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Portada de Poesía completa, de María Mercedes Carranza

Actualización: 24/01/2012

María Mercedes Carranza

Poesía completa

Por Josep M. Rodríguez

 

Ed. Sibila 

Sevilla

2010

 

En las primeras líneas de su autobiografía Habla, Memoria, Vladimir Nabokov afirma que nuestra cuna está situada al borde de un abismo -que abarca todo lo anterior a nosotros-, y que a partir del momento en que nacemos nos dirigimos inexorablemente hacia otro abismo que, aunque idéntico, nos asusta mucho más. Para el narrador de origen ruso, la existencia es "un breve destello de luz entre dos oscuras eternidades". Una hermosa reflexión que Jane Kenyon insertó en "Reading Aloud to My Father", uno de sus últimos y mejores poemas, escrito cuando ya la leucemia la tenía acorralada. Quizá por ello, la que fuese esposa del también poeta Donald Hall concluye: "Nabokov estaba equivocado. Este es el abismo. / Esa es la razón por la que los bebés chillan al nacer / y los moribundos tienden la mano / a algo que sólo ellos pueden alcanzar".

Si este es el verdadero abismo, no es de extrañar que la autora de Let Evening Come considere que la principal función de la poesía es, precisamente, consolarnos de tanta pérdida y de tanta muerte. De ahí su relevancia: "La poesía importa porque dice la verdad. La verdad acerca de la complejidad de la vida... Importa porque es una consolación en tiempos difíciles". Para Kenyon, los versos pueden transformar el sufrimiento en belleza, si bien, para ello, requieren de la honestidad de su autor. Según Juan Ramón Jiménez, "el poeta que habla íntimamente de sí mismo habla profundamente de los demás. El que cree que habla de los demás y a gritos no habla de ellos ni de sí mismo, o habla de ruido general". Un aforismo que se ajusta no sólo a la obra lírica de Jane Kenyon, sino también a la de su contemporánea María Mercedes Carranza -como bien apunta Darío Jaramillo Agudelo en el iluminador texto que sirve de prólogo a su Poesía completa, editada por Sibila.

María Mercedes Carranza nació en Bogotá, en 1945. Hija del poeta Eduardo Carranza, tuvo, como es lógico, acceso a los libros desde edad temprana, por más que no fue hasta 1972 cuando publicó Vainas y otros poemas. El primero de esos otros poemas, titulado "Con usted y con todos los demás", se abre con una significativa cita de Jorge Luis Borges: "Otro cielo no esperes, ni otro infierno". Recordemos las palabras de Kenyon. La vida es el único, el verdadero abismo. Y en él hunden su irónico aguijón los versos de Carranza. Como en "Salmodia, sin gracia ni ritmo", que más que un poema es una contundente poética: "no me visto / de crepúsculos para dormir (...) Tampoco veo cosas misteriosas, / ni las intuyo, ni me importan. / Me basta con que el cielo siga / todos los días, sin más perendengues, / y que tus caricias sean eso / y no vehículos para llegar / a las esferas celestiales".

Lejos de las esferas celestiales, lo que a Carranza le interesa es la tierra que pisa: desde la "Patria Boba" de su primer poema, a Caldoso, Uribia, Necoclí y el resto de lugares mencionados en las veinticuatro breverías de El canto de las moscas: un volumen que, en cierta medida, recuerda esos diarios de viaje japoneses -el más conocido, sin duda, Oku no hosomichi, de Matsuo Bash?-, en los que el poeta trataba de encerrar la esencia de los sitios que iba visitando en esa especie de bibelot que es todo haiku. Poco más o menos lo que hace María Mercedes Carranza: "Lluvia y silencio / es el mundo en / Confines. / Desolación del páramo". Ahora bien, por encima de todos esos lugares, estaba su Bogotá: "La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida; / nos une el cansancio y el tedio de la convivencia / pero también la costumbre irremplazable y el viento".

Es curioso cómo ese cansancio al que alude Carranza en el poema "Bogotá, 1982" se va haciendo cada vez mayor. Página a página, las palabras se van arrugando, erosionando, llenando de desconfianza. Las ausencias hieren más -especialmente desgarrador el llanto por Luis Carlos Galán, "18 de agosto de 1989"- y se empieza a dar por perdida "la lucha a dentelladas contra los invisibles / demonios que envenenan el aire". La "bestia", el "enemigo", va ganando terreno: "el enemigo sabe con quien trata / y sutil y terco esperará agazapado / a que se apague la televisión / y sea noche y sea silencio y yo / en mi cama dé vueltas sola y desolada". Y así llegó el diez de julio de 2003.

Más de un siglo antes, la noche del veintitrés de mayo de 1896, otro poeta colombiano decidió poner fin a su vida. Fue de un disparo en el corazón, sobre una marca que el doctor Manrique le había hecho aquella misma mañana. Se trataba, claro está, de José Asunción Silva, con quien la autora de Hola, soledad tuvo desde siempre una especial relación. Y no sólo por su análogo final o porque Carranza fundara y dirigiera la Casa de Poesía Silva en Bogotá, sino porque sus versos están muy próximos en tono y visión del mundo a "Zoospermos", "Filosofías", "Psicoterapéutica", "Avant-propos" y demás textos de Gotas amargas. Especialmente en su primer libro: "Bueno, señora Arnolfini, es / el momento de que se decida (...) No / me explico por qué sigue posando, / si hasta el mismo Van Eyck está requetemuerto / y su pinocho -perdone- su marido ya no es / el hábito del alma suya (...) Venda su palacio y sus alhajas / y recorra el mundo en auto-stop; beba / la pausa que refresca, compre / lo que tarde o temprano será / un Philips y lea el Reader's Digest".

Carranza hace uso del tono coloquial y de las distintas máscaras del humor, como la parodia o la ironía, con una voluntad lúdica y desmitificadora que a menudo despiertan la sonrisa, la sorpresa y la complicidad del lector. Para ello, no renuncia a nada. Todo vale: las referencias a un anuncio publicitario de Coca-Cola -"la pausa que refresca"- o a las casas comerciales Philips y Ponds, que insolentemente se mezclan con una pintura de Jan van Eyck, con alusiones al cine -"Solo ante el peligro", "Guión para una escena de Antonioni"- y, por supuesto, con citas y referencias literarias: desde el "¡Oh, dulces prendas!" de Garcilaso a "Una rosa para Dylan Thomas", pasando por "Si quiere amor que siga sus antojos", de Lupercio Leonardo de Argensola, por "Kavafiana", por "Artaud entre palabras"...

Y esto último sólo por mencionar sólo algunos títulos, porque los poemas de Carranza suelen construirse sobre otros textos anteriores, lo que los convierte, casi, en palimpsestos. Sirva de ejemplo el fragmento antes citado de "Aquí con la señora Arnolfini", que esconde una referencia al "Soneto V" de Garcilaso, al primero de los tercetos para ser exactos: "Yo no nací sino para quereros; / mi alma os ha cortado a su medida; / por hábito del alma misma os quiero".

Y de este modo llegamos al amor. Y al desamor. Y al deseo: "En estos instantes su cuerpo es inmenso, / sólo el cuerpo existe. / Puedo repetir las palabras entredichas, / la piel que se derrite, el sudor. / Pero en realidad sucede / que mi cuerpo está bajo su cuerpo (...) ambos tratando de sobrevivir / cada uno gracias al otro". Pocos, muy pocos poetas han sabido captar la efímera magia del momento como María Mercedes Carranza. Sin ir más lejos, en este "Poema de amor", los protagonistas se extravían por los laberintos de la piel hasta que "oigo su voz que me dice: / «Qué bien lo hemos pasado, mi amor». / Pienso entonces que debo ocuparme ya / de encender las luces de la casa". Y lo mismo sucede con la llamada telefónica que desordena la realidad de "Hoy, 13 de mayo 1985" y que al colgar acaba por dejarnos, si cabe, aún más vacíos.

"La poesía debe decir la verdad y nada más que la verdad" escribió Jane Kenyon. Una "ética de la franqueza" -en palabras de Jaramillo Agudelo- que María Mercedes Carranza llevó hasta su últimas consecuencias. "De nada le sirven ya los engaños / para sobrevivir una o dos mañanas más", profetizó. No en vano, debía resultar agotador desnudar cada verso frente al espejo de su miedo y de su soledad. Ahondando, día a día, en ese pozo de petróleo que todos llevamos dentro.

 

 

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