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Actualización: 24/01/2012

Ángel González

Nada grave

Por Carmen Romero

Superviviente

Hacia la desesperanza

Para leer Nada grave hay que elevar el cuerpo. Esta disposición de nuestro espíritu es la que reclamaba Claudio Rodríguez en su poema Hacia la luz de El vuelo de la celebración. Quizás así, recorriendo los momentos que algunos de sus contemporáneos enfrentaron al final de sus vidas adquiere más su perfil este libro final de Angel González.

La última estrofa de Claudio Rodríguez en el poema Secreta de Casi una leyenda quiere enmarcar este acercamiento a la manera de abordar este encuentro con su propio final:

¿Y si la primavera es verdadera?

Yo no sé que decir. Me voy alegre.

Tú no sabías que la muerte es bella,

Triste doncella.

De los que García Hortelano reunió en su antología sobre el grupo poético de los 50 nos han quedado testimonios muy diversos de estos últimos versos que pocas veces se sienten como testamento y menos aún cuando sus desapariciones son prematuras.

Ángel González tenía la conciencia de ser un superviviente por haber resistido a su edad y a su vida, pese a que aún le podrían haber quedado años de lucidez fecunda. De ahí su canibalismo poético, en Comió a sus muertos, uno de los poemas más duros de quien se siente hambriento de amistad y compañía en su naufragio. Algunos de estos últimos poemas están ahí como una provocación, por encima de su contenido estoicismo y de su fortaleza moral ante la adversidad. Y siendo un libro desigual, también desigual en la manera de afrontar su oficio, nos ha dejado en él los destellos de lo que fue la línea de su mejor poesía.

 

Resistir a la edad y a la vida no fue su única supervivencia. En realidad, quizás la nota que más unió al grupo poético de los 50 fue precisamente su carácter de supervivientes. Las vivencias de la guerra civil y la dictadura fueron muy definitorias en la cohesión de un grupo muy heterogéneo en sus formas estilísticas, en su concepción del hecho poético y en sus recorridos posteriores. Ángel González vivió la guerra civil de una manera traumática. Marcó su vida y su poesía. Ese es el sentido tal vez de los últimos versos de este poema:

.... ...

¿En quién vivirá él cuando al fin muera?

En el buitre del odio,

Lo único vivo que le sobrevuela.

 

Es la misma imagen que aparece en su poema El campo de batalla de Sin esperanza, con convencimiento.

No parece ser un simple malditismo literario este permanente ajuste de cuentas con su vida. Ya se definía como escombro tenaz en su autobiografía poética Para que yo me llame Ángel González en los 50. El propio poema inicial, Orazal, es como un reproche a su propia supervivencia.

Y sin embargo, ya en los 50 empezaba a componer el dilema sobre el que iba a montar su arquitectura poética en su poema Final

Entre el amor y la sombra

Me debato: último yo

Por eso hay una constante que vuelve a surgir en Nada grave donde el poeta se vuelve a definir como pedazo de sombra, mi yo sombrío. Y como para paliar su íntimo desasosiego juega con los versos de Pessoa: Yo soy el fingidor, no el poeta.

Cualesquiera que hayan sido sus vivencias, cualquiera que haya sido su pose íntima ante sí mismo, es esa desnudez exenta de artificio la que le aporta verosimilitud.

 

Y para este yo sombrío la esperanza es la araña negra del atardecer. Así esta imaginada ya en su poema El campo de batalla. Si hay una línea que define su yo poético esa línea va hacia la desesperanza. Ya marcó los versos de Sin esperanza, con convencimiento. Y vuelve ahora en su poema Siempre la esperanza, una de las notas más ácidas de este conjunto de poemas de su última hora.

Esperar la desdicha

¿es una forma de esperanza?

La menos peligrosa en cualquier caso

La que no puede defraudarnos nunca.

 

Ya lo había dejado en otro poema años antes

... ...

Si sale nunca, la esperanza es muerte

Si sale amor, la primavera avanza.

 

Y pese a su insistencia en el término nada Ángel González no es un poeta nihilista, sino un cantor de la vida y del amor. Desde su Muerte en el olvido

Yo sé que existo

porque tu me imaginas.

... ...

 

hasta su reverso ahora en Quiza mejor ya no

Tanto la he llamado, tanto

he suplicado su asistencia

que ahora,

cuando apenas si tengo ya voz para llamarla,

casi lo que mas temo es que al fin venga.

 

No me vuelva a dar la vida.

Hay una poesía amorosa extraña en estos tiempos por su severidad formal, por su contención, por su mesura, que permanece viva. Desde la dedicatoria hasta sus últimos versos, su poética va a morder en el sentimiento mas universalmente cantado y en su ausencia. Corrobora así esa línea de desesperanza que ya se atisbaba en sus inicios con este toque final, de quintaesencia.

Y el punto machadiano, de aceptación, recorre también estos últimos versos. Ahí está en su poema No hay prisa

... ...

Agradece el regalo de la luz

Del cielo de diciembre

... ...

Efectivamente hay que ser muy valiente como lo fue Ángel González en sus últimos años. Sólo si tienes mucha fortaleza moral puedes entrar tan a fondo en esas íntimas páginas para dejárnoslas en su desnudez, con todos sus homenajes.

 

 

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