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Rafael Courtoisie

Actualización: 01/12/2016

Rafael Courtoisie

Poemas Cascanueces y El sexo de las piedras

Cascanueces

El sexo de las piedras

 

 

Cascanueces

 La siquiatría no explica por qué la pulpa de la nuez parece un cerebro.
¿Por qué parece un cerebro?
Dirán que es casualidad. Los siquiatras ortodoxos dirán que es una coincidencia. La nuez parece un cerebro, pero no es un cerebro, es solo el fruto del nogal, dirán los siquiatras.
Partirán la nuez, el cráneo de la nuez, la cáscara, los siquiatras.
Con la pulpa en la mano sonreirán:
-¿No ven?
Displicentes. Y mascarán un pedazo.

Un pedazo de cerebro. Un trozo neuronal de la nuez. Las nueces piensan. Son cabezas, cabezas sin cuerpo, pequeños cerebros de la naturaleza destinados a pensar y nada más: a pensar, sin la molestia del cuerpo, sin el yugo emotivo de la voluntad, sin la cárcel ominosa del miedo, sin deseo alguno, sin pelo.

Los siquiatras son incapaces de entender ese pensamiento, las ideas constantes y fijas, sin distracción ni ansiedad de las nueces.

El cráneo de la nuez no presenta orificios para poder concentrarse. Solo hay una sutura ecuatorial en la cabeza por donde se abre la cáscara para devorar el cerebro.

Cuando se come una nuez se come su pensamiento. Los pensamientos perfectos, diminutos de la belleza.
La nuez no presenta orejas ni boca para no distraerse.
Los siquiatras no entienden. Y las nueces no explican.

  

El sexo de las piedras

Las piedras no tienen hijos. Si se juntan dos piedras, si se pone una encima de la otra, y se espera, ninguna se preña.

Las piedras no tienen hijos. Es más, si se levanta una piedra y se la deja en la mano, si se la observa lentamente, no ofrece sexo.

Algunas piedras presentan ranuras, presuntas grietas vaginales, profundas.

En ocasiones, el musgo húmedo simula el bozo del pubis, la lisura de otras, la redondez causada por el meteoro y los elementos, semeja formas femeninas. Pero las redondeces y los senos no tienen ni el más remoto gesto de producir una gota de leche.

No son senos en verdad, son formas naturales de la piedra. Formas que esculpió el destino en la  piedra.

Casualidades. Episodios de la materia.

No son esferas propiamente dichas. Son casualidades redondas. No se trata de glúteos, son gajos de piedra. Y aunque aparezca un pozo central y sombrío entre las nalgas pétreas ese pozo no es anal, es el agujero que hizo la lágrima del agua al llorar en la piedra, durante miles de años, durante miles de millones de años.

La lluvia lloró en la espalda de la piedra hasta crear  la ilusión, el atisbo de un agujero frío y ríspido en donde poner el dedo y no sentir nada.

El dedo en el agujero, en el borde irregular que creó el llanto milenario del agua en el centro de la piedra. El hueco inconducente. Áspero.

Y si se da vuelta esa misma piedra y se vuelve a mirar la vulva aparente, si se recorre con la yema del dedo la arista de los pelos de musgo, el terciopelo verde, se siente sí una humedad. Pero es una humedad fría, porosa, inculta. Distante de lo femenino. Diferente del órgano sexual.

Casi no existen piedras masculinas. Es mucho más difícil encontrar una piedra así.

Sin embargo, algunos guijarros, ciertos cantos rodados, por su disposición, por su peculiar destello bajo el agua o apoyados en tierra sin más fuerza que la falible maravilla de su apariencia recuerdan la alegría curva de Dios, su deseo vivo endurecido.

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