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Waldo Leyva

Actualización: 24/01/2012

Waldo Leyva

 

El poeta cubano, ganador del X Premio Casa de América de Poesía Americana, recita Como un roce inocente entre los dedos  y Cuando nos encontramos, poemas incluidos en el CD Perdono el Porvenir, Colección La palabra, Ed. Pentagrama.

 

Como un roce inocente entre los dedos

Sucede que empiezas a pelar una naranja humilde, desechable, y salta desde el fondo de la infancia una palabra: bergamota, y con ella un aroma que no viene del aire, un amarillo tenue y un dorado que tus uñas deshacen mientras parten el fruto. Te baña las manos el jugo que recoge la lengua de una niña que dejó de existir y que regresa, sin rostro, envuelta en la palabra bergamota, como un roce inocente entre los dedos. Un roce que vuelve a abrir los poros de tu cuerpo y te hace ventear, como aquel día, la tibieza de un aire que invitaba a correr, a desnudarse, a morir hecho un temblor sobre la hierba. Sucede que empiezas con las uñas a pelar la bergamota, sin sospechar siquiera que será una humilde y desechable naranja del futuro.

 

Cuando nos encontramos

Hoy hicimos el amor como fantasmas: yo era un hombre de los años ochenta del siglo XIX y tú una muchacha del novecientos dos. Yo nací en Bogotá. Mi nombre lo inventó Darío una noche de invierno, cuando puso sobre el vientre de mi madre su mano extraviada por el vino y recitó, en una extraña lengua, los salmos del futuro. Tu nombre fue un secreto entre tu padre y un viejo trovador de la Alpujarra. Cuando nos encontramos, yo era un mutilado de la primera guerra de un siglo que no existe y traía, para fundar tu cuerpo, todo el salitre del Mar Negro y una inmarchitable margarita del Cáucaso prendida a la solapa. Tú venías de ciertos libros imposibles; el vaporoso traje hecho con el tinte violeta de las tardes de octubre, y en la frente, una leve mancha dejada por el viento de otra edad. Yo había muerto en l923, en un cerro de Tlalpan, a la misma hora en que tu madre te cerraba los ojos en una humilde casa del destierro, camino de Trevélez.

Pasaron los trenes de la madrugada mientras éramos solo boca, tacto indetenible, insaciable humedad. Desde el último puerto de mi país zarpó hacia la memoria un barco donde nunca estuve, porque esa noche navegaba las rutas de tu cuerpo, sin sospechar que volveríamos a encontrarnos esta tarde de mayo de 1997 en la que hicimos el amor como fantasmas.

 

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