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Portada de Del amor, del olvido, de Darío Jaramillo Agudelo.

Actualización: 24/01/2012

Darío Jaramillo Agudelo

Del amor, del olvido

Por: Josep Ma. Rodríguez

La poesía es un ejercicio de paciencia. En especial la poesía amorosa, que probablemente sea la más difícil de escribir porque no sólo hay que encajar su maquinaria como quien vierte encima de un folio en blanco las piezas de un reloj.

La poesía es un ejercicio de paciencia. En especial la poesía amorosa, que probablemente sea la más difícil de escribir porque no sólo hay que encajar su maquinaria como quien vierte encima de un folio en blanco las piezas de un reloj -de ahí el "oscuro el borrador y el verso claro", de Lope de Vega-, sino porque también hay que aprender a ahogar el ansia, la euforia, el hechizo, la pasión o la desmesura, síntomas de la peor enfermedad que puede padecer un poeta: el amor. Ya Voltaire nos advirtió de que una cosa es escribir que lloramos y otra muy distinta es llorar. Un consejo que Bécquer llevó al extremo, hasta el punto de afirmar que cuando escribe es porque ya no está sintiendo: "Entonces no siento ya con los nervios que se agitan, con el pecho que se oprime, con la parte orgánica y material que se conmueve al rudo choque de las sensaciones producidas por la pasión y los afectos".

Hay un soneto del ya mencionado Lope de Vega que describe esa ruleta anímica del que está enamorado. Su final se ha convertido en un lugar común: sabemos en qué consiste el amor desde que lo probamos, desde la primera vez que metemos los dedos en su enchufe. No es fácil engañarnos. Por eso, el poeta que habla de amor es un funámbulo que camina por la cuerda floja del verso tratando de mantener el equilibrio para no caer en el tópico, en el exceso de afectación o en esa ausencia total de vida que lleva a los lectores a pensar que su autor se ha enamorado de una estatua, igual que el protagonista de unos de los cuentos de Rubén Darío.

Pero si escribir un poema de amor es una empresa delicada -que en la mayoría de los casos desemboca en la indiferencia o en el ridículo-, qué decir de un libro entero, por más que se trate de una antología como Del amor, del olvido y de un poeta de la trayectoria y del prestigio del colombiano Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1947). Sin embargo, es precisamente esa condición de antología uno de los principales elementos a tener en cuenta; pues permite que su autor deseche todos aquellos textos que considera prescindibles, a sabiendas de que la autenticidad es una cuestión estética, y no ética: lo que importa no es que un poema sea verdad, sino que se nos haga verdad. Y llegados a este punto sólo cabe afirmar que sí, que nos creemos los poemas de Jaramillo Agudelo: "Sé que el amor / no existe / y sé también / que te amo".

El riesgo es evidente. Y pese a ello, página a página, el poeta consigue caminar por el alambre sin caerse. En 1986, Jaramillo Agudelo publicó un libro titulado precisamente Poemas de amor, catorce de los cuales integran ahora la primera de las seis partes de esta antología. Su punto de partida es quizá el más ortodoxo y tradicional de todo el conjunto, lo que en absoluto significa que sean versos previsibles, porque una de las constantes en la obra de este antioqueño es su capacidad para darle la vuelta a los clichés y a los lugares comunes de la poesía amorosa. Sirva de ejemplo el poema que abre el volumen, en el que el "yo es otro" de Rimbaud termina por ser "ese otro / que también te ama".

Del amor, del olvido es en el fondo un inventario de las distintas fases o formas del amor, sobre las que Jaramillo Agudelo reflexiona con una pasmosa clarividencia. Así pasamos del deseo mudo y la caricia imposible de esas personas a las que amamos en secreto, sin atrevernos nunca a confesar lo que sentimos -"Amores imposibles que te acompañan con más intensidad / que los amores posibles. / Amores imposibles que te dan la dimensión de tu soledad"-, a la inevitable superación tras una ruptura: "Te vas volviendo olvido / una parte de la nada que no duele". Pasando, claro está, por el rapto y la sumisión, los fantasmas de la memoria, los encuentros casuales, una llamada telefónica que "le da sentido a todo", el despecho de poemas como "Qué bien me va tu ausencia" y "Venganza" o, incluso, los instantes previos al reencuentro de los amantes: "Faltan doce horas para nuestra cita. / Mis manos están a doce horas de tu piel y ya tiemblan ansiosas (...) Arden los relojes en la espera de tu cuerpo. / Cada minuto es una gota más de ti (...) Basta cerrar los ojos para que lluevan estrellas, / basta tu mano aquí, / bastan tus labios".

No obstante, pese a la multiplicidad de tonos y registros, Del amor, del olvido se caracteriza por una sólida coherencia, basada principalmente en la propia escritura de Jaramillo Agudelo. Una escritura que huye de la retórica y de las piruetas gratuitas para ofrecernos, a cambio, una poesía tan depurada, tan natural y directa que hasta puede llegar a parecernos fácil -cuando en el fondo es la menos fácil de todas: "¿Por qué no tu boca aquí, / por qué no sobre mi piel tu aliento / por qué no adentro yo de tus abismos?". En definitiva, versos de agua clara que rebosan emoción e inteligencia. Emoción para cautivarnos. Inteligencia para convencernos.

 

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