en la soledad moral del personaje (“yo pienso” solo, en medio del restaurante) las tensiones entre la rutina y la inquietud, la tristeza y el sol, Cuba y Miami, los acuerdos de Eisenhower y Franco, la República Española y la dictadura. Lo que no se explica en el poema está muy presente en la preocupación solidaria del protagonista, está en el poema, así que es necesario aprender a trabajar también con las realidades implícitas. Todo el mundo las conoce, quedaría mal, como sobreañadido retórico, volver insistir en ellas. Pero eso no significa olvidar su función silenciosa en el texto.
La vigilancia del poeta sobrevoló también sobre otros aspectos de la composición. El miedo a una grandilocuencia peligrosa en la realidad aconseja matizar el apoyo a la revolución que pasa de “los miles, los millones” a “los miles que hoy buscamos”, y más tarde a “todos cuantos hoy buscamos / un poco de esperanza que no venga de Miami”. También prefiere quitar las exclamaciones de “¡Oh Cuba...!”. La utilización de las exclamaciones en un poema es tan peligrosa como la utilización de los dogmas en la realidad. Finalmente los ojos del poeta persiguen una adjetivación precisa para el amanecer del trópico. La fórmula temprano amanecer era confusa, porque aludía a lo pronto que amanece en el trópico, pero políticamente implicaba
que la revolución se había producido antes de lo esperable o que no había sido muy larga la opresión histórica en Cuba. Tampoco resultó convincente la solución lejano amanecer, porque si bien expresaba las distancias entre Cuba y España y la posilidad de sentirse implicado en un suceso remoto, introducía inevitablemente un matiz de distancia sentimental ante unos sucesos que, sin embargo, se vivían como cosa propia. El adjetivo veloz sirvió por fin para cargar de sentido la experiencia vital del poeta en el trópico: la velocidad de unos amaneceres que disuelven las noches de manera repentina.
Para Jaime Gil de Biedma, como para Ángel González, Cuba representaba en 1961 la velocidad de un amanecer, el estallido de una perla. Sirvan los testimonios literarios de esta ilusión para comprobar que el acercamiento a la política de los buenos poetas no supone una renuncia a la indagación estética, sino la búsqueda de recursos, la prudencia estética, la meditación sobre las posibilidades de una nueva retórica. Sea cual sea la valoración ideológica y literaria que demos al resultado, no podrá negarse una evidente preocupación estilística. A veces los imperios, los reinos, las banderas y los sueños desaparecen o se pervierten mucho antes que los poemas que sirvieron para cantarlos. Es una lástima, incluso un drama humano, que los políticos más personalistas no pongan al elaborar sus realidades un cuidado semejante al de los poetas que elaboran sus versos. Una desgracia, sobre todos para cuantos hoy seguimos buscando en el mundo un poco de esperanza que no venga de Miami.