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Alvaro Salvador

Actualización: 24/01/2012

Álvaro Salvador

Poema La sustancia del tiempo, Jubileo y El linaje de los mirlos

La sustancia del tiempo

¿Le importaría a ese muchacho que se aplica 
con suma dedicación al botellón de plástico,
la desaparición de las encinas,
el cambio de las ondulantes dehesas
a desierto?
¿Le importará que la concentración de gases en la atmósfera
haya igualado en nuestro transparente aire
al calor producido hace millones de años?
¿Le importará que se deshiele el Polo,
que suban las mareas
hasta inundar las calles y sumergir las torres
de las grandes ciudades 
junto al mar?
¿Le importará que los desiertos crezcan y conquisten
poco a poco, las tierras más templadas?
¿Le importará el calor,
el insoportable calor que acaba ya con varios miles de débiles 
cada verano,
el frío súbito y sorprendente de los cortos inviernos,
las terribles riadas arrastrando viviendas,
ilusiones, pueblos enteros, gentes
de toda condición?
¿Le importaría su devenir mutante,
su adaptación al hierro y al asfalto,
su pérdida de alma, de pasado,
mientras bebe indolente el alcohol en el plástico
y acaricia, al descuido, el cuerpo
de la chica que sueña paraísos
junto a él, y junto a él se embriaga
con el mismo veneno?

 

Jubileo

Una casa modesta
a la orilla del mar,
una ventana al sol
clemente del ocaso.
Un camino entre árboles,
un bar quizá, pequeño,
un cine de verano.
Un buen libro
-de otro-,
un vino gran reserva
y una buena mujer.

Y a esperar con paciencia
-y con paz-
que este sol tan templado y clemente
se despida una tarde sin viento
para no volver más.

El linaje de los mirlos

Desde hace varios años
-no importaba la nieve o si el frío convertía
el matorral de agosto en alfanjes de hielo,
no importaba tampoco si el fuego del verano 
arrasaba los árboles o las plantas del huerto-,
dos mirlos han alzado su nido en mi jardín
cada estación.

En la mañana leo,
y el mirlo parlotea desde el rosal, nervioso,
advierte a los polluelos que corren ignorantes
de mi gata,
tumbada, pero alerta, debajo de la mesa.

A la tarde, bostezo,
y acompaño a mi gata en su mediana siesta
con un ojo entreabierto,
mientras los mirlos saltan de un matorral a otro
y su madre los llama con ruidos estridentes
desde las ramas altas del más alto rosal.

De improviso, sospecho
que estos mirlos de hoy no son los mismos mirlos;
que mientras yo envejezco
un linaje de mirlos crece cada verano,
sucediendo sin pausa a sus padres y abuelos
en mi jardín.

De improviso, descubro
que un día no estaré,
que no podré espiarlos
mientras siguen alzando
en la rama más alta,
en el rincón más cálido y seguro
de mi efímero reino
otro nido, los mirlos.

 

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