Las ilustraciones de La Estafeta del Viento

El amarillo es la muerte de los cómicos y el terror de los toreros

[...] El amarillo es un color litúrgico.
Es el color de la bandera del Papa y de los sindicalistas sumisos, el color del oro y del halo de los santos, el color de los altares y de las coronas, del humo del incienso y de las rejas de las catedrales.
El amarillo es un color inocente.
Los niños lo usan para pintar lo extraordinario, aquello que desearían ver y a duras penas se conforman con imaginar, los rayos del sol y los que brotan de las armas de los viejos dioses, el resplandor de los cofres repletos de tesoros y la amenaza que impregna la mirada de los extraterrestres, la arena de las playas tropicales y los amaneceres en el Polo Norte.
El amarillo es el color de lo rancio.
Es el color del polvo acumulado y del papel envejecido, el color de la fruta podrida y de las aguas estancadas, el color de las heridas gangrenadas y de las hojas muertas, el color de los cristales sucios y de la piel de los cadáveres.
El amarillo es la muerte de los cómicos y el terror de los toreros. Es el color de la gente de orden. Y el color de la angustia.
Porque es ambiguo, porque puede ser casi verde, casi naranja, casi blanco, casi gris, casi sepia, casi marrón, porque se alimenta de su ambigüedad, porque puede ser a la vez rotundo y triste, vivo y ácido, apagado y cruel, alegre y alarmante, y apenas ser, diluirse en una claridad tramposa en la que cabalga la frontera de lo inexistente.
El amarillo es el color de los limones y el color del dinero. Es el color del pelo de las razas ricas del norte y de los tintes que compran las mujeres pobres del sur. Es un color terrible. Por eso Juan Vida lo ha escogido. [...] 

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