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Waldo Leyva

Actualización: 24/01/2012

Waldo Leyva

Poemas La parte invisible de la foto, El rumbo de los días, Nocturno levemente lírico y con sueño, A modo de elegía y s.t.

La parte invisible de la foto

El rumbo de los días

Nocturno levemente lírico y con sueño

A modo de elegía

s.t.

 

La parte invisible de la foto

 

Desde su vieja silla bajo el sol

mi padre dialoga en silencio

con parientes y amigos ajenos para mí.

 

Nada significan los rostros o los nombres.

 

A sus noventa años soy un desconocido

que le acaricia el hombro, que lo peina

e intenta hacerle recordar viejas historias

donde él fue protagonista,

algo que siempre detestó porque este Celestino

que ve correr al nieto más pequeño

disfrutó como nadie ser la parte invisible de la foto.

 

Miro su rostro que será el mío de mañana

si el tiempo y la historia de estos años

resultan benévolos conmigo.

 

No recuerdo una caricia suya

y, sin embargo, puedo asegurar

que nadie fue más tierno

en los días perdidos de mi infancia.

 

 

El rumbo de los días

 

No soy de los que deciden

el rumbo de los días,

los dejo pasar, confío

que serán siempre favorables.

No me asusto ni hay asombro

cuando me equivoco.

A veces, pocas veces,

intento obligar las cosas

y lenta, suavemente,

con terquedad tranquila,

voy poniendo cada piedra en su sitio.

 

Soy, definitivamente, una mezcla

de inseguridad e inalterable rumbo.

Nadie sospecha el pavor que antecede

mi primera palabra.

Engaña el gesto seguro del discurso.

 

Temo a la noche, al olvido, a la traición.

Provoco la infelicidad, es mi costumbre,

pero busco, por encima de todo,

el amor de los otros.

 

Nocturno levemente lírico y con sueño

 

.....

cada voluta del humo es una esfera

una invertida espiral

un corazón agudo y taladrante

una luna naciendo de su espejo

un grito sordo y único

de donde nace una mujer desnuda

sin sexo

que corre contra el viento

persiguiendo su pelo que se escapa

y sube con la lluvia a la montaña

de donde bajan cerdos

y pájaros audaces

y ciegas mariposas

y ángeles anónimos

y estrellas apagadas

escoltando una sombra que huye

con mis ojos

y una espalda vacía.

.....

 

 

A modo de elegía

 

No puedo evitar que me sorprenda esa costumbre

nuestra: dar de beber primero a los ausentes.

No se trata de convocarlos a la fiesta,

ni tampoco es un ritual de la memoria;

los muertos beben solos.

 

A medida que los años pasan

el silencio sin ruido, ayer imperceptible,

empieza a acompañarnos,

a dejar sus huellas sobre las sábanas,

a sustituir con nuestro rostro la cara del amigo.

 

Ayer, mientras descorchaba mi añejo de reserva

para brindar por la llegada de otro año

supe, sin duda alguna,

que debía mojar un rincón de la casa.

Para quién era el trago? ¿a quién debía evocar?

¿Acaso a Luis, muerto a los treinta y dos años

cuando la poesía empezaba a crecer

en su garganta y le dolía en el costado

ese escuálido y turbio ángel del desamor?

¿Tal vez a Wichy el Rojo, quien seguramente

continuará en su eterno retornógrafo,

dialogando con Tristan Tzara

o con Guillaume Apollinaire, el soldado polaco

de sus versos?

 

Los muertos beben solos, me repito,

pero voy con la botella

hasta el rincón más íntimo de casa

donde Ángel Escobar, sudoroso y suicida,

masca alucinado hojas de curujey,

le pide al alcor funesto que aparte a los forenses

y sigue diciéndonos, para que no lo olvidemos,

...moriré/ solo de mí: no llevo un clavel rojo

en la solapa, no puedo sonreír:

alguien siempre dispara

su pistola en medio del concierto...

 

Los muertos beben solos, insisto,

y el ámbar del añejo deja en el aire breve

una línea sin origen ni fin donde Raúl,

desde su enorme silencio, aparta la vieja pistola

de su animal civil y dice a Gelsomina:

Ven ...a ver al niño enfermo

que allí en su lecho abandonado yace...

mientras Ignacio Vázquez se pone el pecho

de Sor Juana para decir los versos que le dicta

su esquizofrenia contagiosa.

 

¿Dónde está Juan Puga? Lo busco por la casa

y vuelvo a mi balcón pero en esta noche de diciembre

no están los flamboyanes florecidos,

ni puedo intuir los almendros agrestes de su tierra.

¿Será cierto lo que una vez le dije:

empiezas -y eso duele- a ser olvido?

No tengo pacharán, querido hermano, pero te ofrezco

este trago de ron. ¿Lo compartimos?

 

Los muertos beben solos

le digo a los que esperan y ríen satisfechos

sin sospechar que alguien los va a evocar mañana

derramando licor por los rincones.

Naborí ya lo dijo recordando a Simónides de Ceos

Arrobados de sueños y paisaje

creemos infinito nuestro viaje

pero ¡ay! el viaje es demasiado breve.

 

Hay muertos más recientes, muertos

como Jesús Cos Causse que se llevó algo de mí, raigal,

aunque dejaba, detrás de cada verso algún ruido del corazón.

Negro, brindemos por Nilda Arzuaga;

no sé si ella, en algún sitio del planeta,

se acuerda de tus versos, de aquella noche cómplice,

junto a la ventana de Luz Vázquez

pero vamos a repetirlos tú y yo para que los oiga

donde quiera que esté.

Mañana la historia

le pondrá un rostro extraño

a nuestro amor y nuestras cartas serán leyendas

para los poetas de entonces.

Uno no sabe nunca en qué amor acabarse, en qué

salto cruzar las cenizas.

 

Hay muertos más recientes, lo repito,

muertos que nos dejaron definitivamente huérfanos.

Pienso en Joel, en su ternura brusca,

en su cortante lucidez, en su diálogo intacto con los loa

buscando una explicación para sí mismo,

para nosotros, para esta Isla entrañable que nos duele.

¿Encontraste al Bon dieu hermano?

No tengo el preparado de aguardiente

con las yerbas de monte pero bebe, bebe conmigo

este añejo hecho con las mejores aguas de la tierra.

 

¿Los muertos beben solos?

 

 

 

S.T.

 

Para Margarita, desde el sur del mundo

 

 

Sobre la mesa, un grupo de pequeñas piedras; hay una transparente como si fuera de cristal; no existen dos iguales, el agua les ha dado las formas que ahora tienen; para cada piedra fue necesario más de una primavera; de cada piedra puede salir un río. Para ti están sobre mi mesa. Las hay como semillas, como pequeños huevos, como pétalos duros y porosos. Son montes diminutos; en ellas habita el trueno y la lluvia y el viento desesperado de los arenales y los bosques. No se secó el rocío sobre estas pequeñas piedras de mi mesa; el rocío está en ellas como está el canto de los pájaros y el sonido del mar. Del color de la tarde y la mañana, vienen; están hechas de voces y de lágrimas; en estas piedras habita el universo; en cada piedrecita de mi mesa corres descalza y atraviesas los ríos; de cada una se levanta una hoguera y los abuelos cuentan el misterio del fuego, el alma de la lluvia, las voces ocultas de la tierra. En cada piedra hay una herida, un barco, una cadena. Para ti están sobre mi mesa estas pequeñas piedras, hechas también de risa y de canciones.

 

 

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