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Ilustración de Juan Vida

Actualización: 09/03/2012

Al recibir el Premio Reina Sofía

Por Pablo García Baena

"Y no sabiendo como agradecer tan limpio título -pues leer alguno de mi poemas hubiera sido escasa gratitud-me acordé de mi paisano Don Luis de Góngora, si es que en algún momento lo olvido, y lo vi, censor severo, en el retrato de Boston, y a la vez, complacido de que sonara de nuevo su nombre en reales estancias"

La cueva es la noche inmensa

Majestad:

Gracias, Señora, por vuestra asistencia en esta noche memorable y por vuestro continuado interés y tutela a todo lo que sea artes, letras, ciencias, en nuestro país; y también por vuestra solidaridad en días turbios. Porque habéis dado la claridad de vuestro nombre -y ése es el mas alto honor que se me otorga- a este premio con que me distinguen el Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca, en cuya portada renaciente un lema en griego ya augura vuestro nombre al unir Reyes y Universidad, "OI BASILEIS TE ENKYKLOPAIDEIA", todas las ramas del saber. Así mismo, ya en latín de Roma FONSQVE SOPHIAE orla el blasón de mi ciudad patricia, el agua de la sabiduría manando interminable.

Y no sabiendo como agradecer tan limpio título -pues leer alguno de mi poemas hubiera sido escasa gratitud-me acordé de mi paisano Don Luis de Góngora, si es que en algún momento lo olvido, y lo vi, censor severo, en el retrato de Boston, y a la vez, complacido de que sonara de nuevo su nombre en reales estancias, él que tanto alabó, a veces desde el desdén, a corte y cortesanos. Góngora une todo lo que celebramos esta noche: Casa Real, poesía, Salamanca, y, naturalmente, Córdoba. Así fue, andaluz sonoro, capellán de reyes, poeta altísimo, estudiante de cánones y naipes

porque en Salamanca
oyó Teología.
sin perder mañana
su lección de prima,
y al anochecer
lección de sobrina.

Desde niño pisé las mismas calles de la Judería donde él nació, aún con los mismos nombres de las Pavas, de las Bulas, de los Deanes. Y vi, como en su soneto, el río, Narciso espejo de muros y torres gallardas, y en los días santos del Corpus o de las Lamentaciones, me llevaba medroso la mano paterna por el bosque de mármol, hasta el rincón más oscuro de la Catedral, la capilla de los Argotes o de San Bartolomé, donde, si no en bronces eternos, en incertidumbres, yacía Don Luis.

Luminosas mañanas de paseo por la sierra, con la ruinosa huerta de Don Marcos, ya solo casi un nombre, entre el anegar de arroyos y ramosos mastranzos, el cielo surcado por un puente de hierro para los trenes decimonónicos. Allí escribió Don Luis, según los eruditos investigadores, la Fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades.

Y algo de esto habría cuando Don Luis, desengañado de corte y dolce far niente, se retira a este refugio, mitad vergel, mitad cortijo, decidido según dice "a dejar el ocio con que Córdoba me persuade".

Este fue su paisaje y nos lo imaginamos abandonando a la fugitiva ninfa, "mas suave que los claveles que tronchó la aurora" para correr tras las gallinas que debía entregar como parte del censo del arrendamiento de la huerta.

Así el garzón náufrago de las Soledades contempla desde unas rocas la vista que se descubre, dice Dámaso Alonso, y continúa en la versión en prosa del poema: "si el espacio de terreno relativamente corto que alcanza a ver ya contiene en sí mundo"... Mas Don Luis va más allá y dice: "si mucho poco mapa le despliega". Un mapa ya es esfera, orbe, gravitaciones celestes, firmamento. Mundo abreviado, renovado y puro que el poeta convierte, con el claror de su conocimiento memorístico y la sabiduría de un hombre del Renacimiento, en universo total. Así la humilde lengua de agua del arroyo de Pedroches se olea en el embravecido mar siciliano "que el pie argenta de plata el Lilibeo". Y Ricardo Molina señala una gruta cercana como el posible bárbaro albergue umbrío de Polifemo, descrito en la octava sexta de la Fábula:

De este pues, formidable de la tierra
bostezo el melancólico vacío...

 

La cueva no es solo albergue y cobijo, la cueva es la noche inmensa donde vuela la "infame turba de nocturnas aves". Los estudiosos de Don Luis ven en este revuelo lóbrego y misterioso, el sonido de un eco de siglos como si las aves volaran inmutables, eco que tal vez viniera de Séneca, su antecesor cordobés, traducido en los alegres días de colegial en Salamanca. En Cervantes, la Cueva de Montesinos cierra también su entrada con un espeso aletear de aves nocturnas.

Para la mirada buida del racionero Góngora, el cosmos cabe en la parcela de una huerta y su pupila orografía un edén pequeño de cordilleras cúspides, peñascos y arenas ligurinas, y ese orbe lo puebla al soplo creativo, no solo de la animalia doméstica, el can vigilante, el gallo lascivo, los bueyes tardos, sino de lejanas focas y tigres, de orcas y áspides. Vuela entre lo álamos la entera monarquía canora, y los ríos del mundo, con la crecida del arroyo son el Volga, el Nilo, el Ganges, charcos apenas entre los juncos.

Pero la imaginación va más allá y la fauna mitológica, el pavón de Venus y el cisne de Jano y el búho de Proserpina anidan en el agreste tapiz de la huerta junto a las coles y los alcauciles, y no faltan las alimañas tenebrosas, el basilisco, la salamandra, el carbunclo sangriento llameando, nocturno, sobre la adelfa amarga.

Góngora rehízo la naturaleza, la enjoyó con guirnaldas retablistas del barroco, no le bastó la belleza neta del paisaje y la hizo brillante instrumento de arte, en acordes armoniosamente disonantes, pero, qué carnalidad de frutos, qué nácares de peces, qué rauda pedrería de aves cetreras. No se trata de una naturaleza inanimada, almidonada en gravedad de gorgueras; todo respira, late, vive, en la inocencia, como en el día primero de la Creación. Y la paganía grecolatina asoma en coliseos aldeanos. Don Luis era hombre de mundo - y hasta de demonio y de carne - y el campo le brindaba sólo el sosiego para su labor. Al agro traslada el deseo de una arcadia cortesana, un yermo pastoril donde no falta el desengaño. Una cita de Pellicer sobre Marcial, en sus Lecciones Solemnes, nos ajustará como un anillo estas admisibles reglas: "La mano oculta, no por los brillantes que luce, sino por los versos que escribe".

Dámaso Alonso en Claridad y Belleza de las Soledades nos dice: "No hay estrofa y apenas verso, en que no se dé una sugestión colorista...nadie más colorista que el cordobés". Estamos ya en la nebulosa de los poetas pintores. Pintor con la palabra exuberante, con el verbo en acción, con el adjetivo lujoso y exacto. Así han sido siempre vistos los poetas cordobeses, extremados en vívidas tonalidades, en imágenes lúcidas y ritmo respirante, desde Lucano a Cántico. Tal vez se trata, como se enseña en Arquitectura, de la "proporción cordobesa". Y algún otro poeta cordobés, como el Duque de Rivas, unió las dos artes ut pictura poesis, pincel y pluma intercambiables, las dos musas paralelas desde Grecia a Picasso.

Don Luis era maestro en ese componer plásticamente verdaderos lienzos, tan recordables en su corporeidad "que el Betis sabe usar de sus pinceles", como cualquier Velázquez. "La poesía, en general, es pintura que habla"..., le había escrito su cultísimo amigo el Abad de Rute, Don Francisco Fernández de Córdoba, quien en otro momento calificó su poesía como "lienzo de Flandes". Otro conocedor actual, Antonio Carreira, estudioso de Góngora y de Emilio Prados, aludió de nuevo a la escuela flamenca y llamó "tapiz de Flandes" al poema autónomo del Duque de Béjar que sirve de dedicatoria a las Soledades. Y en efecto, la viveza de la acción venatoria, el paisaje de campos nevados, el repetido son del cuerno, la sangre de las reses monteadas "que espumoso coral le dan al Tormes" piden más que el tejido y el color, los focos cinematográficos.

Tras el desengaño último de los poderosos, enfermo y pobre, Don Luis no vuelve al huerto ameno de Don Marcos. Se encierra en su caserón de la plazuela de La Trinidad, y en la mañana de fuego de Pentecostés de 1627 le doblan las campanas de la Cepa de Córdoba. "Y a salvo puso su alma irreductible", según el verso de Luis Cernuda.

Y termino con otra cita, inevitablemente de Dámaso Alonso: "no se ha de extinguir la raza de seres que, diseminados por los rincones del mundo, escuchan, atentos y anhelantes, toda voz de belleza. Ellos son los que tienen entendimiento y lengua para juzgar, y corazón para querer". Para ellos, la poesía de Don Luis, criatura de arte supremo y absoluto: "su nombre oirán los términos del mundo".

Gracias, Majestad, Señora, por vuestra paciencia soberana.

(Palabras del poeta cordobés en el acto de entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, con el cual fue galardonado en el año 2008)

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