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Actualización: 17/02/2012

Aurelio Arturo

Por Álvaro Salvador

 "Aquel oscuro funcionario judicial, que alternó sus insomnios literarios con la prosaica vida de un hombre de leyes en un país de leyes imposibles, supo desgranar como ningún otro poeta la respiración de su tierra, la palpitación de los hombres y mujeres de aquel país del sur en donde transcurrió su infancia soñada, el deseo de un paraíso nunca reconquistado"

Morada al Sur, de Aurelio Arturo

La poesía de Aurelio Arturo ejerce una extraña fascinación sobre el lector. Hay algo en estos poemas que se percibe como misterioso, que no acabamos de comprender en su sentido más profundo, pero que sin embargo nos atrae y nos obliga a continuar la lectura hasta el final, cada vez más poseídos por su profundidad y su grandeza. El final, por cierto, es un final muy próximo ya que el único libro publicado en vida por el poeta colombiano es un libro compuesto por catorce poemas, lo que provoca un desasosiego mayor en el lector hipnotizado por sus versos. Con suerte podrá acceder más tarde a otra quincena de poemas que en su tiempo aparecieron desperdigados por distintas publicaciones. Todos, apenas treinta o treinta y un poemas y media docena de traducciones constituyen la obra completa de este enorme poeta colombiano, uno de los más grandes de su historia literaria. Adentrarnos en su poesía es, sin duda, adentrarnos en la naturaleza americana y en la larga tradición naturista de la literatura hispanoamericana: "Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo." Aunque la posición, la perspectiva desde la que se nos muestra ese mundo natural inabarcable es, más bien, la de un explorador, un descubridor o un pionero. Quizás esa sensación se deba a que los poemas de Morada al Sur, tanto el largo poema introductorio que da título al libro como los restantes, escenifican la reconstrucción de un paraíso infantil a través de la mirada de un niño, el niño que fue el propio poeta en los lejanos años de su infancia: "Un largo, un oscuro salón, tal vez la infancia". Esta mirada infantil, que se reproduce también como voz humilde, soprendida, tierna, como voz infantil, confiere a los poemas una tensión en la que el tono celebratorio -siempre tentado por la solemnidad o la altisonancia- se modera con modestia, alcanzando notas de intimidad y de rumor familiar ciertamente admirables.
Quienes lo conocieron hablan de que Aurelio Arturo era un hombre de pocas palabras. Al parecer también de pocos poemas, pocos pero sobrados. Aquel oscuro funcionario judicial, que alternó sus insomnios literarios con la prosaica vida de un hombre de leyes en un país de leyes imposibles, supo desgranar como ningún otro poeta la respiración de su tierra, la palpitación de los hombres y mujeres de aquel país del sur en donde transcurrió su infancia soñada, el deseo de un paraíso nunca reconquistado: "Este verde poema, hoja por hoja, / lo mece un viento fértil, suroeste; / este poema es un país que sueña, / nube de luz y brisa de hojas verdes..."

 

Morada al Sur
(Fragmento)
Te hablo de días circuidos por los más finos árboles:
te hablo de las vastas noches alumbradas
por una estrella de menta que enciende toda sangre:

 

te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria
que cae eternamente en la sombra, encendida:

te hablo de un bosque extasiado que existe
sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa
violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.

Te hablo también: entre maderas, entre resinas,
entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja:

pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,
hoja sola en que vibran los vientos que corrieron
por los bellos países donde el verde es de todos los colores,
los vientos que cantaron por los países de Colombia.

Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos,
que tiemblan temerosos entre alas azules:

te hablo de una voz que me es brisa constante,
en mi canción moviendo toda palabra mía,
como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente,
toda hoja, noche y día, dulcemente en el sur.

 

 

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