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Portada Favores Recibidos, de Antonio Deltoro

Portada Favores Recibidos, de Antonio Deltoro

Actualización: 02/06/2014

Antonio Deltoro

Favores recibidos

Por Juan Carlos Abril

"La reivindicación de una palabra lenta es una de las constantes de la poesía de Deltoro. Una poesía que sepa paladear el silencio alejándose en cualquier caso de cuestiones metafísicas, místicas, especulaciones idealistas o resúmenes esencialistas."

Deltoro, Antonio (2012). Favores recibidos, Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, colección Lengua y Estudios Literarios.

 

Antonio Deltoro (Ciudad de México, 1947) es un conocido poeta y ensayista. Su activa participación en revistas y periódicos, desde hace décadas, ha ido arrojando opiniones y recensiones de diversos libros y temáticas, muchas de ellas de manera transversal, pero siempre alrededor de la poesía y la literatura. En su extensa trayectoria también ha realizado calas de tipo filológico, publicando antologías y estudios como La vida básica (2004), Un sol más vivo (2009), y El gallo y al perla. México en la poesía mexicana (2011), entre las más recientes. Publicó su Poesía reunida (1979-1997) en 1999, la cual agrupaba los libros Algarabía inorgánica (1979), ¿Hacia dónde es aquí? (1984), Los días descalzos (1992) y Balanza de sombras (1997), ya agotada, a la que hay que sumarle los dos títulos que han aparecido después, El quieto (2008), y el hasta ahora más reciente Los árboles que poblarán el Ártico (2012). No demasiados libros, en total, seis, si atendiéramos a la proliferación descontrolada de poemarios por autores que, hoy día, con menos de 35 años, ya sobrepasan en varios volúmenes la actual producción de Deltoro. Pero afortunadamente en nuestro autor es así, ya que se trata de un poeta lento, y vamos a explicar qué significa la lentitud en Deltoro precisamente a través de Favores recibidos. Lentitud en algunos casos es quietud, si atendiéramos al título de su propio poemario publicado en 2008: parado literalmente, no en la acepción mexicana de «quedarse de pie», sino sin movimiento.

En efecto, la reivindicación de una palabra lenta es una de las constantes de la poesía de Deltoro. Una poesía que sepa paladear el silencio alejándose en cualquier caso de cuestiones metafísicas, místicas, especulaciones idealistas o resúmenes esencialistas. Desde la reivindicación del silencio, que es al mismo tiempo reivindicar la palabra, caer en esos discursos legitimadores de la verdad sería lo más fácil, pero sin duda que Deltoro sortea esos peligros con sabia prudencia.

 

En mi poesía actual intento hablar en un tono íntimo del asombro: pretendo hacer una poesía de baja velocidad, cercana a la materia y a la observación. (p. 14) […] La poesía de baja velocidad que pretendo, capaz de ponerle la zancadilla al ritmo vertiginoso, desquiciado, pero dominante de la época, no quisiera que fuera una poesía provinciana, amodorrada, pacata; sino una que poseyera una lentitud alerta, despierta, combativa; ni plañidera ni frívola. (p. 15) […] En el barullo de la época, sólo haciendo silencio, separando, creando nuevos espacios se puede aspirar a cultivar esa pasión por la metamorfosis que, para mí, distingue al poema. El poema crea su soledad, su silencio. (ídem.)

 

Estos fragmentos, extraídos del primer artículo que abre Favores recibidos, titulado «El guardián del silencio», son sólo algunos ejemplos de las reflexiones de Antonio Deltoro, que nos ponen en el disparadero de la modernidad, en la lanzadera de las cuestiones más decisivas de la poesía contemporánea: la poesía ha de poseer referentes a los que aferrarse, pero también debe ser secreto y meditación, freno de la vida cotidiana, reflexión sobre esa misma cotidianidad, sobre la velocidad de las corrientes de pensamiento que nos envuelven y no nos dejan pensar. Ha de suponer y anteponer, citando a su tocayo Machado, tan querido por Antonio Deltoro, a través del Juan de Mairena, que lo que supone una revolución es «pensar lo que decimos», frente al «decir lo que pensamos». La poesía debe hablar de conciencia a conciencia, de la del autor a la del lector, y eso sólo se conseguirá a través de un rotundo «no» a la velocidad en la que las sociedades en las que vivimos, las del capitalismo tardío, nos han llevado esquizofrénicamente. La poesía aporta ese punto de razón y emoción, ese punto también humano, de distanciamiento en el otro y reconocimiento —anagnórisis— en el otro y, por tanto, de autocrítica de nosotros mismos. Pocos ejercicios, materias, o géneros existen en nuestra experiencia de la realidad como la que nos aporta la poesía. El propio Deltoro nos confiesa que la lección machadiana está muy presente en él: «La poesia de Machado me acompaña desde hace muchos años y lleva trazas de acompañarme lo que me queda de vida.» (p. 32). En este mundo de prisas las corrientes de pensamiento y los discursos ideológicos ya digeridos —el pensamiento hegemónico neoliberal, único— rigen nuestra manera de actuar y ser. Hay poco lugar para la originalidad, por no decir ninguno, aunque nos hagan creer lo contrario. Y ahí se pone en juego la poesía, pues reivindica la conciencia individual frente al gregarismo de la colectividad mesiánica. Antonio Deltoro lo plantea así en «Poesía de baja velocidad»:

 

Frente a la historia reciente y su mal gusto, frente a la ancha y dura costra de vulgaridad o frente a la rapidez banal o insensata, una poesía vinculada con las capas más hondas, de surcos profundos, que atraviese la época y que se dirija a un tiempo más ancho. (pp. 19-20)

 

En este sentido resulta inexcusable e imprescindible la página en blanco mallarmeana, esa que resalta los espacios alrededor de las palabras, que habla de lo que habla, pero también de lo que calla. Y sigue Deltoro:

 

Esta especie de «caza del no», como llaman los cazadores al espacio vacío, al tiempo de la espera, que des mi punto de vista incluso en la poesía más abigarrada y barroca está representado por los espacios blancos que rodean al poema, es lo que en este momento quiero subrayar. Este silencio, si somos todavía capaces de él, no puede ser el de principios del siglo XX. El nuestro será un silencio que sea como un bajorrelieve en el ruido de la época, un corolario lento, pero provisional como todos […] El silencio en el centro del huracán. (p. 25)

 

Así podríamos seguir citando frases y sentencias realmente interesantes, que nos relatan a modo de poética la trayectoria intensa de Antonio Deltoro. Pero Favores recibidos no es solo eso, sino que abarca mucho más. Dividido en tres partes, a saber, «El guardián del silencio», el homónimo «Favores recibidos», y «A la mitad del foro», a través de 43 artículos, breves y dinámicos, Antonio Deltoro aprovecha para contarnos de manera cordial sus referencias preferidas, sus lecturas predilectas, al mismo tiempo que realiza una confesión sobre sí mismo. Guía de lectura pero también guía para interpretar su propia obra, los análisis de Deltoro recorren territorios muy variados, desde un enorme elenco de poetas en lengua española —Antonio Machado, Ramón López Velarde, Jorge Luis Borges, Eliseo Diego, por citar algunos de los clásicos—, hasta los más diversos autores de otras tradiciones y lenguas, citados directa o indirectamente. Es, sin duda, un libro que no hay que perderse ya que no se trata de un alarde retórico o academicista sobre lecturas sino una suerte de diálogo con ellas, con esos autores u obras, y en ese sentido es de agradecer el deleite pausado de esa larga y fructífera relación amistosa. No en vano en la contraportada se nos advierte:

 

Este volumen da cuenta de algunos favores recibidos, de algunos momentos privilegiados, en los que una visita oportuna nos salva o nos justifica: un libro, un poema, un autor. Más que una crónica, se trata de un conjunto de conversaciones que han anidado en una memoria cálida, pero frágil: un trayecto por tesoros extraordinarios y amables.

El autor considera a cada uno de los autores aquí comentados como amigos cercanos. Y si bien es de mal gusto dividir a los amigos por criterios exteriores, peor aún sería no ver a cada uno de manera individual; no sólo por lo que es sino por los sentimientos que nos provoca. Así, este libro es, hasta cierto punto, la biografía de un poeta que quiere compartir las lecturas, como amistades, que lo frecuentan y acompañan.

 

Es la manera que Deltoro tiene de agradecer a sus maestros la herencia que le ha tocado, el legado en el que él se sitúa. Y sin duda que podría ser este un buen epítome de un libro que hará las delicias del lector, descubriéndonos una visión personal y siempre sugerente de cómo acercarse a la poesía y la literatura, un intercambio rico y altruista, pues en el fondo se trata de favor por favor, el que nosotros también recibimos.


 

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