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Actualización: 24/01/2012

El espejo retrovisor

Orlando González Esteva

El canto del gallo

 

El espejo retrovisor de mi todoterreno tiene la virtud de reflejar los rostros de quienes, alguna vez, ocuparon el asiento trasero del vehículo y conversaron conmigo a través de ese espejo.  No sé qué me haré sin él cuando el tiempo devaste el vehículo y me vea forzado a prescindir de ambos.  A veces me pregunto si no va siendo hora de conseguir un espejo nuevo, sin memoria, capaz de sustituir al actual y de permitirme, llegado el día del canje, conservar el espejo viejo e instalarlo en el parabrisas del vehículo por estrenar. 

Si la noticia de la muerte de Eugenio Montejo no me hubiera entristecido tanto, casi hubiera encontrado valor para desmentirla a partir del rostro sonriente que no cesa de asomarse a ese espejo retrovisor, donde otro rostro amigo, el de José Watanabe, también suele aflorar y devolverme a unos días luminosos de 2005 cuando un grupo de poetas, convocados por Manuel Borrás y el Centro Cultural Español de Miami, se reunió en Coral Gables --oasis juanramoniano en pleno corazón de la urbe-- a hablar de poesía.

La ilusión de que Eugenio Montejo me acompaña, de que va y viene conmigo por las calles del sur de la Florida, apretujado y feliz entre el puñado de amigos que colma los asientos de mi todoterreno;  la ilusión de que su muerte ha tenido lugar en otra vida y no en ésta (en la que yo presuntamente le sobrevivo), la refuerza El azul de la Tierra, un disco compacto editado por el Fondo de Cultura Económica de México donde se le escucha leer versos y al que recurro cada vez que, luego de verle asomado a mi espejo retrovisor, quiero volver a conversar con él y oírle evocar El canto del gallo:


El canto está fuera del gallo;
está cayendo gota a gota entre su cuerpo,
ahora que duerme bajo el árbol.
Bajo la noche cae, no cesa de caer
desde la sombra entre sus venas y sus alas.
El canto está llenando, incontenible,
al gallo como un cántaro,
hasta que lo desborda y suena inmenso el grito
que a lo largo del mundo sin tregua se derrama...

 

Pocas voces como la de Eugenio Montejo para recordar, a fuerza tono, dicción y tempo, la finura de su poesía y de su persona.  Escucharle es verle, todo jovialidad de la mejor cepa, en la celebración de la vida sencilla y en el umbral de la muerte profunda, donde sus mayores deben de haber venido a buscarle a caballo, entre sones de guitarras, sementeras, cañas de azúcar y árboles frutales, como él mismo augurara al identificarse como el horizonte del paisaje al que esos antepasados suyos, desde fechas anteriores a su propio nacimiento, se dirigían.

"Por donde voy llevo la forma del vacío / que los reúne en otro espacio, en otro tiempo", escribió Eugenio Montejo.  Esa forma es, para mí, la del espejo retrovisor de mi todoterreno, donde puedo convocar su rostro y retomar la conversación que nunca retomamos, pero que pudiera resultar ociosa mientras haya un gallo que responda a otro en cualquier madrugada del mundo.

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