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Actualización: 23/03/2012

Diana Bellesi

Variaciones de la luz

Por Paula Jiménez

"Uno de los rasgos característicos de esta colección es que (...) los poemas aquí reunidos han pasado por un riguroso trabajo de corrección y edición por parte del mismo autor, o sea, nada de material en bruto ni de cabos sin atar, más que los que necesariamente (y afortunadamente) la buena literatura dejará siempre sueltos"

En junio de este año Yaki Setton y el sello editorial Bajo la luna, lanzaron una originalísima idea llamada Poesía en obra, cuya explicación reza en las contratapas: “libros donde el poeta aún no ha dado su última palabra”. El proyecto consiste en difundir “adelantos”, o libros todavía en preparación; a este catálogo que recién nace pertenecen El muchacho de los helados y otros poemas, de Osvaldo Bossi y la nueva publicación de Diana Bellessi, Variaciones de la luz.

 

En este caso comentaré Variaciones… y hacerlo –probablemente me sucedería lo mismo con El muchacho…– produce en mí una sensación paradojal. Por un lado su coherente sistema poético, la limpieza de estilo y los temas que guiaron su escritura, sugieren que estamos frente a una obra acabada, y por el otro sabemos que ignoramos su pertenencia final, es decir, los libros mayores que en el futuro estos poemas integrarán. Uno de los rasgos característicos de esta colección es que, a diferencia del work in progress cinematográfico, los poemas aquí reunidos han pasado por un riguroso trabajo de corrección y edición por parte del mismo autor, o sea, nada de material en bruto ni de cabos sin atar, más que los que necesariamente (y afortunadamente) la buena literatura dejará siempre sueltos. Así que si bien los títulos de este catálogo –tanto los ya publicados como los que les seguirán– se encuentran “en preparación”, los textos que los componen han dado con una forma definida (aunque no sea tal vez la definitiva). Tal es el caso de Variaciones de la luz, libro que alcanza aquí un carácter propio, capaz de hacernos individualizar una “variación” más dentro del registro de la particularísima voz de su autora. Podríamos decir que a partir de la búsqueda minimalista que caracteriza El jardín o La edad dorada hasta aquí, Diana Bellessi se reformula, transformando cada vez más su relación con el detalle y el conjunto. Una mirada lineal describiría el recorrido de una poeta que avanza sobre un mismo camino desde hace ya varios libros; pero, desde hace ya varios libros, cada uno de ellos plantea una vuelta más en el funcionamiento del engranaje anterior. La pequeña pieza natural se diluye ahora en la espiral de la vida y la muerte continuas, hélice en cuyo centro resplandece el sentido; la pura luz, la neta oscuridad impone la justicia de un orden que, “haciendo sin hacer” como diría el Tao, alcanzaría la disolución, la síntesis final de toda abundancia.

 

“[…] es el límite dando forma dulce / a lo invisible que es ilimitado”, dice en “La corona”, el poema más extenso del libro, compuesto de catorce sonetos encadenados. Se inicia con un epígrafe que relata un hecho: Buda abre su mano como “una flor de cinco pétalos”, gesto que, según nos cuentan, fue llamado el “sermón del silencio”. Este poema encuentra su dulce forma en el territorio de la escritura de estos sonetos que unidos podrían multiplicarse al infinito. Pero la inmensidad se organiza cada vez, segmentándose. Dice Bellessi: “prefiero eso que me ha tocado en gracia / y pienso cómo hervir el pez pequeño / aquí en la casa puesta ya la mesa”. Es en este sendero que va de lo particular a lo universal y viceversa, donde se reconocen las variaciones, la luz se fragmenta y asume sus colores, movimientos y tamaños sobre la continua velocidad del tiempo. Así, después del revuelo cromático y hechizante del ocaso, esa luz puede terminar resumiéndose en un punto que corta la negrura: “y plata y noche hasta que sólo / quedan las luces de tu casa / a veces como mágicas naranjas / dulces y en la soledad amargas”, del poema “Variaciones de la luz”. La idea de la soledad parece ligarse aquí con la ausencia del otro y el yo lírico situarse en las antípodas de la celebración, pero como nada está quieto en este libro, lo amargo de esta fruta quizás se revele como el contrapunto necesario para que en la cronología de una vida colmada de colores diversos, la experiencia de la compañía, del amor, también sean posibles en un momento anterior o posterior.

 

El poema “Elegía”, apoyado en sus tercetos de endecasílabos y sus rimas, recrea dulcemente la atmósfera de una escena íntima, donde madre e hija comparten un quehacer, mecidas en el vaivén de un amor “que no luce atormentado”: “Abril las envolvía en una niebla / de oro mientras sentadas en el patio / dos mujeres cosían y las hebras // de la charla avanzaban con cuidado”. “Elegía” expresa un encuentro que no puede ser más adecuadamente formalizado que en la escritura de estos versos en los que nuestra lengua natal parece descansar cómodamente, y donde el terceto –tan unido a la composición elegíaca en la tradición literaria– evoca el número de lo sagrado y lo perfecto, la forma literaria de una nostalgia original.

 

“El paisaje está preñado y esa es la luz que flota en el aire”, dice Bellessi en “Stabat Mater”, un poema en tercetos también, que, como su nombre lo indica, trae nuevamente la figura de la madre, pero esta vez como metáfora de un acontecer irremediablemente sujeto a la continuidad (del tiempo y de la especie). La muerte como un punto más dentro de la interminable sucesión de la vida, o el vacío, cuyo anillo enlaza los dedos de la forma inacabada, son elementos en mutua relación con su supuesto contrario, y la existencia de uno justifica la del otro: “se va la vida y por eso la ven / radiantes, mis pequeños, ahora bébanla”, de “El cristal”. “Se va la vida”, ¿es que acaso la existencia, pendiente de su precario hilo, no está siempre al borde? ¿no es donde la materia se muestra radiante y plena, el lugar justo en el que comienza a anunciarse su retirada? La relación entre opuestos parece seguir siendo uno de los ejes principales en los que se sostiene la mirada de Bellessi, mirada que busca sintetizar, como en el sermón del silencio, una aparente polarización.

 

Como se ve –y por momentos apoyándose en algunas referencias inequívocas al taoísmo, al cristianismo o al budismo–, en este libro se plasma una concepción abarcadora del existir que no deja afuera el pequeño desasosiego de la vida individual. Allí cuando el espíritu queda perplejo ante la pérdida, es que el verso aparece produciendo la “sutura”; dice Bellessi: “donde la nota de este acorde se acomoda / y ya no sufro más de la tristeza ciega / donde perdido estuvo el corazón”. El sufrimiento, si bien hondamente engrillado en sus versos, no se separa del igualmente hondo goce de la vida: “en una melancolía santa, sí, / del mediodía que parece rezar / por nosotros, o con nosotros quizás, / ante la belleza del mundo”, dice la autora de Variaciones de la luz, en los versos con los que el poema “El vacíoy la forma" aparenta concluir.

 

 

 Reseña publicada en el número 9 y 10, invierno de 2006, e La Estafeta del Viento  

 

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