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El sol en la fruta

Actualización: 15/02/2013

Iona Gruia

La extraña

Por Ángeles Mora

"Pero no sólo nos marcan los buenos momentos con su intensidad irrepetible, también se nos van metiendo debajo de la piel los fracasos, las amarguras"...

 

El sol en la fruta

Premio Andalucía Joven de Poesía, 2011

Ioana Gruia

Sevilla, Renacimiento, 2011

 

No vamos a destacar como mérito principal de este libro —aunque lo tenga, y mucho— el hecho de que su autora haya elegido nuestra lengua castellana, que no es la suya materna, para escribirlo. Pareciera que la poesía, que se considera el género literario más íntimo, rico y lleno de sutilezas, requiriese nuestro clamor original, la palabra primera inscrita en nuestra conciencia… Y sin embargo no hay ningún mandato en ese sentido y  la lengua no deja de ser un instrumento en manos del escritor. Dice en una entrevista reciente el novelista Erri de Luca, que creció hablando napolitano, que se mudó al italiano para escribir porque le parecía una lengua más tranquila: “digamos —concluye— que el italiano es mi lengua de residencia”. Yo le he oído a Ioana decir algo parecido: “para escribir poesía necesito el castellano”. El castellano es, pues, la lengua de residencia poética de Ioana Gruia, rumana de nacimiento (Bucarest, 1978), que lleva casi quince años viviendo en Granada y estudiando en su Universidad, en la que ahora trabaja como docente. Su primer libro de poesía Otoño sin cuerpo, que ya llamó mucho la atención, quedó finalista en el Premio García Lorca de la Universidad de Granada en el año 2002. Además ha publicado Nigthhawks, que obtuvo el Premio García Lorca de la universidad, en su modalidad de cuentos, en el 2007 y un magnífico libro de ensayo Eliot y la escritura del tiempo en la poesía española contemporánea (Visor, 2009). Precisamente mucho tienen que ver los poemas del libro que reseñamos con la escritura del tiempo.

Voy a comenzar esta reseña transcribiendo un breve poema del libro que me parece significativo en cuanto al hecho poético en Ioana. Está escrito en prosa.  Se titula “La extraña”. Dice así: Llamo a la puerta de la extraña que se asoma, dentro de mí, a la ventana de un pasadizo. Pero no me responde. Y me pregunto qué estancias une el pasadizo. Y a qué puerta estoy llamando.

Pues sí, una extraña habita en este libro, va tejiendo sus páginas con hilos diferentes, de colores vivos o apagados, sutiles o más fuertes, en blanco o en negro. Se asoma a los huecos que abren estos poemas para darles el cuerpo que merecen, el espesor en que se asientan. Ioana la deja hacer porque la necesita como cualquier poeta necesita al extraño que lleva dentro.

Así que Ioana deja que crezca en este libro la extraña y su extrañeza para contarnos la vida: las diferentes heridas que nos va abriendo el tiempo, el amor, la soledad, el deseo, la rebeldía o la literatura, esa doble costura que nos abrocha con otros, que multiplica la intensidad del mundo que nos rodea o que tenemos dentro de nosotros.

Está claro, pues, que el principal mérito de este libro de Ioana Gruia reside en la gran capacidad poética que demuestra, en su especial inteligencia para unir reflexión y sensualidad, emoción y conocimiento. Todo desde un lenguaje sencillo, directo, desde una espontaneidad -elegida- que surge con naturalidad. Sin duda es un libro que goza de la frescura y de la luz que el sol refleja en la fruta, así que no podía estar mejor escogido el título, que encierra una de las metáforas principales de estos poemas empeñados en atrapar  no sólo la belleza y la pasión del instante sino esa sensación de fugacidad del momento mágico, que se nos va escapando casi al mismo tiempo que sucede, dejándonos su herida para siempre. De ahí también “el insidioso don de la melancolía” (título del primer poema del libro) que nos acecha sin remedio, la luz del tiempo que transcurre en nosotros y junto a nosotros sin detenerse nunca.

Enseguida, en el segundo poema, “Canción para un instante”, Ioana nos sitúa ya en el tiempo pasado, en el recuerdo: no podemos revivir el pasado, tan sólo recordar el resplandor de lo sucedido, la explosión vital que nos impresionó para siempre: ese “instante pájaro” lo llama el poema, que vuela ya para irse en el mismo momento que nos marca con su huella más perdurable.

Dentro de esta serie que podríamos llamar del recuerdo quiero citar un poema que lleva el título de un famoso blues “Stormy Weather”, poema sutilísimo en el que se superponen varios planos en el pasado y el presente: la mirada desde fuera, la anécdota con su doble fondo, la música que suena, el famoso blue donde llueve sin cesar… Buenos momentos, instantes para atrapar en la lluvia del recuerdo, aún contando con esa demasiada tristeza que llueve también sin parar.

Pero no sólo nos marcan los buenos momentos con su intensidad irrepetible, también se nos van metiendo debajo de la piel los fracasos, las amarguras, las tristezas de la vida diaria que nos va tejiendo, poco a poco, “el traje roto/ de la vejez y sus miserias”, por decirlo con versos de “Fiera al acecho”. La vejez, el tiempo de la vejez, es otro territorio que exploran estos poemas. Por ejemplo, el titulado “Exploradores”, con cita del Eliot de los Cuatro cuartetos.

El sol en la frutaes también en todo momento un libro de amor, una conversación con el amado y un homenaje a esa intimidad compartida. Cito en este sentido algunos poemas claves: “Canción para un instante”, “Si tú me llamas Ioana”, “Aniversario”, “Refugios” o “París”, que es un hermoso soneto dedicado a la mítica ciudad, vivida con y a través del amor.

Y no puedo dejar de resaltar, brevemente, algunos registros más que también destacan en este pequeño (por el tamaño) gran libro: un ramo de espléndidos poemas con referencias literarias o artísticas diversas, explícitas o implícitas: a Katherine Mansfield, Borges, Kafka, Hélène Cixous, el Tolstoi de Guerra y paz, o los que aluden a los cuadros de Hopper o al jazz. Mención aparte merecen los  referidos a Bucarest, de dureza y melancolía especiales.

Tampoco deja fuera el registro metapoético en “La isla del tesoro” o “El espectro del poema”, que supone una finísima indagación en la palabra poética: hay un espectro, un fantasma que siempre queda revoloteando, sin atrapar, entre los versos, que se resiste a la lectura y aunque lo intentemos descubrir, escurridizo se escapa, dejándonos la sensación de que algo se lleva para sí, un secreto inalcanzable: el secreto de la poesía.

 

                                      Ángeles Mora

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