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Eduardo Chirinos

Actualización: 15/02/2012

Ni cetro ni pedestal para los jóvenes

Por Eduardo Chirinos

"Por alguna razón que trasciende las urgencias laborales y económicas, todo nos hace creer que en el Perú los poetas cuentan con un "período de gracia" de diez años pasados los cuales ceden su cetro a los más jóvenes."

En el prólogo a su antología Poetas contemporáneos del Perú, Manuel Scorza propuso irónicamente los treinta años como el Rubicón que debía cruzar todo poeta peruano. Pasada esta edad, o abandonaba para siempre la poesía o se inmolaba con todas sus consecuencias al quehacer poético1. La legendaria ingratitud del Perú con sus poetas no ha impedido, sin embargo, el desarrollo de una tradición cuyos modelos responden a la propuesta formulada por Scorza: el del "poeta joven" (Oquendo de Amat, Westphalen, Eielson, Heraud), y el no menos prestigioso de "poeta insular" (Vallejo, Eguren, Moro, Martín Adán). No hablo aquí de poéticas ni de lenguajes, sino de opciones y actitudes que han sabido modelar un canon bastante sólido y exigente. Cualquier poeta peruano sabe que debe dar lo mejor de sí mismo antes de los treinta; sabe, también, que a sus espaldas lo observan poetas admirables cuyas primeras obras fueron escritas (e incluso publicadas) a la misma edad en la que está tentando su publicación. Se trata de una prueba difícil, y más le vale salir airoso.

Por alguna razón que trasciende las urgencias laborales y económicas, todo nos hace creer que en el Perú los poetas cuentan con un "período de gracia" de diez años pasados los cuales ceden su cetro a los más jóvenes. Por suerte, la persistencia en la más ingrata de las ocupaciones admite cortocircuitos en este patrón y nos regala obras espléndidas escritas tiempo después de ese período (Westphalen es un caso ejemplar) pero se trata de excepciones notables en un país donde se espera que alrededor de los treinta años los poetas se retiren a sus cuarteles de invierno. Tal vez porque nuestra época carece de utopías que puedan convertir a un poeta en emblemático, tal vez porque la proliferación de editoriales y las ventajas de la reproducción tecnológica hacen más difícil deslindar el grano de la paja, el mito del "poeta joven" ha entrado en franca retirada.

Dos títulos del poeta César Calvo anuncian simbólicamente el auge y la caída de este mito: El cetro de los jóvenes de 1967 y Pedestal para nadie, publicado ocho años después, cuando el gobierno militar empezó la llamada "segunda fase" y Sendero Luminoso instaló en Ayacucho su centro de operaciones. Esta pérdida fue asumida por los poetas de los ochenta como la necesaria desauratización que les permitió entregarse a una notable heterogeneidad creativa. Esta heterogeneidad ha llevado a muchos críticos a lamentar la ausencia de un proyecto común y a diagnosticar una pérdida que compromete el lugar de la poesía. Quiero citar el testimonio del poeta colombiano José Manuel Arango:



Es difícil saber hoy lo que debe ser la poesía. Hubo tiempos en los que su lugar parecía claro. Hasta no hace mucho, en realidad. Los poetas se unían en movimiento y escuelas, se escribían manifiestos. Parecía haber una causa común, aun si se daban corrientes discrepantes y hasta contradictorias. La última vez que esto sucedió fue en los años sesenta, que como se sabe fueron de utopías. Ahora cada quien escribe desde el retraimiento, buscando solo su camino. La aparente riqueza de la diversidad de voces puede ser también un signo de orfandad.2


Es verdad que el retraimiento y la orfandad son los lugares privilegiados desde donde se escribe la nueva poesía, pero convendría preguntarse si acaso alguna vez han dejado de serlo. Además, no es difícil darse cuenta de que el descentramiento social del país se encuentra denunciado en el descentramiento del sujeto de escritura poética, quien ya no puede reconocerse en la figura de un autor único y reconocible, sino en las de varios que, además, hacen usufructo de las más diversas tradiciones, experiencias y lenguajes. Por lo demás, los poetas jóvenes son conscientes de que los "años de utopías", recordados con justa nostalgia por Arango, ya no pueden retornar. En un breve ensayo titulado "Poesía: nada sucede", Jorge Frisancho reconoce con lucidez y resignación que desde los años ochenta ya no es posible adscribirse a la tradición que demandaba del poeta obligaciones cívicas que lo convertían en una "figura pública", pero tampoco en aquella que consideraba su trabajo como la expresión romántica de una "individualidad irreductible"3. Lo que se adivina detrás de su aparente pesimismo no es la "muerte de la poesía", tampoco la inutilidad de escribirla, sino la aceptación de que -como afirmaba Auden- "la poesía hace que nada suceda". Frisancho reinterpreta esta frase otorgándole un valor activo a esa nada ("la poesía hace que la nada suceda") y nos invita a redefinir lo que significa ser poeta en las coordenadas sociales en las que está inscrito. Pero sin la perspectiva de la distancia, dichas coordenadas resultan tan complejas y difíciles de trazar como los panoramas literarios. La historia de la literatura nos enseña que los panoramas suelen aclararse en favor de dos polos antagónicos cuya tensión revela una íntima y sutil alianza sin la cual no hubiera sido posible una época. Los antagonistas cambian, y los poemas quedan: "poesía pura" vs. "poesía social", "poesía del silencio" vs. "poesía de la experiencia", "poesía de la comunicación" vs. "poesía del conocimiento". ¿Seguimos multiplicando antagonismos?

Mi relativo alejamiento del Perú me permite percibir en los poetas más jóvenes una descreencia por lo que llaman con solapado desprecio "literatura". Por un lado están aquellos que se han propuesto escribir fuera de la literatura, por el otro aquellos que escriben literatura asumiendo obscenamente su impostura. No es difícil pronosticar las consecuencias: si el primer grupo corre el riesgo de canonizar la negación, el segundo corre el riesgo de nunca ser excomulgado. Pero tal vez eso no sea lo más importante: de esas consecuencias se nutren los capítulos más interesantes y más intensos de la historia de la literatura.


1 Manuel Scorza. Prólogo a Poesía contemporánea del Perú. Lima: Casa de la Cultura del Perú, 1963.
2 José Manuel Arango. Prólogo a Poesía Completa. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2003.
3 El texto puede consultarse en: http://kurupi.blogspot.com/2006/06/potica-de-frisancho-la-poesa-hace-que...

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