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Ilustración de Juan Vida

Actualización: 17/02/2012

Manuel Acuña

Por Jesús García Sánchez

"Detractores nunca le han faltado a Acuña, pero siempre ha perdurado la memoria del Nocturno dedicado a Rosario por su extraordinario patetismo, su impresionante ánimo desesperado y su desconsuelo"

Nocturno

MANUEL ACUÑA alcanza una de las cumbres del romanticismo mexicano con su “Nocturno” dedicado a Rosario. Es una composición quizás incorrecta e incluso descuidada, pero pletórica de emoción y de ternura, de amargura y de melancolía. La vida y la obra de Acuña, y más tarde su muerte, están unidas a la fatal relación que mantuvo con la célebre musa Rosario de la Peña, también cortejada por Manuel M. Flores, por el Nigromante y hasta por el mismísimo José Martí. Acuña se suicidó en 1873, con apenas 24 años, al parecer con cianuro, no sin antes invitar a Rosario a que, al menos, compartiera sus últimos minutos con él. A Rosario la describe Corpus Barga como una luz negra, morena, alta y delgada, con la cabellera románticamente oscura como el ala de la golondrina. Lo cierto es que medio siglo después del suicidio de su enamorado, aún insistía en sus desaires al poeta y a sus alejandrinos: era un ateo, un vicioso y un infiel.

Algunos críticos, por las particularidades derivadas de su propia existencia, lo han comparado con Gustavo Adolfo Bécquer; otros lo han considerado no “un poeta acabado, pero si un poeta genial” (González Peña), y han reconocido “sugestionadora y atractiva su intensa melancolía” (Galindo). Detractores nunca le han faltado a Acuña, pero siempre ha perdurado la memoria del “Nocturno” dedicado a Rosario por su extraordinario patetismo, su impresionante ánimo desesperado y su desconsuelo. He querido recordar el arrebato y la ingenuidad, carente de prudencia, que lo dejó en “poeta genial en cierne”.

 

 

 

Nocturno

a Rosario

I

¡Pues bien! Yo necesito

decirte que te adoro,

decirte que te quiero

con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro,

que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto,

y al grito en que te imploro

te imploro y te hablo en nombre

de mi última ilusión.

II

Yo quiero que tú sepas,

que ya hace muchos días

estoy enfermo y pálido

de tanto no dormir;

que ya se han muerto todas

las esperanzas mías,

que están mis noches negras,

tan negras y sombrías,

que ya no sé ni dónde

se alzaba el porvenir.

III

De noche, cuando pongo

mis sienes en la almohada

y hacia otro mundo quiero

mi espíritu volver,

camino mucho, mucho,

y al fin de la jornada

las formas de mi madre

se pierden en la nada

y tú de nuevo vuelves

en mi alma a aparecer.

IV

Comprendo que tus besos

jamás han de ser míos,

comprendo que en tus ojos

no me he de ver jamás,

y te amo y en mis locos

y ardientes desvaríos

bendigo tus desdenes,

adoro tus desvíos,

y en vez de amarte menos

te quiero mucho más.

V

A veces pienso en darte

mi eterna despedida,

te en mis recuerdos

y hundirte en mi pasión;

mas si es en vano todo

y el alma no te olvida,

¿qué quieres tú que yo haga,

pedazo de mi vida,

qué quieres tú que yo haga

con este corazón?

VI

Y luego que ya estaba

concluido tu santuario,

tu lámpara encendida,

tu velo en el altar;

el sol de la mañana

detrás del campanario,

chispeando las antorchas,

humeando el incensario

¡y abierta allá a lo lejos

la puerta del hogar....!

VII

¡Qué hermoso hubiera sido

vivir bajo aquel techo,

los dos unidos siempre

y amándonos los dos;

tú siempre enamorada,

yo siempre satisfecho,

los dos una sola alma

los dos un solo pecho,

y en medio de nosotros

mi madre como un dios!

VIII

¡Figúrate qué hermosas

las horas de esa vida!

¡Qué dulce y bello el viaje

por una tierra así!

y yo soñaba en eso,

mi santa prometida;

y al delirar en eso

con alma estremecida,

pensaba yo en ser bueno

por ti, no más por ti.

IX

¡Bien sabe Dios que ese era

mi más hermoso sueño,

mi afán y mi esperanza

mi dicha y mi placer,

bien sabe Dios que en nada

cifraba yo mi empeño

sino en amarte mucho

bajo el hogar risueño

que me envolvió en sus besos

cuando me vio nacer!

X

Esa era mi esperanza.....

más ya que a sus fulgores

se opone el hondo abismo

que existe entre los dos,

¡adiós por la vez última,

amor de mis amores;

la luz de mis tinieblas,

la esencia de mis flores;

mi lira de poeta,

mi juventud, adiós!

 

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