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José Emilio Pachecho

Actualización: 04/03/2014

José Emilio Pacheco

Poemas InterrogacionesEl sueño del estrategaEl Cantar de los Cantares, una aproximación al poema de Salomón.

 

Interrogaciones

El sueño del estratega

 

 

 

 

 

EL CANTAR DE LOS CANTARES Presentación

 

1. En la plaza

2. En el jardín

3. En la alcoba real 4. En la plaza y 5. En el jardín

6. En la alcoba real y 7. En la plaza

8. En el jardín y 9. En la alcoba real

 

 

 

 

 

 

 

Interrogaciones

Soy uno más, otro habitante infinitesimal de un grano de arena

perdido entre millones de galaxias. Qué extraño estar aquí y no en

otra parte, hoy y no en 1204 o en 1827. Qué misterio ser yo y no

tú, o tú y no yo. Enigma tan grande lo que sucederá mañana como

lo que se oculta en la infinitud de nuestros pasados.

Jamás sabré el propósito de todo esto ni quién decidió que

naciera aquí y no en la familia real de Nueva Zembla o en la casta

más oprimida de la India. No puedo indagar las causas que determinaron

este día entre los días, ni cuál porvenir saldrá de este hoy

sin tomar en cuenta nuestra esperanza. En este instante aquel

futuro ya urde a mi espalda su madeja impredecible e indescifrable.

 

 

 

 

El sueño del estratega

Otro Moisés ordena a un nuevo Aarón golpear la tierra con su

cayado. El polvo se transforma en mosquitos y desencadena contra

nosotros la tercera plaga de Egipto. Tienen fama de ser el sueño del

estratega. Forman un ejército imparable porque todos sus guerreros

juzgan que morir en combate es su misión, su orgullo y su recompensa.

Por cada baja un millón de nuevos soldados se incorporan a

la ofensiva.

El zumbido del atacante inspiró el grito con que algunos animales

aterrorizan al enemigo. Hitler se basó en él para fraguar la

sirena de sus Stukas. El Führer quedó pulverizado, los mosquitos

siguen invictos.

Nadie sabe cuántos milenios llevamos en esta guerra sin

esperanza de victoria. No sirven los intentos de exterminarlos.

No aceptan tregua ni armisticio. Quieren nuestra sangre para multiplicarse

sin sosiego.

 

 

Nota

No hay ningún poema tan célebre como El Cantar de los Cantares, el Cantico Canticorum, título que a su vez interpreta el nombre hebreo Shir Hashshirim. No existe un texto más misterioso ni más fecundo en las lenguas europeas. En la española ha inspirado las obras maestras de san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Francisco de Quevedo y los traductores bíblicos Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. 
El Cantar de los Cantares vuelve absurda la idea de que existen el «autor» de un texto y las tradiciones nacionales. A semejanza de la comida, la poesía es una serie infinita de apropiaciones e intercambios. Nada es de nadie porque todo es de todos. Un poema pertenece a quien tenga la voluntad de hacerlo suyo. 

Como texto sagrado, El Cantar de los Cantares es una alegoría de la unión de Dios con Israel, de la divinidad con el alma humana y de Cristo con la Iglesia. En términos no místicos sino terrenales es una celebración del deseo mutuo y la legitimidad y la dignidad del placer. 
Quizá sus raíces se encuentren en los antiquísimos cantares de bodas egipcios que tradujo el padre Ángel María Garibay en Voces de Oriente, en los himnos para Ishtar y Tamuz, cantados mientras representaba a la diosa una prostituta sagrada del templo, en los textos pastorales sirios, palestinos y cananeos, así como en los cantos epitalámicos en que los desposados eran por un momento deidades y se unían para propiciar la fertilidad de la Tierra. 

Nunca sabremos quién escribió El Cantar de los Cantares atribuido a Salomón. Si fue el propio rey (hacia 980-922 antes de Cristo) que hizo también el Eclesiastés, los Proverbios y el Libro de la Sabiduría, no hay poeta que iguale su grandeza. Sin embargo, hoy se 
cree que el texto es obra de muchas generaciones y se fue elaborando a lo largo de varios siglos. Quizá los sucesivos autores trabajaron a partir de un texto básico escrito en la corte salomónica. Entre sus poetas, según Harold Bloom y David Rosenberg, hubo una escritora a quien sólo puede identificarse como «J». La intervención de «J» explicaría por qué, a diferencia de tantos poemas eróticos, El Cantar de los Cantares es más femenino que masculino y domina en sus líneas el punto de vista de La Sulamita. 

Hay la posibilidad de que el poema original celebre las alianzas matrimoniales de Salomón y las princesas de otros reinos y la avidez con que buscó llenar de extranjeras su propio harén. La Sulamita bien puede ser La Sunamita (con «ene» y no con «ele»), la muchacha más bella de Israel, escogida para alejar el frío de la muerte en el lecho donde agonizaba el rey David. Adonías, mediohermano de Salomón, intentó casarse con La Sunamita y hacerla reina. Fue asesinado y la joven quedó recluida entre las concubinas reales. En la imaginación árabe y europea, no obstante, flota indesarraigable la idea de que La Sulamita es la reina de Saba: Belkis, Nictoris, Makeda. Saba o Sabá bien pudo haber sido Yemen, pero según Flavio Josefo (Antigüedades judías), Belkis era la soberana de Egipto y Etiopía. La reina de Saba y Salomón fundaron, pues, un linaje imperial etíope cuyo último representante, Safari Makonen, gobernó de 1930 a 1974 con el título de Haile Selassie («Padre de la Trinidad») y es el Mesías de la religión rastafari. Ernest Renan sugirió en el siglo XIX que El Cantar de los Cantares era una obra de teatro. 

Ya que el drama no existe en las antiguas literaturas semíticas, la mayoría de quienes lo estudian juzgan que es una antología de poemas de amor. No siguen un orden como el actual y pueden ser fragmentos sobrevivientes de un escrito mucho más extenso. Si la elaboración fue tan prolongada, el texto hebreo no pudo haber sido indiferente a la época en que Esquilo fundó el drama al introducir en escena un segundo actor. Hasta entonces el espectáculo teatral consistía sólo en la interacción entre el protagonista y el coro. O, aun más cerca en el tiempo, gracias a la difusión alejandrina de la cultura griega en el Medio Oriente, los poetas hebreos estuvieron conscientes del género pastoral que Teócrito llamó «idilio». 
Posdata 
Para hacer esta versión corsaria hubo un saqueo de todas las versiones disponibles en todos los idiomas al alcance por cualquier medio. Nadie puede siquiera a aspirar a competir con las clásicos de nuestra lengua a los que debemos sucesivos y muy distintos «Cantares». 

En vez de intentar el verso o el versículo, se optó por un género del que no dispusieron los antecesores ilustres: el poema en prosa. La base de todo este trabajo fue la traducción literal y palabra por palabra que hizo del hebreo y el latín Jesús Díaz de León (1851-1909), quien manejó asimismo las versiones alemana, inglesa y francesa. Este Cantar de los Cantares mexicano se publicó por primera y única vez en Aguascalientes en 1891. A Julio Scherer García debo el descubrimiento de una joya ignorada que hoy como nunca debemos rescatar.

 

Cantar Cantares

El Cantar de los Cantares

Hablan:

La Sulamita, 
El rey Salomón, 
Las Mujeres de Jerusalén. 
Las nueve escenas se re - 
presentan en tres ámbitos que 
sucesivamente se iluminan y 
se apagan: la plaza frente a las 
murallas, el jardín, la alcoba 
real.

 

1: EN LA PLAZA

LAS MUJERES DE JERUSALÉN: 
Reina de los jardines, di 
quién eres tú, la más bella de 
todas. 
LA SULAMITA: 
Soy la rosa de Sarón y el 
lirio de los valles. Soy morena 
y hermosa. 
LAS MUJERES: 
Eres como las tiendas del 
Quedán y las colinas de 
Salmá. 
LA SULAMITA: 
Yo era fuente sellada, 
huerto cerrado. Cuando me 
brotaron los senos mis hermanos 
dijeron: 
LAS MUJERES: 
«Si eres muralla te coronaremos 
con almenas de plata. 
Si eres puerta te reforzaremos 
con trabas de cedro.» 
LA SULAMITA: 
Mis hermanos me pusieron 
a cuidar la viña y no supe 
guardarla. El Sol me ha bronceado. 
No me miren de 
menos por ser morena. 
LAS MUJERES: 
A la yegua del faraón te 
comparamos. Tu cara es hermosa 
entre las ajorcas, tu cuello resplandece entre los collares. 
Vamos a hacerte zarcillos 
de oro con engastes de plata. 
LA SULAMITA: 
Bajé a contemplar las flores 
del valle, a ver los nogales, las 
vides en cierne y los granados 
floridos. Mi deseo me llevó 
sin saberlo hasta los carruajes 
de Aminabab. 
LAS MUJERES: 
Es la litera del rey Salomón. 
Está hecha con cedros 
del Líbano. Sus columnas son 
de plata, su respaldo de oro, 
sus asientos de púrpura. Las 
mujeres de Jerusalén hemos 
tapizado su interior. La escol- 
tan sesenta guerreros, los más 
diestros en el combate, todos 
escogidos entre los más valientes 
de Israel. Por temor a 
la noche llevan espada al 
cinto. 
Ahora todas salimos a contemplar 
al rey, a ver la diadema 
con que su madre Betsabé 
lo coronó el día de su boda. 
LA SULAMITA: 
Mi amado es mío entre las 
azucenas y yo soy de mi 
amado. Iré a su encuentro. 
No quiero perderme entre los 
hatos de sus compañeros. Díganme 
en dónde apacienta su 
rebaño y en qué sitio reposa 
al mediodía.
LAS MUJERES: 
Sigue sus huellas por la tierra. 
Las cabras de tu amado 
pacen junto a la choza de los 
pastores. 
LA SULAMITA: 
Mi amado es mío y yo soy 
de mi amado. Soy el objeto de 
su deseo. Ven, amor mío, 
vuelve como la gacela o el 
cervatillo. Antes que llegue la 
brisa y desciendan las sombras 
iré hacia ti y te humedeceré 
los labios mientras duermes.

 

2: EN EL JARDÍN 
LAS MUJERES:

¿Quién es ésta brillante co - 
mo la aurora, bella como la 
Luna, irresistible como ejércitos 
en batalla? 
SALOMÓN: 
Sesenta son mis reinas, 
ochenta mis concubinas, in - 
numerables mis mujeres. Sin 
embargo tú eres única, mi pa - 
loma, mi predilecta, toda tú 
sin defecto. Te elogian reinas 
y concubinas. Las mujeres te 
alaban al verte. 
LA SULAMITA: 
Bésame con el beso de tu 
boca. Tu amor y tus ungüen- 
tos son mejores que el vino. 
Eres apuesto y dulce. Por eso 
te aman todas las mujeres. 
LAS MUJERES: 
De ellos dos elogiemos sus 
amores más que el vino. 
SALOMÓN: 
Qué hermosa eres, hija de 
príncipe. Qué bellos tus pies 
cuando los calzas con sandalias. 
Obras maestras de un supremo 
artífice tus piernas y 
tus caderas. Copa redonda tu 
ombligo. Montón de trigo 
cercado de azucenas tu sexo. 
Crías mellizas de gacela tus 
senos. Torre de marfil tu cuello.
Tus ojos son como palmeras,
alberca de Jeiboán junto a 
la puerta de Bat Rabín. Tu na - 
riz, torre del Líbano, centinela 
que mira hacia Damasco. Cinta 
escarlata tus labios. Tu cabellera 
es igual a la púrpura. En 
tus trenzas un rey está preso. 
LA SULAMITA: 
Como un lirio entre las espinas 
es mi amado entre las 
mujeres. Quiero sentarme a 
su sombra y que su fruto me 
endulce la boca. En mi cuerpo 
hallará la paz. Muro soy y 
mis senos son como torres. 
SALOMÓN: 
A este árbol subiré. Voy a 
asirme a sus ramas. 
LA SULAMITA: 
Mis senos son racimos de 
vid. Seré como el vino que al 
entrar en mi amado despierta 
su elocuencia. Las mandrágoras 
exhalan su olor. Quiero 
darle las flores y los frutos 
que para él he guardado. 
SALOMÓN: 
Qué hermosa eres, delicia 
mía, amor mío. Ven a nuestro 
lecho de fronda, a nuestra 
casa con vigas de cedro y artesonado 
de ciprés. 
LAS MUJERES: 
Su brazo derecho te enlaza, 
en su hombro izquierdo reclinas 
la cabeza.
LA SULAMITA:
Llévame a tu lecho para 
darnos placer. Qué hermoso 
eres, amor mío. Más que el 
vino prefiero tus amores.

 

3: EN LA ALCOBA REAL
LA SULAMITA: 
El rey me condujo a su alcoba 
y nos amamos en su 
lecho. Mi amado fue haz de 
mirra yacente entre mis senos, 
racimo de alheña en las viñas 
de Engadí. Ahora, mientras él 
reposa, mi cuerpo huele a su 
ungüento de nardo. 
Me fatigó el amor y voy a 
reponerme con manzanas y 
pasas. Mujeres de Jerusalén, 
no despierten a mi amado. En 
nombre de las gacelas y los 
ciervos del campo, déjenlo 
dormir cuanto quiera.

4: EN LA PLAZA
LA SULAMITA: 
Por la noche busqué a mi 
amado. Recorrí calles y plazas 
sin encontrar al amor de mi 
alma. Pregunté por él a los 
guardias que hacen la ronda. 
Al fin lo hallé y lo conduje a 
casa de mi madre, hasta el recinto 
de quien me dio la vida.

5: EN EL JARDÍN 
LA SULAMITA: 
Por montes y colinas viene 
mi amado. Escucho su voz. 
Ahora, oculto tras la cerca, 
mira por la ventana y atisba 
tras la reja. 
SALOMÓN: 
Acércate, amor mío, ven 
conmigo. Pasó el invierno y 
las lluvias cesaron. El mundo 
está cubierto de flores y llega 
la estación de la música. Por 
toda nuestra tierra se oye la 
voz de la tórtola. Las viñas en 
cierne sueltan su aroma. En 
la higuera despuntan las 
yemas.
LA SULAMITA: 
Mi amado es mío entre las 
azucenas y yo soy de mi 
amado. 
SALOMÓN: 
Ven, amor mío, paloma 
mía oculta entre las peñas 
más escarpadas. Déjame ver 
tu cuerpo y escuchar tu voz, 
porque es dulce tu voz y es 
hermoso tu cuerpo. 
LAS MUJERES: 
¿Quién es ésta que asciende 
del desierto, semejante a 
una columna de humo, entre 
aromas de mirra e incienso?

 

6: EN LA ALCOBA REAL
LA SULAMITA: 
Yo dormía pero mi corazón 
velaba cuando escuché la 
voz de mi amado. 
LA VOZ DE SALOMÓN: 
Ábreme, paloma mía, amor 
mío. Las gotas de la noche 
cubren mi pelo, mi cabeza 
está llena de rocío. 
LA SULAMITA: 
Desnuda me quedé. ¿Có - 
mo vestirme de nuevo? Lavé 
mis pies. ¿Cómo volver a 
mancharlos. Mis entrañas se 
estremecieron cuando mi 
amado metió la mano por el 
hueco de la cerradura. Me levanté 
para abrirle. Destilaban 
mirra mis manos. 

7: EN LA PLAZA 
LA SULAMITA: 
Abrí la puerta pero ya no 
estaba mi amado. Cuando lo 
llamé no respondió. Con él se 
había ido mi alma. Salí a buscarlo 
por calles y plazas. Sólo 
encontré a los guardianes de 
la muralla, los centinelas que 
hacen la ronda. Mujeres de 
Jerusalén, si encuentran a mi 
amado díganle que estoy enferma 
de amor. 
LAS MUJERES: 
Dinos tú, la más bella de 
las mujeres, ¿cómo podemos 
reconocer a tu amado entre 
los demás hombres?
LA SULAMITA: 
Entre diez mil destacaría 
mi amado como un manzano 
entre los árboles silvestres. Su 
cabeza es de oro puro. Sus 
cabellos, racimos de palmera, 
son negros como los cuervos. 
Sus ojos son como palomas 
que se posan junto al estanque 
o se bañan en el arroyo. 
Sus mejillas son campos de 
bálsamo, macizos de perfume. 
Sus labios parecen lirios de 
los que fluye mirra. 
Sus manos están torneadas 
en oro y las adornan joyas de 
Tarsis. Su vientre es de pálido 
marfil cubierto de zafiros. 
Sus piernas son columnas de 
alabastro con basamento de 
oro. Su porte es como el Líbano 
y se levanta esbelto 
como sus cedros. Su palabra 
es dulcísima y todo en él encanta. 
Así es mi amado, mujeres 
de Jerusalén. 
LAS MUJERES: 
Dinos adónde fue tu 
amado para que lo busquemos 
contigo. 
LA SULAMITA: 
Bajó a su huerto a apacentar 
su rebaño y a recoger azucenas. 
Díganle que venga a 
mi lado, descienda del Líbano, 
baje de las cumbres de 
Amaná, las alturas del Senir y 
el Hermón; que llegue a mí 
desde las cavernas de los leones 
y los montes de los leopardos, 
semejante al corzo o 
al cervatillo sobre las colinas 
de Beter. 
Levántate, Aquilón. Sopla, 
Austro. Que ambos vientos 
recorran el jardín y esparzan 
el perfume de sus plantas.

 

8: EN EL JARDÍN 
SALOMÓN: 
Bajo el manzano en que te 
concibió tu madre te he despertado. 
Amor mío, eres bella 
como Tirsá, grandiosa como 
ejércitos en batalla. No puedo 
ver tus ojos sin que me hechicen. 
Tu cabello es rebaño de 
cabras que descienden del 
Monte Galaad. Tus dientes 
son como ovejas esquiladas 
que salen del baño, todas fecundas 
y con sus crías mellizas. 
Tu rostro es como una 
granada que se adivina tras el 
velo. 
LA SULAMITA: 
Ponme como sello en tu 
corazón, como marca en tu 
brazo. 
LAS MUJERES: 
¿Quién es ésta que sube del 
desierto y se apoya en su 
amado?

9: EN LA ALCOBA REAL
SALOMÓN: 
Amor mío, qué hermosa 
eres, cómo encantas cuando 
hablas. Con tu sola mirada me 
enamoraste. Una vuelta de tu 
collar bastó para subyugarme. 
Maravilla es amarte y delicia 
tu amor mejor que el vino. 
Tu aroma supera las fragancias 
del áloe y la mirra, el 
azafrán y la canela. Tienes 
miel en tus labios y en tu lengua. 
Tu vestido huele a perfume 
del Líbano. Eres fuente 
en el huerto, manantial de 
agua viva. 
Tu cuello es como la Torre 
de David ornada con trofeos 
de guerra. De ella penden mil 
escudos arrebatados a los valientes. 
Tus senos son gacelas 
que pastan entre las azucenas. 
En ti no hay defecto: toda tú 
eres hermosa 
LA SULAMITA: 
Desde que encontré la paz 
en tu amor, muro soy y mis 
senos son como torres. 
SALOMÓN: 
Nadie puede comprar el 
amor. 
LA SULAMITA: 
Sería vergonzoso hacerlo. 
SALOMÓN: 
La pasión es implacable 
como el infierno.
LA SULAMITA: 
Sus saetas son llamaradas 
de Dios, flechas de fuego. 
SALOMÓN: 
Los torrentes no pueden 
apagar el amor. 
LA SULAMITA: 
Los ríos son incapaces de 
anegarlo. 
SALOMÓN: 
El amor es fuerte como la 
muerte. 
LA SULAMITA: 
Fuerte como la muerte es 
el amor.

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