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Otras horas, de Jorge Valdés Díaz-Vélez

Actualización: 24/01/2012

Jorge Valdés Díaz-Vélez

Otras horas

Por Juan Carlos Abril

 

Dos libros publicados en menos de seis meses dan cuenta de la calidad de la obra de este poeta mexicano, ganador además del I Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado

 

 

En menos de seis meses se han publicado en España dos poemarios del poeta y diplomático Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, México, 1955), uno en Quálea, en Cantabria, y otro en Vandalia, en Sevilla. No es ninguna casualidad, sino el refrendo de una trayectoria que lleva ya años en una línea muy concreta y que, con talento y tesón, va dando a la imprenta los libros tal y como vienen las circunstancias, y nos referimos a que Mapa mudo consiguió un premio prestigioso y a raíz del premio se ha podido publicar.

 

Curiosamente para quien siga las publicaciones de Valdés Díaz-Vélez le llamará la atención los títulos de ambos poemarios, Otras horas y Mapa mudo. Al margen de la sólida factura de las dos entregas, su arquitectura perfecta -no sólo en cuanto a la concepción global de los libros sino también respecto a los propios poemas- y los paralelismos formales, estructurales, que se pueden comprobar con una rápida mirada (por ejemplo, los dos poseen cuatro partes y un poema inicial que funciona como puerta o «Umbral» introductorio), uno hace referencia al tiempo y otro al espacio, y ninguno de los dos se sitúa en un eje cronotópico simple o sencillo, sino que llevan una suerte de adjetivo o modificador que le da un matiz: en el caso de las horas, se nos dice que son «otras», y en el caso del mapa, se nos presenta como «mudo». Los dos libros hablan entre sí y se comunican por su íntimo idioma (en ambos hay una lucha con un ángel, dentro de un sueño o en la noche, como el Jacob bíblico, ya sea en «Caelestis», de Otras horas, ya en «Naturalezas vivas», de Mapa mudo), en sus afinidades, manteniendo una autonomía absoluta y erigiéndose en entregas independientes, pero, ya que provienen de la misma pluma, que se han publicado en un breve lapso y que presentan ciertas simetrías estructurales, y a veces complementarias, podríamos enmarcarlos en un mismo ciclo (otra similitud sería la de que una sección de Otras horas titulada «Insular», mientras que en Mapa mudo se titula «Archipiélago», como si hubiera una continuación o extensión), aunque explicaremos las diferencias que les separan, pues a la misma vez es lo que enriquece la escritura de Valdés Días-Vélez. La significación que encierran está muy en relación con cada libro, y podría establecerse también un diálogo entre ambos, completándose en cierto sentido, si bien -insistimos- cada uno de los poemarios es independiente y plantea unas coordenadas espaciotemporales propias. Veamos cada libro por separado y veamos también algunos de los temas que los atraviesan transversalmente.

Tras el «Umbral» inicial, un magnífico poema en el que se nos entregan las palabras para que las sintamos y apreciemos, anticipándonos lo que va a venir, Otras horasse abre con una sección lúdica titulada «Gymnopédies», aludiendo a los estudios y juegos musicales de Erik Satie. Bajo esta advocación musical las diez partes del mismo poema nos invitan a la meditación al resguardo de la lluvia. Surge así ese momento de reflexión y búsqueda interior, de verdad con uno mismo y enfrentarse cara a cara a las realidades hirientes que nos tocan. Hay algo de ensueño en todo eso, de ilusión que ayuda a fugarnos, donde nace la esperanza de estar vivos y de poder alcanzar la felicidad. O al menos eso se pretende. El fragmento VII es posiblemente el que más nos ha gustado:

 

Está la pieza yéndose, prosigue

su múltiple desplome en los peldaños

a las flamas del agua. Continúa

 

su derrame por túneles que crujen

igual que la madera al sumergirse

debajo de las rótulas enfermas.

 

Todo se precipita en dos orillas

idénticas al sueño, entre armonías

análogas al filo de su imperio.

 

El personaje se resguarda tras la ventana, mirando la lluvia, y ahí comienza su meditación: el enclave es explícito en varias ocasiones, una habitación, un cuarto... Es, por tanto, una composición de lugar que se pierde en otro tiempo. Ahí comienza a funcionar ese eje antes aludido, y ahí comenzamos a entrar en el libro, en su pluralidad. Hay que destacar que el verso fluido y clásico de Valdés Díaz-Vélez ayuda siempre, y que el lector se siente cerca, estableciendo una suerte de dialéctica entre las palabras y la simbología que encierran. Nada hermético, no se pretende nombrar nada extraño, ni extravagante, ni se alude a esencias individuales que sólo el poeta desvelar. La gramática empírica de esta poesía nos hace comprensible el mundo, y sobre todo nos ayuda a participar de él.

En la siguiente sección, «Mirador», entramos de lleno en lo que definiríamos como una poética de la contemplación, y que podría hacerse extensible a Mapa mudo. No hablamos en ningún caso de una contemplación platónica, sino de una introspección exterior/interior a través de la mirada, una interrogación constante del afuera que va respondiéndonos internamente: partiendo desde la base de un no-lugar, el que observa es un desarraigado que no encaja en ningún sitio, que ausculta el horizonte (que en Mapa mudo se convertirá en «Sol poniente»), que busca respuestas. En clave vital, sin duda, la sensación de no pertenencia preside la poesía de Valdés Díaz-Vélez, y de ahí se desgaja la tercera parte del poemario, «Insular», por la que deambula Ulises, vagando de un lado para otro sin que se sepa bien si es que no quiere volver a Ítaca, y por eso demora su regreso, puesto que le espera una vida muy aburrida al lado de Penélope, o porque en efecto, cuando regresa, ya nada es lo que era, ha pasado el tiempo y le abordan los años de la desilusión, los fantasmas de la edad y la impotencia. La toponimia aquí cobra especial relevancia, mostrándonos diferentes encuadres y planteándonos una poesía sin alharacas, cercana a la cotidianidad y a cierto coloquialismo, reflexiva y crítica. La última sección, «Contraluz», está compuesta por 22 tankas de perfección formal y contenida emoción. Con ellos, se pretende apresar un instante, un sentimiento destellante, la fugacidad que se va escapando ineludiblemente, y así concluye este recorrido por diferentes espacios y tiempos, cerrándose a sí mismo.

Por otra parte, de versos más largos y de tiradas versales más extensas en las composiciones, Mapa mudo se inicia con «Vathi» y un personaje «forastero» de sí mismo que llega a Ítaca. La relación, como vemos, entre un poemario y otro está bien imbricada, entendiéndose como parte integrante de una poética que trasciende a una sola entrega. Se retoma la noción de desarraigo, de no pertenencia, ahondando en ella. Y se profundiza también en algunos efectos formales, que antes no habíamos leído en Otras horasMapa mudo posee una razón narrativa distinta, mucho más intensa. No será casual, por tanto, que la primera parte se titule «Extranjería», y que las situaciones y lugares que se nos presenten estén de un modo u otro extrañados en los versos, puestos con la distancia brechtiana que nos los vuelve diferentes para poder comprenderlos luego mejor, con más ángulos y perspectivas. Así «Alhambra» (p. 29), o «Idus» (p. 33), aunque de esa sección destaca sobre todo este impresionante poema, que nos permitimos reproducir:

 

GENEALOGÍA

 

Se han marchado los hijos de la casa

igual que lo hice yo, y antes mi padre

y el padre de mi abuelo, el que perdura

en el polvo que impulsa nuestros huesos

hacia la incertidumbre y desde el miedo

a la desolación de las palabras:

naufragar, desamor, volver, vacío.

Se fueron ya. Tenían la sonrisa

envuelta en las bufandas y en los brazos

el olor de la casa que dejaban.

Nada será lo mismo con su ausencia

a la hora del pan frente a la música

o en la noche del fuego. Llega el alba

y con ella su sombra. La tristeza

sube la escalera de caracol

y acoda su mutismo en la baranda

para oír el primer canto del día

junto a mí, el que partió y no se ha ido.

                                                                (p. 21)

 

No-lugar, decíamos, pero también no-ser de un personaje que ve que sus claves no son estables, que no se identifica con nada y que afronta lo mudable, transitorio y simulado de la vida sin máscaras ni falsas promesas. La concentración de elementos y significados, nos permite encuadrar la obra de Valdés Díaz-Vélez en la poesía de estirpe grave, hundiéndola en esa tradición de temas serios, pero no siempre es así y existen muchos otros tipos de poemas que se articulan como contrapunto, o incluso dentro del mismo poema: «Bajo el grave rezongo de los truenos / brilla el último adiós de su aspereza». (p. 39)

En fin, con una variada toponimia, desplegada explícitamente, va desarrollándose ese mapa que posee ese hándicap pero que, sin duda alguna, nos habla, o está habilitado para hablar a través de la palabra escrita. Y dejamos que los lectores lo descubran. Porque los mapas, recordemos, son cartografías que hay que saber leer, y quien no conozca sus códigos no podrá desentrañar lo que allí se dice o explica. Algo de esto podría ser la idea principal, aunque sin querer hacernos partícipes de ningún secreto que no se pueda compartir ni querer descubrirnos la ruta de un tesoro al que sólo puedan llegar los iniciados, entendidos y algunas veces ni ellos mismos. La poesía de Jorge Valdés Díaz-Vélez es un tiempo afable y lleno de promesas, un territorio transitable y habitable, para participar y compartir inquietudes. Consciente de lo difícil que es llegar a expresarse, de lo imposible que puede resultar la escritura, Valdés Díaz-Vélez no alza la voz sino que indica un camino, una ruta, un tiempo distinto al que sólo podemos llegar a través de su poesía.

 

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